LA CLASE DE CECILIA

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Le cree. Contra todo pronóstico Cecilia Morel le cree a Michelle Bachelet. “Le creo a la Presidenta. Yo tampoco sé en qué invierten mis hijos”, dijo en alusión a los negocios de Campagnon y Dávalos en las tierras de Machalí.

Aún cuando tenía razones de sobra para quitarle el piso, la ex Primera Dama decidió prestarle ropa y lanzar un salvavidas a nuestra mandataria. Sorpresivamente abandonó la trinchera, salió al paso del fuego cruzado y puso en medio una vela de esperanza. ¡Todavía hay patria compañeros!. Hay gente que aún confía y actúa de buena fe.

Seguramente descolocó a muchos. A los de su sector y también a los de Gobierno. En un clima crispado, de agresión y descalificaciones a la orden del día, no es común ver a alguien salvándole el pellejo al adversario.

Pero Cecilia lo hizo. Como una especie en extinción fue capaz de ver luz al otro lado del camino. Era más fácil permanecer en el lugar común y unirse al coro de los pesimistas que piensan que Chile se convirtió, de la noche a la mañana, en un país corrupto, donde nadie se salva: ni empresarios, ni políticos, ni jueces, ni curas. Es la tesis del barranco. Vamos derecho al precipicio.

Y en honor a la verdad nadie hace mucho por salir de ahí. Todos colaboramos, en buena medida, a este ambiente de dimes y diretes, de la tuya y dos más, de combos que iban y combos que venían. Basta ver las noticias, abrir un diario o darse un corto paseo por las redes sociales para darse cuenta de aquello. El bullyng y las ofensas campean en twitter, whatsapp y mensajes en Facebook. Estamos prendiendo como pasto seco. Por eso lo de Cecilia es un bálsamo, un paréntesis, un minuto de silencio en medio de tanto griterío.

Estamos como parapetados. Cada uno resguardado en su cuartel. Asustados, a la defensiva, listos para la batalla. Pero cuando estamos en posición de combate, se hace muy difícil romper la inercia de la odiosidad y la desconfianza. Quizás por eso escuchamos para responder y no para entender, empatizar y lograr los acuerdos que tanto se extrañan. Por eso lo de Cecilia tiene mérito. Ella creyó cuando pocos creen.

Hoy escasean gestos de grandeza y fraternidad. Estamos en el terreno de los vencedores y vencidos. Los unos y los otros, Gobierno y oposición, se defienden y atacan, sin tregua. Quizás ahora, cuando ambos están acorralados en un rincón, con poco oxígeno, sea el momento para volver a creer. Contra toda lógica, creer. Salvarle el punto y la proposición a quién tenemos al frente. Quizás sea la fe la que nos saque de este agujero.

No le pido que cierre los ojos. Todo lo contrario. Manténgalos abiertos…¡pero abiertos! Se dará cuenta que, realmente, no estamos en Venezuela. Entenderá que no todos nuestros políticos son corruptos, ni todos los empresarios ladrones, ni todos los curas abusadores. Y convendrá que, al final de cuentas, sigue viviendo en un país serio que merece bajar las barreras y dejar las armas para sentarnos nuevamente a conversar.

Pero nuestra ex Primera Dama, visionaria y bien intencionada, ya lo entendió. Tal vez sin quererlo nos dio una clase magistral de política, modales y nobleza.


Por Matías Carrasco.

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ECHARON A MI AMIGO COCO

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Echaron al Coco. Despidieron a mi amigo jesuita Jorge Costadoat de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica. Hace unos días, nuestro Cardenal Ricardo Ezzati, le pidió que abandonara la sala de clases sosteniendo que existía una tensión entre dos libertades: la propia libertad del profesor para enseñar y la libertad de la Facultad para permitirle que siga enseñando.

Es tan vago el argumento, que el mismo Decano y el Consejo de la Facultad pidieron a Monseñor Ezzati reconsiderar la medida en dos oportunidades, sin suerte. Ahora es el Centro de Estudiantes de Teología quien han citado a una Asamblea General Extraordinaria para informarse, afectarse e involucrarse en esta discusión.

Aún cuando el Cardenal comentó que esta determinación no constituye un cuestionamiento de carácter doctrinal, es inevitable establecer una relación con lo que Costadoat ha planteado públicamente, en columnas y cartas en El Mercurio, respecto a la manera de ser Iglesia.

