VI A UNA MUJER PREDICAR

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He visto mujeres dirigir empresas. También las he visto jugar fútbol o triunfar como humoristas en el Festival de Viña del Mar. He visto mujeres destacar en el mundo profesional, al mando de instituciones públicas y privadas o guiando la suerte de un país. He visto mujeres conduciendo una micro, trabajando como conserjes de un edificio, haciendo guardia en el Palacio de La Moneda o pescando en alta mar. He visto mujeres valientes, enfrentadas a las FARC en la mitad de la selva, haciéndole collera al narcotráfico o denunciando la violencia y la corrupción en distintas partes del mundo. Pero nunca había visto a una mujer predicar. No al menos en una misa católica. No al menos, hasta ahora.

Pero felizmente siempre hay una primera vez. Y la mañana de este domingo, asistí a una ceremonia donde el sacerdote cedió su turno a la hora del sermón para que fuera una mujer quien entregara palabras lúcidas y hondas sobre el evangelio del día. Se trataba de la religiosa Nelly León, la capellana de la cárcel de mujeres de San Joaquín, la misma que le había dicho al Papa en su visita a esta tierra que en Chile se encarcela la pobreza.

Fue el día de la solidaridad y la figura del Padre Hurtado el contexto perfecto para invitar a una mujer a predicar. Fue como abrir la ventana y dejar entrar aire fresco a una casa donde antes nunca se había sentido la otra cara del sol. Con su presencia y sus palabras sencillas y cercanas, Nelly nos recordó el lado femenino de Dios, de Jesús y de su historia. De pronto, se abría en mi cabeza, y en la de tantos que estábamos ahí, una pregunta tan obvia pero tan difícil de justificar. ¿Por qué no vimos antes predicar a una mujer?

Seguramente desde lo divino habrá más de alguna respuesta. Pero desde lo humano, se hace cada vez más difícil encontrar un argumento que le impida a la mujer cumplir un rol más protagónico en la Iglesia y a los laicos disfrutar de una versión en pollera, tacos y medias.

Hace mucho he pensado que la Iglesia debe cambiar. Intuyo que no son solo los abusos y los delitos que se han cometido en ella lo que nos tiene en una profunda crisis. Pienso que el asunto es más complejo y que tiene que ver con nuestros modos de ser y de hacer iglesia. Creo, como tantos lo han dicho, que se nos perdió Jesús. Se ha puesto el énfasis en lo prohibitivo, en las normas y en el pecado y no en la esperanza de aquello nuevo que siempre puede volver a nacer.

Desde hace años he querido ver a una iglesia más humana, inclusiva y diversa. Reconozco haber pensado que nunca la vería. Pero es la iglesia de hoy – herida y rasca- y las señales de esta mañana las que reavivan la confianza.

En la misma misa donde Nelly predicaba, una persona transgénero llevaba el estandarte para ubicar el lugar de la comunión; una mujer traducía la misa en lenguaje de señas para un grupo de sordos; otra – ex reclusa- nos hablaba de un pasado de delincuencia y prostitución y el altar- siempre arriba- disminuía para estar más cerca de la comunidad.

Esa iglesia existe, como una pequeña brasa, y hay que soplar para que prenda, queme y vuelva, como antes, a iluminar.


Por Matías Carrasco.

Créditos de la fotografía: Sergio Chacón, http://www.kekochacon.cl

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SU NOMBRE ES PASTOR

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Su nombre es Pastor. Nació el sábado cuando el sol anunciaba el medio día. Su pronóstico de vida eran solo unas horas por esa holoproscencefalia alobar que le diagnosticaron cuando apenas tenía 14 semanas y comenzaba a estirar las piernas en el vientre de su madre.

Su nombre es Pastor. Y cuando llegó al mundo lo hizo con apenas un débil suspiro para después, entre los cariños y agasajos de una mamá fuerte y un padre esperanzado, empezar a respirar más hondo, agitando sus manos como queriendo agradecer, abrazar a los suyos y decir, contra todo anuncio, que seguía con vida.

Su nombre es Pastor. Y a la espera de su llegada se generaron encuentros inesperados, oraciones íntimas y comunitarias, conversaciones profundas, compañía, favores, silencios, dolores y coincidencias que más parecían milagros traídos desde el cielo para hacerle a esa familia una cuna suave donde parar a descansar.

Su nombre es Pastor. Y en ese pequeño ser, de trompa estirada y ojos cerrados, parece haber un misterio tan grande que no podemos resolver. A veces pienso que llegó para poner las cosas en orden y darnos vuelta el mundo para dejarlo otra vez en su lugar. Ése donde siempre tuvo que estar.

Su nombre es Pastor y a sus cortos días nos deja el testimonio de un amor incondicional, de valorar simplemente la existencia, de contentarnos con un beso y la caricia de una mano tibia, de entender que acompañarnos basta y que de amar, así de sencillo, se trata esta vida. Su presencia, tierna y profunda, es su mayor y más insigne entrega.

Y todavía sin saber cuánto estará, su llegada silenciosa y anhelada, nos guía a todos quienes lo vimos pasar. Tal como lo hace un buen pastor.

 

Con cariño para Pastor, Inés, Matías y Salvador.

 


Por Matías Carrasco.

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UN PEDAZO DE CIELO

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Hay lugares que no existen. Están en alguna parte, siendo imaginados, pero que todavía no logran existir. Los piensan quienes sueñan con una vida mejor para todos y también aquellos que los necesitan para apaciguar la desesperanza, la incertidumbre o el sufrimiento.

El ser humano tiene esa cualidad de hacer de esos lugares una realidad. Hay hombres y mujeres, quijotes y mafaldas, que se interesan por las cosas del mundo, dibujan en sus cabezas una solución y porfían por verla nacer.

