
Ayer, en el centro de Santiago, me topé con Javiera Parada. Yo estaba sentado en una banca y ella pasó justo frente a mí. La miré. Ella también me miró. Eso creo. Las mascarillas hacen perder cierta perspectiva en esto de las miradas. Pensé en saludarla, pero no lo hice. Luego, siguió su camino.
Minutos más tarde, en el metro, revisando mi celular me enteré que la misma Javiera Parada estaba siendo funada en twitter por haber celebrado la vuelta de Gonzalo Blumel a la política contingente. “Me alegro que Gonzalo Blumel vuelva a la actividad pública y más que sea a aportar en la conversación constitucional”. Eso fue lo que dijo. Le respondieron con saña. Le sacaron a su padre asesinado. La llamaron desvergonzada. Traidora. Le cuestionaron su defensa a los derechos humanos, con una liviandad y una moral que sorprende. Y todo por aplaudir el regreso de –según algunos- un “criminal”, un “asesino”, un “encubridor”, como Blumel.
Seguí escudriñando en mi teléfono. Descubrí un poema que Raúl Zurita (¡gran poeta!) le dedicó a Javiera Parada luego de ir a la Moneda a entregar una carta para propiciar el diálogo días después del 18 de octubre de 2019, en los momentos más violentos del estallido social. “¿Pero cómo pudiste Javiera, cómo pudiste sentarte con ellos si estaban con sus metralletas en ristre? (…) ¿Cómo podríamos entenderte nosotros, los nadie, si siguen manchando con sangre nuestros pobres trajecitos blancos?”. Debe ser duro que te dediquen esas palabras públicamente y además con poesía.
Recordé la carta con que Javiera Parada renunció a su partido (Revolución Democrática, del Frente Amplio) disintiendo de la acusación constitucional que por esos días se fraguaba contra el presidente Piñera. Debe ser de los textos más lúcidos que se han escrito desde el estallido. Esta vez, no habían versos. Tampoco odio, rencor, rabia, santos ni demonios. Más bien se notaban ideas, honestidad y tristeza. “En la izquierda no estamos libres de las pulsiones antidemocráticas; tampoco estamos libres de los laberintos éticos en que cayó la Concertación; en la izquierda chilena no somos inmunes al caudillismo que tanto mal le ha hecho a Latinoamérica; no tenemos el monopolio ni de la justicia social, ni de la ética, y desde luego en la historia de la izquierda hay belleza, pero también hay autoritarismo, ruido y furia” – dijo en esa oportunidad.
No conozco a Javiera Parada. Imagino que debe ser una persona como cualquiera, con luces y sombras. He visto algunas de sus intervenciones. A veces estoy de acuerdo, a veces no. Pero me gusta su manera de hacer política. No claudica en su causa (la de un país más justo y humano), pero se mantiene dispuesta al diálogo y a la razón. Defiende su postura, pero sin violencia ni espectáculo. Propone y empuja cambios profundos, pero consciente del valor de la democracia y sus instituciones. Critica al adversario, pero es capaz de mirarse críticamente a sí misma y a su sector. Y lo más importante, sigue impulsando una política sensata, reflexiva y responsable, a pesar de los altos costos que ha debido pagar y que seguramente seguirá pagando.
Es esta la política que nos puede ayudar a salir de la crisis. No la otra. No la que hemos visto desde algunos meses. No esa estridente, fanática, tramposa, revanchista y que busca hacerse valer a punta de zancadillas, engaños, amenazas y acusaciones constitucionales. Aún siendo pequeña de tamaño, Javiera Parada tiene una estatura que muchos de quienes la denigran no podrán alcanzar jamás.
Debí haberla saludado, pienso. Quizás una mano levantada hubiese sido suficiente. Era solo un gesto, un guiño. Que sepa que somos muchos quienes queremos que ella, y otros como ella, aparezcan, persistan y participen en las discusiones más importantes del presente y del futuro del país. Chile necesita – con urgencia- personas del porte de Javiera.
Por Matías Carrasco.
*Foto: emol.