En este sentido, el jesuita ha evidenciado la necesidad de poner el dogma al servicio de una evangelización que atienda a los signos de los tiempos. Ha insistido en la conveniencia de poner a las personas como fines y las normas como un medio, y no al revés. Ha puesto sobre la mesa temas de moral sexual y familiar – costándole más de algún reproche- invitándonos a tener una mirada comprensiva y compasiva de aquellas parejas que, por ser divorciadas o vueltas a casar, quedan al margen de la eucaristía. Tanto revuelo han causado sus planteamientos, que más de alguno lo ha invitado a dejar esta Iglesia y buscarse otro templo. También, en ocasiones, han debido intervenir Obispos y Cardenales, para rayarle la cancha y ponerlo de vuelta en su lugar.

En varias oportunidades, el Coco nos ha invitado a vivir un cristianismo menos moralista y más misericordioso. Ha puesto sus esperanzas en la renovación de nuestra Iglesia y en la necesidad de que sean los laicos quienes asuman un mayor protagonismo, avivando un debate libre y abierto a la opinión de los demás.

Algunos pensarán que ha ido demasiado rápido. Sin embargo, para otros, es fuente de inspiración para seguir creyendo en una Iglesia más humana, sencilla e inclusiva. Es un hombre apasionado, sin dudas. Pero él nunca ha desconocido la doctrina de la Iglesia u omitido parte de sus enseñanzas. Lo único que ha hecho es, respetuosamente, hacer ver la necesidad de revisar ciertos asuntos. Y no es para hacerle la vida más fácil a los católicos – como acusan algunos- sino más bien para hacerlos parte de una comunidad que los quiere y acepta tal cual son. Como bien dice Costadoat, si el mensaje de Jesús no es para todos, no es para nadie”.

Hace algunos meses, el Papa Francisco instó a la Iglesia a elegir entre “ser una casta” o superar los prejuicios y el miedo para acoger a los marginados. Y podríamos agregar también, a quienes piensan distinto. Debo reconocer, como católico, que existen ciertas espiritualidades y congregaciones que no me gustan. Pero aunque me costó aceptarlo, he aprendido que bajo el techo de la misma Iglesia existen diversas miradas que deben ser respetadas. Más que amordazadas, deben ser debidamente respetadas. No hay otra manera.

Echaron al Coco. Y aunque el Monseñor Ezzati diga que esto no es una sanción o una condena, después de veinte años haciendo clases en la PUC, ¿cómo deberíamos interpretar la medida? Si no es en la universidad donde se puede discutir con libertad, entonces ¿dónde?

Felizmente la Iglesia se está moviendo y los laicos están asumiendo un nuevo rol. Evidencia por estos días hay bastante. Ánimo a la Facultad de Teología y a sus estudiantes, que tienen por delante una bonita causa que defender. Y fuerza a nuestro amigo Coco. Somos muchos los que estamos contigo.


Por Matías Carrasco.

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A DOS DÍAS: BARROS DEBE RENUNCIAR

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Hay que «prestar ropa». A dos días de que Barros asuma, hay que insistir y levantar la voz. Es bueno que la comunidad de Osorno y los directamente involucrados sepan que no están solos.  No ha bastado con la inédita  intervención de dos congregaciones: Jesuitas y Sagrados Corazones. Tampoco han sido suficientes las valientes declaraciones de los sacerdotes Pedro Klieguel, Percival Cowley, Alex Vigueras, Gabriel Roblero, Felipe Berríos y la carta de rechazo enviada por una treintena de curas de Osorno. La Nunciatura  insiste y el nuevo Obispo no da pie atras.

Es una decisión tan incomprensible y tan injusta que se hace muy difícil quedarse al margen y simplemente obedecer, como se nos pide a los católicos, a la jerarquía y a la autoridad de la Iglesia. Perdóneme. Mi conciencia me dicta otra cosa.

No es justo para Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo y James Hamilton, quienes ya pusieron algo más que sus cabezas para generar la caída de Karadima, y con él, una historia de abusos, desidia y poder. Hicieron un gran favor a la Iglesia y a Chile. Pero no fue suficiente. Ahora deben seguir dando la pelea. Y ahí los tenemos, poniendo el pecho nuevamente, cansados de andar pero conscientes de la causa que están liderando. Quizás la gran diferencia de años atrás es que hoy, felizmente, no están solos.

