SEPARADOS Y PROCESOS DE ADMISIÓN

SEPARADOS

Llegó marzo. Y con ello el nerviosismo y ansiedad de aquellos padres que están enfrentando por primera vez el proceso de admisión al colegio que siempre soñaron para ellos y sus hijos. Están puestas en esa elección buena parte de nuestras esperanzas y el futuro de lo que más queremos. Son muchos quienes postulan y escasas las vacantes. Hay estrés. Y en general los padres sufren. Lo pasan mal.

Pero hay algunos que lo pasan peor. Y me refiero a las “otras” familias. Esas que no entran en el selecto grupo de las “bien constituidas”. Hablo de separados vueltos a casar o emparejar. Aunque sea políticamente incorrecto reconocerlo en público, ellos corren, generalmente, en desventaja. Su curriculum está “manchado” y competir contra nosotros, los “casados para siempre”, se hace muy difícil. Particularmente en algunos colegios católicos, donde por su condición de “adúlteros” y la ausencia de un certificado religioso, no son siempre bien vistos.

No quiero ser injusto. No se puede echar en el mismo saco a todos los colegios católicos. Hay algunos que han abierto sus puertas a matrimonios que han fracasado y personas que han decidido rehacer sus vidas. Pero hay otros que aún se resisten a ello. Hay avances, pero falta. Urge un cambio de mirada.

Pero ¿esto ocurre en realidad?

Lamentablemente no hay datos públicos que ayuden a entender esta realidad en los colegios católicos, pero a juzgar por lo que uno ve y escucha es una práctica que persiste y un sentir que se percibe en las parejas que, en esta situación, participan del proceso. El temor a ser rechazados sólo por su condición existe. Y la sensación de pertenecer a una categoría distinta, también.

Para que usted sepa, en octubre del año recién pasado la Corte de Apelaciones de Concepción ratificó una condena en primera instancia por discriminación emitida contra un colegio católico de esa ciudad, luego que el establecimiento negara la reincorporación de una alumna porque su madre convivía con una persona distinta al padre de la menor.

“Una golondrina no hace verano” – dirá usted. Si, tiene razón. Pero la intuición me dice que hay más de una sola golondrina dando vueltas por ahí. Sería interesante conocer cifras y estadísticas de la selección de padres separados que rehicieron sus vidas en los colegios de Iglesia. ¿Alguien se anima?

Hace algunas semanas atrás el Papa Francisco instó a la Iglesia a elegir entre “ser una casta” o superar los prejuicios y el miedo para acoger a los marginados. Bonita elección. Es un desafío para buena parte de los colegios católicos el avanzar hacia una educación más inclusiva, donde todos tengan cabida, pero especialmente quiénes más sufren,  fracasan, los relegados y excluidos, que son quiénes más lo necesitan.

Es bueno que compartan en el mismo lugar aquellos que han logrado mantener un matrimonio en pie, con otros que han vivido el fracaso, sufrieron bastante y hoy se levantan con una nueva vida. Hay mucho que conversar y aprender. Aprender de la familia de Sergio y Ángeles, dos separados que hoy conviven, con los tuyos y los nuestros, y que han vuelto a intentarlo, buscándose una segunda oportunidad, a pesar de las heridas. Aprender de Cristina, una mujer abandonada por su marido, pero que decidió seguir adelante, criar a sus tres hijos sola y ahora rehace su vida con un nuevo amor. Aprender también de Rafael, un hombre soltero que acogió sin prejuicios a Luz María y sus hijos y hoy forman una gran familia.  ¿No es eso el cristianismo? ¿No es encuentro y perdón? ¿no es resucitar después de la muerte y volver a empezar? ¡Tenemos tanto que aprender!

Jesús no los dejaría afuera. No lo hagamos nosotros.


Por Matías Carrasco.

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LA IGUALDAD DE SEBASTIÁN

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Se equivocó Sebastián. Metió las patas el hijo de la Presidenta. Su madre no debe estar contenta. Mientras ella ha enarbolado con convicción y entusiasmo la bandera de la igualdad, su primogénito va y concerta una reunión con el controlador y Vicepresidente de uno de los bancos más importantes de Chile. Tras cartón, la sociedad de su señora recibe un crédito de $6.500 millones a días de que Bachelet se coronará, por segunda vez, flamante mandataria del país.

¿Es delito? No. Hasta el momento nada se le ha comprobado a Sebastián. Pero no es muy bien visto que el hijo de la Presidenta se reúna con el dueño de un banco para gestionar un préstamo para su propio negocio mientras el resto de los chilenos lo debe hacer con su ejecutivo de cuentas, con todo el trámite, papeleo, tiempo, frustración y desgaste que eso significa. Convengamos entonces que no estamos compitiendo en igualdad de condiciones ni en una cancha pareja con Sebastián. De alguna manera su privilegiada reunión con Andrónico lo ubica en el grupo de “los poderosos de siempre”, ese clan tan denostado por la actual administración. ¿Me sigue?

