NICOLÁS, ORGULLO Y HOMOSEXUALIDAD

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Soy heterosexual. Siempre lo fui. Desde niño que me gustan las mujeres. Y mucho. Todavía me gustan. Aunque ya elegí la mía y soy feliz. Pero nunca me he sentido orgulloso por ser heterosexual. Siento orgullo por mis logros, por mi trabajo, por los obstáculos que he ido dejando en el camino, por la familia formada o por la casa propia. Pero no por ser heterosexual. No podría sentirlo porque nunca he hecho un esfuerzo por serlo. Nací así. Y donde no hay esfuerzo, no puede haber orgullo.

Imagino que para un homosexual debe ser distinto. Ellos y ellas si podrían sentir orgullo por su condición. El homosexual sí ha hecho esfuerzos por hacerse de un espacio en la sociedad y eso, le guste o no, tiene un mérito. A diferencia de uno, ellos sí han debido remar contra la corriente, aguantar el chaparrón, enfrentar la adversidad, soportar el bullyng, vivir el rechazo y la exclusión. Y todo por tener una orientación sexual diferente a la mayoría.

Por un rato me pongo en su lugar. Imagino que desde muy pequeños, en el colegio, comienza una historia difícil, de burlas y humillación en masa. Yo también participé de esa barbarie.

Imagino por un instante lo que debe ser la adolescencia y comenzar a reconocerse distinto al resto en una sociedad mayoritariamente conservadora, machista y que castiga con fiereza la diferencia. Pienso en el miedo y en la angustia que podrían llegar a sentir.

Vuelvo a ponerme en sus zapatos. Imagino ahora el momento de asumir su condición. Lo que coloquialmente llamamos “salir del closet”. El enfrentar a sus familias, a sus amigos, a su entorno social. Sentir que decepcionan, que no son necesariamente los que sus padres soñaron para ellos y ellas y deber cargar muchas veces con la incomprensión o la desilusión de quienes más quieren.

Pienso también en los espacios de acogida. La Iglesia debía ser un lugar para ellos. Pero ahí tampoco han sido recibidos con todas las de la ley. Al menos no quienes deciden vivir su sexualidad a plenitud. Ellos quedan debajo de la mesa. Imagino ahora el sentimiento de culpa y marginación que deben evidenciar. Ahí, donde son todos bienvenidos, ellos no lo son del todo.

Y en fin. No vaya a pensar usted que está frente a un hombre de mente abierta y de un progresismo a toda prueba. No. Estaría usted en un error. Honestamente no sé si saldría a comprar el libro de Nicolás para leerlo esta noche junto a mis hijos de 6 y 4 años. Tampoco sabría con toda claridad si estoy de acuerdo con la adopción para familias homoparentales. Estoy abierto, informándome, conversando, para fijar una postura.

De lo que sí estoy convencido es que los homosexuales merecen todo mi respeto y aceptación. Y aunque no los conozco a todos – muy pocos en realidad- todo quién sufre injustamente es para mi motivo de admiración y orgullo. Y desde esa mirada se hace mucho más fácil abrir espacios de inclusión en nuestra sociedad.

No sé si es Nicolás y sus dos papás la manera más idónea o si serán otras las formas más adecuadas de hacerlo, pero pienso que tenemos el deber de formar a nuestros hijos en la diversidad, mostrándoles que es bueno ser diferente y que hay más de un camino para llegar a Roma, para llegar a Dios, para amar y para ser familia. Eso sí me pondría orgulloso.

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BERRÍOS, PUGA Y ALDUNATE: CHAPITAS DE SANTIDAD

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Un buen amigo me ha recomendado no escribir todavía. Que guarde prudencia. Que aún se sabe poco de la acusación, por lo que vale la pena esperar. Le agradezco el consejo. Pero basta ya de prudencia. Son varios los sacerdotes que han dejado su cabeza en la guillotina, que le han puesto el pecho a las balas y que han arriesgado su honra, su posición, su comodidad e incluso su propia vida por decir lo que piensan y lo que consideran justo. No los dejaremos solos ahora.