No es justo para la comunidad de Osorno, que ha recurrido respetuosamente a los canales institucionales para hacer ver el dolor y el revuelo generado por la cuestionada designación. Pero aún así, no fueron considerados. Sus sospechas y razones, merecían al menos una explicación. Pero nunca llegó. Sólo escuchamos las declaraciones del Cardenal, de la Conferencia Episcopal y del mismísimo Obispo electo, cuando la mesa ya estaba servida. Más que una respuesta cordial a las preguntas de los fieles, pareció como una acción comunicacional e interesada para intentar apaciguar la presión ya instalada en la opinión pública.

No es bueno tampoco para la Iglesia, que ha persistido tozudamente en una determinación que pocos logran entender y que la ha puesto en entredicho. A tal punto que es la figura del mismo Papa la que comienza a teñirse con todo lo que este caso ha salpicado. Los avances que se han logrado en materia de mayor transparencia, hoy se ven enredados en un nudo que la misma Iglesia se encargó de atar.

Y no es bueno para el Obispo Barros. La Nunciatura y su determinación personal de seguir adelante, lo exponen al escrutinio público y ofensas que no siempre son justas. No necesitamos mártires ahora, menos cuando no hay persecusión. Sólo necesitamos gestos que permitan devolver la paz y la unidad a la Iglesia chilena y particularmente a la diócesis de Osorno. Porque aún salvándole la proposición al Monseñor y creyéndole que él nada supo o vio de Karadima, todavía así, no es prudente que asuma. Bastan las sospechas, las dudas razonables y el haber pertenecido al círculo de confianza de una fraternidad disuelta por el mayor escándalo de abuso sexual de nuestra historia reciente, para que lo más conveniente sea dejar el cargo.

Sé que muchos católicos piensan que es el espíritu santo el que está detrás y que solo hay que confiar, aunque nos parezca incomprensible. Respeto esa mirada. Pero respeten también una perspectiva diferente. Porque hay otros que creemos que el espíritu santo no es propiedad de un Obispo, una Nunciatura o de lo mas alto de la pirámide de la Iglesia, sino que también se regala como gracia a todas las personas, y en este caso en particular, a los corazones de los osorninos que han manifestado su malestar, y que por supuesto, tienen algo que decir.

Si usted es de los católicos que siempre se ha quejado de su propia Iglesia porque quiere ver en ella una mirada mas abierta, inclusiva y humana, pues bien, éste es un buen momento para, responsablemente,  “prestar ropa” y levantar la voz.  Como usted quiera, como a usted más le acomode. No es gratis. Le dirán que hace daño, que siembra división, que le falta paz de espíritu y lo invitarán a dejar esta Iglesia y buscarse otro lugar. Pero usted no se amilane y dígale que lo hace por cariño a la misma madre Iglesia, aunque ellos no lo logren entender.

A dos días de la toma de posesión, y porque no es bueno ni justo para nadie, Barros debe renunciar.


por Matías Carrasco.

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AIRES DE MONARQUÍA

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Éste fue un fin de semana noticioso. Una nueva jornada judicial del bullado caso Penta, el clásico de fútbol universitario y los incendios en Valparaíso, se tomaron la agenda mediática del país. Pero hubo un hecho que pasó, para la mayoría de lo chilenos, inadvertido y que, a mi juicio, merecería de toda nuestra atención: la Nunciatura Apostólica en Chile, representante del Vaticano, en una breve declaración renovó su “confianza y apoyo” a Juan Barros, Obispo electo de la Diócesis de Osorno.

Ni las cartas enviadas al Nuncio. Ni las acusaciones de encubrimiento realizadas por las víctimas de Karadima. Ni las marchas y manifestaciones. Ni el descontento de sacerdotes, diáconos y laicos. Nada sirvió. ¡Lo de Barros va! Tanto así, que nuestro Cardenal Ezzati hizo un llamado a “adherir a lo que el Santo Padre ha decidido”.

Y algunos adherirán, confiados en que es el Espíritu Santo quién ha guiado la decisión del Papa en este nombramiento. Sin embargo, habremos otros que nos resistiremos a adherir con tanta facilidad, pensando que es el mismo Espíritu Santo quién ha animado a la comunidad de Osorno a levantar la voz y hacer ver su genuina preocupación. ¿Por qué no?

