HOMBRES DE VERDAD

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Desde muy niños nos han enseñado a hacernos hombres. Porque un macho no nace, ¡se hace! La exigencia es cultural, ancestral y el grito se escucha fuerte y en todas direcciones: ¡hazte hombre! Y hacerse hombre no es cualquier cosa. Para ser un alfa debemos cumplir con las tablas de la ley.

Lo primero es no llorar. Un hombre nunca debe mostrar debilidad. Por algo somos el sexo fuerte y no nos está permitido botar una lágrima, aunque tengamos la tiroides estrangulada por el nudo que aprieta fuerte la garganta. Por eso es que usted ve raramente a un hombre llorar. Por eso es que cuando ocurre, sólo de vez en cuando, emociona.

Otra cosa es demostrar siempre poder. Si tiene plata, muéstrela. Si tiene un cargo, hágalo notar. Si logró un buen título, cuélguelo en la pared. Y si no tiene nada de eso, un buen auto también lo empodera. Pero el alfa, como sea, debe ser un cabrón. Hemos sido formados para competir, exhibir pergaminos y sentirnos siempre surfeando en la cresta de la ola.

Lo tercero es ser un toro en la cama. Porque la virilidad está en el sexo y lo que llevamos colgando entre las piernas. Nacimos para ser un semental. Los más machos, putean. Los infieles suben a otra categoría. Y como un acuerdo implícito, los hombres no fallamos sobre el colchón. Por eso escuchará siempre historias de heroísmo entre las sábanas y nunca confesiones de derrota, ansiedad y frustración. Nunca nos mostramos en pelota.

El hombre bien hombre es rudo. Ante todo debe estar bien preparado para la pelea. A golpes deberá defender su territorio. No está permitido flaquear y mucho menos tener miedo. Siempre hay que demostrar fuerza y valentía. Si no la tiene, el alcohol puede ayudarle a suplir todos sus defectos.

Pero estamos en problemas. El lastre de tantos años nos tiene realmente enfermos. El llanto acumulado, la vulnerabilidad disfrazada, las mentiras en la cama y nuestra obsesión por el podio nos convirtió en seres disociados, lejos de lo que somos realmente. Basta ver a un hombre con fiebre para saber que somos frágiles como la escarcha.

En tiempos donde las mujeres marchan y levantan la voz, debemos ponernos a la altura y hacernos realmente hombres: honestos, miedosos, sensibles, frustrados, inseguros, ansiosos y llorones. Hombres delicados, cariñosos, capaces de tratar con suavidad. Hombres que acompañen, que empaticen y contengan. Hombres que acaricien. Hombres femeninos. Hombres de verdad.


Por Matías Carrasco.

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EL MIEDO

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Chile tiene miedo. La diferencia nos tiene aterrorizados. Tal como en el cuento de Hans Christian Andersen, no aceptamos al patito feo…ni al patito gay, ni al patito pobre, ni al patito migrante, ni a nadie que parezca distinto. Hoy nos escandalizamos con las muertes en el Sename, pero si somos honestos nunca los quisimos ver. En décadas el miedo los hizo invisibles. ¿O nos vamos a escandalizar también cuando nos cuenten que en las cárceles de Chile se drogan, se viola, se mata y se vive hacinado y en condiciones inhumanas? A ellos también les tenemos miedo.

Los mal llamados progresistas parecen más abiertos a la diversidad. Pero no es cierto. Solo abrazan banderas que flamean con onda y estilo, pero basta que aparezca una opinión más tradicional para que la hagan añicos. Y eso no es precisamente respeto a la diversidad.  Así acaba de pasar con la carta de los mineros publicada en El Mercurio en contra del proyecto de despenalización del aborto en tres causales. ¿No tienen ellos derecho a expresar su opinión aunque a usted no le parezca?

Y los etiquetados como conservadores también tienen lo suyo. Tan anclados están en la tradición que cualquier punto divergente será siempre tomado como una amenaza. Y donde hay amenaza huele a peligro. Y donde existe el peligro convive también el miedo. Y asustados se hace imposible incorporar la diferencia. Por eso importará más defender la tradición, la norma y la doctrina,  que  abrirnos a entender las honduras  e insospechados caminos del ser humano.

Hace días dos hermanos homosexuales fueron atacados brutalmente en la mitad de la noche. Su madre dijo: “siempre esperé esa llamada”. Ella sabía que vivía en un país que no soporta la diferencia. Intuía que tarde o temprano un grupo de cobardes y maricones saldrían a la calle para castigar a un joven distinto, amanerado, que de niño prefirió el rosa a los colores convencionales reservados solo para los machos. El diferente, literalmente, quiso ser aniquilado.

Chile y todos debemos dar un paso adelante y tratar nuestras diferencias con respeto y valentía. No es posible que personas sigan siendo violentadas por su condición  sexual o su color de piel o que otros sean acallados y troleados en redes sociales simplemente por dar una opinión distinta a la mayoría.

En la diversidad está la riqueza, la originalidad y la creatividad. Pensar igual, creer igual, vivir igual, votar igual, opinar igual, no es solo sospechoso,  sino también una verdadera y soberana lata.

Al final del cuento, el patito feo se convierte en un hermoso cisne y pudo regresar feliz a la misma comunidad que lo había expulsado. Yo hubiese preferido otro desenlace. Que el pato haya sido feo hasta la muerte y aún así hubiera sido aceptado y querido por los demás pajarracos. De nosotros depende cambiar esta historia.


Por Matías Carrasco.

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