Los laicos no podemos seguir criticando a nuestra Iglesia desde la tribuna, viendo como otros arriesgan el pellejo en la cancha. Si de verdad queremos cambios, debemos asumir más protagonismo y levantar la voz con más fuerza y decisión. Si no lo hacemos, nadie lo hará por nosotros. Llegó la hora de despertar de la letanía.

Soy laico, formado por nuestra Iglesia chilena. La misma del Cardenal Ezzati y tantos otros. Desde niño, me enseñaron a un Dios misericordioso, compasivo y querendón. Un Dios de brazos largos, anchos y fuertes, capaces de abrazar a todos, sin diferencias. Un Dios que quiere como un padre a un hijo: lo educa, lo regaña, lo castiga, le raya la cancha, pero que al final del día, lo perdonará siempre. Un Dios que espera, con paciencia, el regreso del hijo que había perdido, disponiendo una gran fiesta para darle la bienvenida. Un Dios que nos eligió primero, con todas nuestras pifias. Un Dios que se hizo carne en Jesús, el valiente profeta que impidió el apedreamiento de una prostituta, aún cuando la ley de esos tiempos lo permitía. Un Jesús que abrazó a los leprosos de la época y que nos enseño a hacernos cargo y responsables de quién estaba herido y sangrando invisible al borde del camino. El Jesús de los pobres y marginados . Un Jesús que no dejó a nadie debajo de la mesa, ni siquiera a quién sabía que lo iba a traicionar. Un Jesús que se atrevió a desafiar las reglas de su tiempo a tal punto que fue finalmente humillado y clavado en la cruz.

No fui yo quién dibujó esa imagen de Dios. Fue la misma Iglesia quién me la regaló. Y es por eso que ahora, cuando Felipe Berríos, Mariano Puga y José Aldunate son motivo de revisión por parte del Vaticano, me siento engañado. O al menos, confundido por tanta insensatez. ¿No son ellos acaso un ejemplo vivo de ese Dios que se declara, canta y recita cada domingo en las Iglesias de nuestro país? ¿No han dedicado ellos su vida a quienes más sufren?

Ya lo he dicho antes. Me da la sensación de que aún sancionándolos, enviándolos a las mazmorras, atándoles un bozal o incluso expulsándolos más allá de las fronteras de nuestra Iglesia, no se acabará la rabia. No. Aún muerto el perro (en este caso, tres perros) la rabia no se terminará. A mi entender, Berríos, Puga y Aldunate son sólo la punta del iceberg de un puñado de católicos que añoran con esperanza una Iglesia más humana e inclusiva, aunque eso signifique revisar su doctrina. Y por eso muchos los siguen, los celebran y hoy los defienden, porque en el fondo de sus mensajes algo hace sentido.

Lo siento mi amigo. No pude esperar. La prudencia no es lo mío. Me pareció justo que Monseñor Ezzati y la Congregación de la Doctrina de la Fe sepan cuánto pesan estos tres sacerdotes para un montón de chilenos y católicos. No vaya a ser cosa que en unos treinta años más veamos a los mismos que hoy firman y apoyan esta denuncia – acusando a estos curas de progresistas o comunistas-  repartiendo chapitas de un Berríos, Puga o Aldunate afuera de la Iglesia, hablando con propiedad de su ejemplo de vida y santidad. ¿Le suena?

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MI AMIGO LUIS

BODA

Luis es mi amigo. Y Luis se casó hace años atrás con su mujer, esperando vivir juntos para toda la vida. Y se casó por la Iglesia, porque Luis es católico. Pero al cabo de un año, como dice la canción, todo se derrumbó y Luis se separó. Después de la caída y pasado un buen tiempo mi amigo volvió a levantarse, se volvió a enamorar y en una ceremonia simbólica se emparejó… civilmente, claro. Y de eso ya han pasado sus años.

