
Hace muchos años, mi polola me regaló una copia de La Batalla de Chile. Eran dos cassettes VHS (así se veía cine en esos tiempos) que había conseguido en la biblioteca de la universidad en la que estudiaba. Me impresionó el documental. Me pareció un lujo haberlo visto. Tiene la gracia de transportarlo a uno a otra época, a una que no viví, pero que aparece de tanto en tanto, con una mezcla de nostalgia, miedo y dolor. Lo que más recuerdo es percibir, por primera vez, el encono, la euforia y los abismos de un país dividido. Ahora lo volví a ver en televisión, acompañado de la misma mujer y de la misma sensación de una tierra que se abría bajo los pies.
Pero el documental llegó con polémica. La Red, la estación que lo emitió, acusó a Carozzi de “buscar una censura editorial” por solicitar bajar -en su segundo día de exhibición- la publicidad de la tanda asociada a La Batalla de Chile. La compañía se defiende, señalando que fue un error de su agencia de medios y que la empresa no auspicia programas de contenido político. Twitter ardió (de nuevo). La Red abordó el tema en pantalla, con un panel de conversación. Se habló de un asunto “grave”, de las empresas que “mandatan y coaptan a los medios”, del “matonaje empresarial”, y de un “escándalo”. El presidente del Colegio de Periodistas dijo que “esto es una acción de censura aquí y en cualquier parte”, y un convencionalista llamó a Carozzi a pedir disculpas y a no obstaculizar el proceso constituyente. De todo eso se habló. Se hizo ver a La Red como a un cordero (¡otra vez la víctima!) y a la firma de pastas como a un puma al acecho. Pero poco se discutió respecto a un aspecto que me parece, por lejos, el más interesante. ¿Fue realmente censura? ¿Intentó Carozzi suprimir o modificar la exhibición del documental? ¿No estaba ya al aire? ¿Puede una compañía, legítimamente, escoger dónde hacer su inversión publicitaria? ¿Puede hacerlo en función de los valores que profesa?
Desde hace un tiempo, nos hemos acostumbrado a hacer de cada cosa una polémica. Es un griterío permanente. El lenguaje también se trastoca. Se le llama dictadura a la democracia, tirano a un presidente electo, oprimidos a un pueblo libre, y censura a lo que, pienso, no lo es. Se podrá discutir sobre la decisión de Carozzi. Si fue torpe, burda o no. Incluso da para debatir sobre el rol que las empresas deben jugar en un mundo diverso y que les exige un comportamiento ético, justo, respetuoso del entorno y que se tome a las personas muy en serio. Pero a mi juicio no hubo aquí un acto de censura. Se abusa de las palabras.
Leo en internet que La Red decidió restarse de la transmisión de la Parada Militar, que será emitida por cadena nacional. Leo también que La Red fue el único canal de la televisión abierta que no estuvo en el lanzamiento de La Teletón por “sentir que las explicaciones que dieron para procesos administrativos y logísticas de producción no satisfacen al canal”. Me informo, además, que la misma casa televisiva estaría evaluando su participación en la cruzada solidaria, señalando que la contabilidad de la Teletón “no es clara, no es transparente, y que el canal se permite sus dudas”. ¿Deberíamos, entonces, acusar a La Red de censura? ¿Puede La Red decidir qué emitir y qué no? ¿Puede exigir condiciones? ¿Está La Red obstaculizando la realización de la Parada Militar y de La Teletón? ¿O está ejerciendo su libertad de elegir? ¿Es muy distinto a lo que hizo Carozzi y que tan vistosamente denunció?
Una de las lecciones de La Batalla de Chile es que podemos llegar a convertirnos – casi sin darnos cuenta- en un país fracturado. Que podemos llegar a odiarnos, hasta la muerte, el exilio y la tortura. Y una de las formas de evitarlo, es actuar reflexivamente, dando a las palabras su justa medida. Por más tentador que sea, por más rendidor que resulte, debemos evitar la consigna, el maniqueísmo, y esa tendencia a victimizarnos que nos tiene, realmente, enfermos.
Recomiendo el documental, y recomiendo no abandonar nunca y desde ningún pretexto, el pensamiento y la propia responsabilidad.
Por Matías Carrasco.