No conozco al Obispo Juan Barros. Tampoco tengo nada personal en su contra. No tengo idea si lo que se dice de él es cierto. Pero lamentablemente su designación está contaminada, querámoslo o no, con el caso de abusos sexuales más escandaloso de la historia de nuestra Iglesia. Y basta que existan dudas y una comunidad alerta para que, prudentemente, se hubiese tomado una determinación distinta. ¿No habrá otro candidato más idóneo para el cargo?

Es muy difícil entender esta ratificación. A muchos, tristemente, nos deja un gusto amargo, de una Iglesia que más que escuchar las dudas y aflicciones de sus fieles, simplemente se impuso, sin explicación alguna. Apareció su poder y el peso de su jerarquía.

Lamentablemente nos muestra una cara que, a muchos católicos, no nos gusta ver. El rostro de una Iglesia que dicta, norma y exige a sus ovejas, pero que no las toma en cuenta seriamente cuando, sólo de vez en cuando, balan en medio del rebaño. Ésta debe ser la primera vez, en los últimos años, en que una comunidad plantea reparos a la designación de una autoridad eclesiástica antes de que asuma. Y aún así, a pesar de la excepción, no fueron considerados. ¿Habría pasado lo mismo si el revuelo se hubiese generado en una diócesis de mayor tamaño, como Santiago o Concepción? Es más, ¿habrían propuesto a Barros ahí? Le dejo la inquietud.

Es confuso además porque es una decisión que pareciera ir en la dirección contraria a lo que el mismo Papa ha enseñado con su ejemplo: una Iglesia más humana, sencilla, cercana a las necesidades de las personas, inclusiva y transparente. Pero acá poco o nada hubo de todo eso. Más bien, como en otros planos, apareció la retroexcavadora y aires añejos de monarquía.

“Sus razones habrá tenido el Santo Padre” – me dirá usted. Y seguramente las tiene. Pero sería pertinente, por lo delicado de este tema, que se dieran a conocer. Pero nadie entrega información. Sólo el espaldarazo al Obispo y el llamado a “prepararse mediante la oración” para recibir al Monseñor. Raro, ¿no?

¡Lo de Barros va! Contra todo pronóstico, el próximo 21 de marzo tomará posesión del nuevo cargo en la Catedral de Osorno, la misma que ha congregado manifestaciones en su contra.

Incomprensible, triste y decepcionante. Por el bien de nuestra Iglesia, ojalá se revierta la medida.


Por Matías Carrasco.

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EL GUSTO POR OLERNOS EL POTO

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Sí. Los chilenos tenemos la costumbre de olfatearnos el poto cada vez que podemos. Igual que los perros. Ellos lo hacen para recolectar información sobre el otro animal. Y nosotros también (perdón por lo de animal).

Cuando le pregunten cuál es su apellido, de qué colegio salió o en qué comuna vive, sepa usted que lo que están haciendo es olerle su trasero, sin siquiera pedirle permiso. Somos expertos. Estamos entrenados para posar nuestras narices sobre colas ajenas y extraer información valiosa sobre quién tenemos en frente, saber cuánto pesa y si es gente común o gente como uno. ¡No se vaya a confundir!

Está tan arraigada esa costumbre entre nosotros que ni siquiera nos damos cuenta del importunísimo. Es tal la tentación de inclinarnos y hurguetear allí, que pocas veces nos resistimos. Y quién responde, inevitablemente, muestra también sus plumas y credenciales.

Y es que en Chile no es lo mismo salir del Villa María que del Compañía María. No es comparable entrar al Saint Georges que al San Jorge. No es igual estudiar Ingeniería Comercial que Ingeniería Comercial en la Católica. Y no es ni parecido apellidarse Ruiz que Ruiz-Tagle. ¿Me sigue?

Es todo un rito. Es parte de nuestra cultura clasista y arribista. Una práctica generalizada que está enquistada en toda la sociedad. Nadie se salva. Muy pocos en realidad. Y quienes gozamos de un buen currí-culo (quizás venga de ahí el origen de la palabra), gozaremos también de estatus, mejores oportunidades y un mejor futuro. Y es que en nuestro país un buen apellido o un buen colegio abren puertas…y muchas.

La manía por encontrar parentela también es parte del mismo juego. Cuando le pregunten si usted es pariente de mengano o fulano, también le están intrusiando sus partes más íntimas. Otra vez sin su permiso. Y si logran encontrarle algún lazo sanguíneo usted avanzará dos niveles. Si no hay coincidencias, corre en desventaja.