La cosa es que a Luis y a su mujer los invitaron a participar de una comunidad de matrimonios en un movimiento de Iglesia. Y ellos, católicos y entusiastas, aceptaron. Pero antes les pidieron sus datos personales, donde destacaba la pregunta de si estaban casados por la Iglesia. Ante la interrogante, contestaron honestamente que no, porque no podían, porque mi amigo Luis cargaba con una separación a cuestas.

Y la respuesta llegó de inmediato. No fueron seleccionados. No siguieron en competencia. No clasificaron. No dieron el ancho.

Poco importó que Luis fuera una buena persona, y su señora, una gran mujer. Tampoco importó que ambos decidieran adoptar a una niña de tres años y medio, un testimonio de valentía y entrega que pocos matrimonios podrían contar. Menos importó la vocación social de la pareja, su espíritu de servicio y la familia que juntos habían construido. Nada de eso interesó. No estaba en el formulario. Sólo era menester saber si la boda de Luis y su mujer había sido “bendecida por Dios”. Y como no, no fueron incluidos.

Y acá es donde como católico me animo a levantar la voz. ¿Qué garantías nos otorga una pareja sólo por el hecho de haberse casado por la Iglesia? ¿Cuántas personas, amigos, conocidos, familiares, ¡nosotros mismos!, se han casado por la Iglesia sólo por cumplir con una legendaria tradición? ¿en cuántos de nosotros pesó de verdad esa decisión más allá del rito social, la fiesta y la lista de invitados? ¿es una pareja casada por la Iglesia, más cristiana, más católica o mejor que otras que no lo son? Por supuesto que no.

Pero aún para quienes creen lo contrario, ¿debe la Iglesia excluir a personas que han fracasado en sus matrimonios? ¿es justo seleccionar a quienes si y a quienes no sólo por el hecho de contar con un certificado religioso? ¿debe ser la Iglesia un lugar reservado sólo para nosotros, “los perfectos”, los casados para siempre? ¿debe la Iglesia insistir en prohibir la comunión a separados vueltos a casar? Pienso que no.

Estar casado por la iglesia, asistir a misa los domingos, ayunar un viernes santo o rezar el rosario, ¡no nos hace mejores a nadie!. Allá afuera, lejos de las fronteras de nuestra Iglesia, en hogares sin crucifijos, sin biblias y sin altares ¡hay millones de hombres y mujeres mucho mejores que nosotros! ¡Hay ejemplos de vida que ya se quisiera un católico de verdad! ¡Hay fracasos e historias “manchadas” de las que tendríamos tanto que aprender! Imagino que Jesús no regaló su vida sólo para ser rifada entre unos pocos.

Para que usted sepa, por estos días hay 191 Obispos reunidos en Roma en torno a los grandes temas que atraviesan a las familias del mundo entero: el matrimonio, el divorcio, métodos de anticoncepción, uniones del mismo sexo, entre otros asuntos.

Algunos están por defender la doctrina y no generar cambios y otros consideran necesario revisarla a la luz de los tiempos, abriéndose por ejemplo, a la posibilidad de que separados vueltos a casar puedan comulgar.

Como laico y católico sé que este es un asunto espinudo para la Iglesia, porque hay una teología profunda que sustenta su doctrina. Sin embargo, una mirada más humana, nos invita a hacernos cargo de miles de historias, dolores y testimonios que merecen ser escuchados y revisados en un diálogo abierto y sincero. Sin miedos, sin prejuicios, sin condenas.

Sin duda están soplando vientos en Roma. Ojalá sean de cambios.

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¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?

corazón

Hay malestar. Se siente. Se olfatea. Se percibe cierta mala onda. Donde usted vaya, donde usted mire, en cada piedra que levante, habrá ahí alguna crítica, más de una pesadez y comentarios cargados de agresividad y pesimismo.

Se instaló el descontento. Como un invitado de piedra, se nos coló el reclamo. Basta ver los posteos en diarios electrónicos o redes sociales, para darse cuenta que llegó a nuestro país la práctica de la queja fácil y la descalificación a punta de lengua. Contra todo disparamos. Con fiereza, con violencia.