No está en ellos el afán de producir, generar riqueza o rentabilizar al máximo la inversión. Existe más bien un interés profundo, animado tal vez por la propia experiencia, de devolverle algo a la vida, de hacer justicia o simplemente de entregar cariño y dignidad.

En la Fundación Casa Familia  están soñando un lugar, ese que todavía no existe, pero que sin dudas, algún día existirá. Ellos saben de qué se trata esto. En otro tiempo pensaron en una casa de acogida para niños con cáncer y sus familias y que lograron – a puro esfuerzo, convicción y la ayuda de amigos – hace 20 años construir.

Hoy ese espacio – que antaño no había- acoge a niños de provincia que están recibiendo un tratamiento contra el cáncer en el Hospital Calvo Mackenna, permitiéndoles vivir este doloroso paso en compañía de sus madres, en un ambiente cálido y seguro, entre pájaros de papel, fotografías, un jardín luminoso,  juguetes y, sobre todo, humanidad.

Pero quizás empujados por el espíritu de los mismos niños – ese incansable, libre y soñador- volvieron otra vez a imaginar. Y ahora están empeñados, con esa locura que solo nace del corazón, en levantar un nuevo hogar para acompañar a niños terminales a morir junto a sus familias.

Es un lugar que en Chile no existe, pero que una vez habitado puede traer mucha paz a personas que no logran esquivar la muerte y que en sus casas no encuentran el apoyo o las herramientas para enfrentar ese final tan drástico como misterioso.

“Queremos crear un pedazo de cielo en la tierra”, me cuenta Mono Gana, directora ejecutiva de la fundación. Una nube que refugie a esos niños y niñas, que los abrigue y que los trate con la suavidad de un algodón en sus últimos días.

Es interesante darnos cuenta que en una vida tan ajetreada como la nuestra – veloz, individualista, agresiva,  a veces superficial, solitaria y ausente- algunos estén pensando en hacerles a los que sufren un rincón afable y tranquilo para morir en paz. Son signos que avivan la esperanza.

Cada uno de nosotros puede colaborar para que cientos de niños con cáncer sigan teniendo un espacio de acogida y acompañamiento. Entre el  3 y el 9 de mayo, la Fundación Casa Familia realizará su primera colecta digital en donde se puede aportar de manera fácil y rápida en el link https://www.colecta.casafamilia.cl

En un contexto difícil como el que estamos viviendo producto de la pandemia, es muy importante que la fundación, las familias y sus niños, puedan contar con el mayor apoyo posible. Entre todos y todas, hagámoslo realidad.

http://www.casafamilia.cl


Por Matías Carrasco.

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UNA EXISTENCIA INSIGNIFICANTE

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En la discusión por el aborto libre el embrión, el feto o la persona – como quiera usted llamarle- corre con una gran desventaja: no se ve. Hablamos de algo que está oculto, como los misterios, abrigado tras el vientre y el útero materno.

Este inconveniente ha existido siempre, pero en la sociedad digital donde todo debe exhibirse para existir, se convierte en un punto en contra que se hace cada vez más difícil de sortear.

Quizás si el feto pudiese sacarse una selfie y publicarla todos los días en las redes sociales creeríamos que existe, que vive y que independiente de su edad es un ser humano capaz incluso de sonreír. Pero como no se muestra nos damos permiso para dudar o interpretar su existencia.

El feminismo en cambio – el que levanta las banderas del aborto libre arguyendo el derecho de las mujeres a elegir- se muestra a diario y por todos lados. Está en titulares, noticieros, discursos y millones de twits y posteos en el inmenso océano de internet. Ellas y ellos se exhiben con insistencia y junto a sus imágenes  exigen con ímpetu y convicción más autonomía y libertad, ganando adhesión y simpatía.

En su ensayo “La Sociedad de la Transparencia” el filósofo coreano Byung Chul Han sostiene que el culto a la transparencia y el afán de ponerlo todo a la vista del otro ha confluido en una sociedad de la exposición, hipercomunicada e hiperinformada. Una especie de vitrina abierta al mundo.

En este contexto, Han plantea que en la era actual la mera existencia es por completo insignificante. “Las cosas se revisten de un valor solamente cuando son vistas” – dice. Y como al nonato no lo vemos – pienso- pierde valor frente a una multitud que se exhibe, vociferante y marchando. Y mientras no vemos al otro – al feto, al pobre, al vecino, al diferente, al que fuere- corremos el riesgo de seguir engordando nuestro ego y hacer crecer una individualidad radical.

Es interesante constatar que en el fondo del debate sobre el aborto libre está también la pregunta por el otro, ese que todavía no vemos pero que, como un enigma, existe. Es cierto que la ciencia aún no concluye una definición para el comienzo de la vida humana. Quizás nunca lo hará. Pero a falta de respuestas certificadas, está la experiencia y la intuición.

Pienso en los muertos. A ellos tampoco los vemos. Sin embargo los vestimos, los lloramos, les cantamos, los despedimos, los visitamos, adornamos sus tumbas, los pensamos y recordamos. Algunos incluso los sentimos pasar muy cerca en la brisa de una noche fría o en la visita de un pájaro a nuestra ventana. La ciencia nunca podrá descifrar los secretos del más allá, pero el otro que ya no está sigue, misteriosamente, para millones existiendo.

El aborto libre actúa sobre el evidente, simple, tentador y luminoso letrero del derecho a decidir, obviando lo que no se ve pero que está, pequeño y escondido, como un niño, dibujando en su invisible presencia los hondos límites del ser humano.


Por Matías Carrasco.

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