Mi amigo Luis es católico, pero no puede comulgar. Después de pelearla harto se separó y hoy convive con otra mujer. Paulina tampoco puede hacerlo. Su matrimonio también fracasó y hace más de veinte años que formó una segunda familia.
Y a pesar de quererlo, no pueden comulgar porque su propia Iglesia Católica no lo permite. El matrimonio es indisoluble. Lo que ha unido Dios que no lo separe el hombre. ¿Se acuerda?
Para que usted sepa, la doctrina señala que las personas separadas no vueltas a casar, pueden libremente asistir a misa y comulgar. Sin embargo, las personas separadas que conviven con una nueva pareja o se han casado por segunda vez, no pueden participar de la comunión. Cualquier cosa contraria a estos preceptos sería, sencillamente, un pecado y un escándalo.
Pero para mi el escándalo es otro. Aún siendo católico y consciente de la norma, me doy el permiso de disentir. He visto por años la exclusión y el trato discriminatorio que como católicos hemos dado a los separados que han decidido rehacer sus vidas. Hemos sido puntualmente duros con este grupo, apuntándolos con el dedo y estableciendo diferencias entre quienes naufragaron y nosotros, los “perfectos”, los casados para siempre. Y lo peor de todo, los hemos dejado debajo de la mesa. Para ellos, que han sufrido mucho, no hay ni pan ni vino. ¿El resultado? Pena, rabia, rechazo, desilusión, alejamiento, y para muchos, un profundo dolor en el alma. Es un tema que debiese ser revisado.
Sé que lo que pueda decir yo importa poco. Incluso si lo dice uno que otro cura, también. Algunos ya se han animado a promover “aires de cambio”, pero son rápidamente llamados al orden. Pero, ¿y si lo dijera un Obispo?…si, escuchó bien, ¿si estas cosas las impulsara un Obispo?
Le quiero contar que a miles de kilómetros de aquí, el Obispo de Amberes, en Bélgica, Johan Bonny, ha escrito por estos días una carta pensando en estos temas. Le recomiendo tomarse unos minutos y revisar la reflexión en detalle en http://sinodofamilia2015.wordpress.com/ . Pero si no tiene tiempo o está disfrutando aún de estas fiestas patrias, les resumo a continuación algunas de sus opiniones. Como muestra, un botón:
1. “Las personas que están divorciadas y vueltas a casar también necesitan la eucaristía para crecer en unión con Cristo y con la comunidad de la Iglesia y para asumir su responsabilidad como cristianos en su nueva situación. La Iglesia no puede simplemente ignorar sus necesidades espirituales y su deseo de recibir la Eucaristía “como un medio para la gracia”.
2. “Para comprender la Eucaristía correctamente, tenemos que tener en mente que una gran compañía de publicanos y pecadores estaban en la mesa con Jesús (Lucas 5, 27-30); que Jesús escogió este contexto para decir que él no había venido por los justos sino por los pecadores (Lucas 5, 31-32); que todos los que habían venido de lejos y de cerca a escuchar la palabra de Jesús les fue dado compartir el pan con Jesús y los apóstoles (Lucas 9, 10-17); que cuando tú des un banquete debes invitar especialmente a los pobres, los tullidos, los cojos y los ciegos (Lucas 14, 12-14); que el padre compasivo dio el mejor banquete posible al hijo pródigo, lo que irritó a su hermano mayor (Lucas 15, 11-32); que Jesús le lavó los pies a los discípulos, Pedro y Judas incluido, antes de la última cena, y les encargó seguir el ejemplo siempre que lo recuerden a él (Juan 13, 14-17)”.
3. “Si Jesús mostró tal apertura y compasión acerca de la mesa común en el reino de Dios, entonces estoy convencido que la Iglesia tiene un mandato firme de explorar cómo puede dar acceso a la Eucaristía bajo ciertas circunstancias a las personas que están divorciadas y casadas nuevamente”.
4. Refiriéndose a la ceremonia de la confirmación: “Cuando llega el momento de la comunión, la mayoría de los miembros de las familias espontáneamente se acercan al altar para recibir la comunión. No me puedo imaginar lo que significaría para los niños y para su futuro lazo con la comunidad de la Iglesia si les rehusara la comunión en ese momento a sus padres, abuelos y a otros miembros de la familia que se encuentran en situaciones matrimoniales ‘irregulares’. Sería fatal para la celebración litúrgica y principalmente para el desarrollo posterior de la fe de los niños involucrados”.
Y así. Soy de los que cree que este tema debe ser revisado a consciencia. Y no para “acomodar” el mensaje o hacerle la vida más fácil a otros -como se defienden algunos- sino para hacer de esta Iglesia un lugar más humano, compasivo y para todos, sin exclusiones.
Sé que es un asunto complicado, donde hay teología, documentos, encíclicas y un montón de argumentos que pueden avalar la tesis actual respecto a la situación de los separados. Sin embargo, una mirada más humana, nos invita a hacer el esfuerzo para disponernos a un diálogo más abierto, sincero y fraterno. Por eso muchos esperamos con esperanza el resultado del Sínodo de la Familia del próximo 5 de octubre. Hay que dar esa pelea.