Es como estar inmersos justo ahí, en el medio. Tanto que perdemos toda perspectiva. Con una mano en el corazón, creo que hasta el colegio de nuestros hijos lo elegimos pensando más en nosotros y en los potos que allí encontraremos.

“No. Yo elijo el colegio pensando en la formación y los valores que imparten”- me dirá usted.

Bien. Le creo. Pero le apuesto que la gran mayoría de los apoderados del colegio que usted eligió para sus niños tienen el mismo ph justo ahí, donde termina la cintura. Y no creo que sea coincidencia.

¿Es bueno seguir oliéndonos el poto?

Reconozco haber olido varios en mi vida y seguir haciéndolo. Pero en un país que está cambiando y que reclama por más espacios y oportunidades para todos, pienso que es justo y prudente terminar con esta práctica hedionda. Debemos dejar de darnos ese gusto. Chile merece más, mucho más, que sólo olor a poto.


Por Matías Carrasco.

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¿POR QUÉ NO SE CALLAN?

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Ya está bueno. No hay guata que resista más declaraciones y discursos vacíos. Lo que la clase política nos ha regalado en las últimas semanas ya es suficiente. No queremos más pan ni circo. ¿Por qué no se callan?

Señor Dávalos y Señora Campagnon, ¿por qué no se callan? Después del numerito que se mandaron renunciar en silencio a su partido habría sido una buena decisión. No era justo ni necesario que un país entero deba escuchar, una vez más, sentidas y trabajadas palabras en una extensa carta filtrada a la prensa. A estas alturas que usted Sebastián “enfrente estos duros momentos con tranquilidad” a nadie le importa.

Señor Rossi, ¿por qué no se calla? Deje que la opinión pública se forme su propia impresión de este caso. Que usted considere que lo de Dávalos y Campagnon fue un acto de “grandeza” y “generosidad” es a lo menos de mal gusto para un país que espera una condena clara más que espaldarazos de partido. Da hasta vergüenza ajena tanto sobajeo entre camaradas.

Además, convengamos que renunciar antes de que lo echen no tiene mérito, gracia ni heroísmo alguno. Es la mejor opción. Ellos dan un pie al lado, escriben una sentida carta de renuncia, sufren, sufren mucho y el PS evita tomar una decisión incómoda que golpearía el corazón de Bachelet y de la Nueva Mayoría. Un buen guión. Todo preparado al más mínimo detalle. Pero Chile cambió y ya no aplaude como antes actuaciones mediocres en tablas añejas y a punto de ceder.

Y usted señor Hasbún, ¿por qué no se calla? Intentar minimizar su propio Pentagate señalando que “una cosa es el enriquecimiento personal y otra muy distinta es el financiamiento de campañas políticas” es mirar en menos a un país que piensa, interpreta y entiende más de lo que creen… mucho más de lo que creen. No es un buen negocio por estos días entrar en el estéril juego de que es peor: si utilizar el poder para enriquecerse o utilizar el poder para financiar su campaña y enriquecerse al fin. Créame, así como están las cosas, no conviene.

Somos varios quienes estamos hastiados de tanta conferencia, oportunismo y revanchismo político de corto alcance. A la luz de lo que hemos visto en los últimos días nadie estaría pensando en el bien de Chile. Cada cual, Gobierno y oposición, estarían pataleando para salvar su propio pellejo, aunque eso signifique dejar el terreno libre y abierto para que el populismo se corone presidente de la patria en las próximas elecciones. Háganse responsables.

Sinceramente es triste ver cómo nuestra política, nuestros partidos y la institucionalidad se ha deteriorado en el último tiempo. Y quizás no es el hecho puntual – Penta y Nueragate- lo que más preocupa, sino cómo se han ido enfrentando ambos casos: sin perdón, sin claridad, sin autocrítica, sin sanción y sin liderazgos que ofrezcan confianza, credibilidad, altura de miras y un rumbo claro que seguir.

Cierren las salas de conferencia. Apaguen los micrófonos. Boten los discursos. Desháganse de algunos asesores de prensa. Eviten la televisión, la radio y los diarios por unas semanas y pónganse a trabajar por Chile y no por sus partidos y ambiciones de poder. Le aseguro que quién lo logre recuperará buena parte de la honorabilidad y el respeto perdido. ¿Alguien se ofrece?


Por Matías Carrasco.

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