Apuntamos contra el sistema. Reclamamos contra las Isapres, las Afps, los bancos, los empresarios, el retail. Es la lucha de David contra Goliat. Ellos abusan y nosotros somos, constantemente, abusados.

La enfilamos contra las Instituciones. La Iglesia, los políticos, el Gobierno, la Justicia. De un momento a otro, curas, parlamentarios, presidentes, ministros, jueces y fiscales se convirtieron en una manga de ineptos, estúpidos e inescrupulosos. Y nosotros, mientras tanto, brillamos por nuestra inteligencia y lucidez.

Usted, que constantemente se queja de todo y de todos. ¿Cree realmente que todo está perdido? Pues bien, acérquese y haga como doña Mercedes y venga a ofrecer su corazón.

Si usted de verdad piensa que este país está perdido, ¡haga algo! No se vaya a quedar en el banquillo de la plaza, tirando migas al palomar, mientras Chile se le cae a pedazos justo frente a sus ojos.

Si usted en serio siente que la política es una mierda, ¡actúe! Vaya a buscar lisoform, guantes de goma, un pato purific, mantenga la respiración y ayude a sacar la caca ¡cómo sea! Pero muévase. Si no lo hace, nadie lo va a hacer por usted.

Si cree que su Iglesia lo deja debajo de la mesa, ¡haga el reclamo! Tire del mantel, derrame el vino, haga cualquier cosa para llamar la atención. Pero eleve usted la solicitud. Si espera cambios sentada en su viejo sillón, los aires frescos nunca llegarán a su ventana.

Si su trabajo lo tiene amargado e infeliz, ¡búsquese otro! Abra nuevos caminos, actualice su curriculum, hágase una lista de conocidos, revise ofertas en el diario y péguese el salto. No deje que la pega le embarre a usted su vida.

Si piensa que la delincuencia ganó la batalla, ¡organícese! Sáquele el candado a la puerta, desactive la alarma y salga al encuentro de sus vecinos. Pídale el nombre, tómese una pilsen y coordinen con el barrio las mejores medidas para hacerle la pelea al amigo de lo ajeno. ¡Pero hágalo!

Si estima que las reformas que nos ofrecen le están haciendo mal a Chile, ¡salve a la patria! Siga el ejemplo de Swett y compañía, hágase un videíto, mándele una carta a la Presidenta, ofrézcale su ayuda a la oposición, inscríbase como voluntario, ¡pero reaccione!

Ya es tiempo que despierten los corazones y se ofrezcan para dar la batalla ¡la que usted quiera! Donde se sienta usted más cómodo y a gusto. Pero no veo otra salida: o ahoga usted su vida entre tanta queja y malestar, o la salva asumiendo usted el protagonismo.

Lo sé. En esta parte es cuando usted piensa que lo que planteo es iluso, ingenuo y utópico. Y si, puede que lo sea. Pero si nadie creyera en esto, no tendríamos hoy una Ley Emilia (impulsada por una pareja de perfectos desconocidos); o no hubiésemos descubierto aún los brutales abusos en la cúpula de nuestra Iglesia (denunciados por otros tres hijos de vecino); o no estaríamos hablando hoy de hacer reformas a nuestro sistema de educación (resultado de la porfía de un puñado de cabros y estudiantes); o Aysén seguiría abandonada a su suerte (de no ser por un desconocido y encorvado dirigente vecinal que dirigió uno de los mayores movimientos sociales del 2012 ). Y no existirían las miles de fundaciones, agrupaciones, emprendimientos y causas sociales que tanto bien le han hecho a Chile.

Si hoy gozamos de ciertas garantías, no es por azar. Es porque en algún momento de la historia, otras personas, como usted o como yo, decidieron abandonar la queja, despegarse del sillón y asumir el riesgo y el costo de dar la pelea por lo que consideraron justo. Fue su sueño, su ilusión, su utopía hecha realidad. Admirable.

Si usted es de los que cree que todo está perdido, venga a ofrecer su corazón. No será fácil, pero le aseguro que será infinitamente más feliz. Usted y quienes lo rodean.

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