Mientras, en el Chile de la señora Juanita, el ciudadano de a pie y la tan manoseada clase media, ¿qué pensará ese esforzado microempresario que hace meses viene tramitando un crédito para hacer crecer su almacén y aún no tiene respuesta de su banco? ¿Qué cree usted que le han rechazado su crédito hipotecario más de alguna vez por no contar con todos los requisitos que exige su institución bancaria? Seguramente pensará lo mismo que yo. Y es que a Sebastián le prestaron los diez millones de dólares, para una naciente pyme con $6 millones de patrimonio, sólo por ser el hijo de la Presidenta Bachelet. Y eso no es precisamente meritocracia. Y eso no es bueno para Chile. Y eso, paradojalmente, aumenta la sensación de desigualdad.

¿Es ilegal? No, hasta ahora no existe ilegalidad alguna probada en contra de Sebastián. Sin embargo, hace tiempo que en Chile, y en buena hora, se está comenzando a hacer la distinción entre lo lícito y lo ético y moral. Aún cuando no se verifique delito o ilegalidad, lo de Dávalos es, a mi juicio, reprochable. Y lo es porque un personero público –ad honorem o no- debe ser y parecer un servidor probo e intachable. Y ese encuentro con Luksic, y la posterior aprobación del crédito y la compra de las 44 hectáreas en Machalí despiertan, al menos, suspicacias. ¿Tenía Sebastián información privilegiada del proceso del cambio al plan regulador? ¿Es prudente que el hijo de la Presidenta participe de un negocio cuya rentabilidad depende en gran medida de la aprobación de un cambio normativo que el mismo Gobierno de su madre debe, en parte, aprobar o rechazar? Y no son preguntas que me hago sólo yo. Se la están haciendo ahora mismo miles de personas.

Se equivocó Sebastián. Y se equivoca el Gobierno en bajarle el perfil a la situación. Y se equivoca también la derecha al tratar de empatar su propio Pentagate con este caso. Hay millones de chilenos allá afuera que no les interesa si son de derecha, centro o izquierda. Tampoco les importan las rencillas políticas y peleas de poder a las que nos tienen acostumbraros personeros de Gobierno y oposición. Lo único que queremos una buena parte de chilenos y chilenas es política de la buena, verdaderos servidores públicos, menos excusas y explicaciones y autoridades capaces de pedir perdón, reconocer sus errores y rectificar, cueste lo que cueste y venga de donde venga. Todo, por el bien de Chile y la tan anhelada igualdad.


Por Matías Carrasco.

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NI TAN PRO VIDA NI TAN PRO MUERTE

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Parto estas líneas celebrando el derecho de miles de chilenos de expresarse en contra del proyecto de ley del aborto terapéutico. Para muchas personas éste es un tema de primerísimo orden, donde se juega literalmente la vida y las convicciones más profundas de cada ser humano.

Asimismo, es bueno para Chile que la gente se movilice por sus propias causas, que levante banderas, que se organice y decida dejar su cómodo sillón de una tarde de domingo para salir a la calle y defender lo que consideran justo.

Es por eso que destaco las cartas al director, los debates que comienzan a aparecer en programas de televisión, las declaraciones de distintos movimientos y fundaciones contrarias al aborto, la opinión de médicos y especialistas, los testimonios de quienes han vivido estas situaciones en carne propia, los comentarios en las redes sociales y las marchas que, tarde o temprano, volverán a aparecer por nuestras avenidas.

Sin embargo, hay algo con lo que debiéramos tener cuidado y que se asoma con regularidad en esta discusión. Y es esa cierta arrogancia y autoridad moral que se instala desde quienes dicen “defender la vida” en contra de aquellos que buscarían “avalar un crimen” al apoyar el proyecto de ley.

¿Podemos catalogar de “pro vida” a quienes se oponen a la ley de aborto terapéutico? No. Al menos desde mi mirada la vida es mucho más que su concepción y alumbramiento. Hay todo un camino por delante donde esa misma vida debería ser defendida con la misma pasión, convicción y valentía. Y tengo la impresión de que son pocos, muy pocos, quiénes se dedican los 365 días del año a hacerlo y menos los que luchan todos los días por prevenir los abortos que ocurren a diario en Chile. Para el resto, colgarnos la chapa de “pro vida” sólo por mostrarnos contrarios al proyecto de ley, me parece presumido.

¿Y podemos catalogar de “pro muerte” a quienes apoyan el proyecto de ley? No. Es que no creo que quienes viven en carne propia un embarazo producto de una violación, clínicamente inviable o que pone en riesgo la vida de la madre y dudan,  sean “pro muerte”, sino más bien seres humanos que están en medio de una feroz encrucijada moral.

Imagino (aunque cuesta imaginárselo de verdad) el calvario que viven los protagonistas de situaciones como ésta. Cuando toda madre embarazada espera una fiesta, a muchas les toca un funeral. Lo de ellas es sencillamente una situación extrema, excepcional y horrorosa.

Y es por ellas que me quedo pensando. Y es por ellas que creo que esta discusión debe ser abordada con extremo cuidado y respeto. Imagino que esos padres ya tienen bastante con lo suyo, para además tener que bancarse la mirada acusadora de miles y miles de personas.

La vida no es blanca o negra, matices hay por montón. Y cuando esta discusión recién comienza, deberíamos evitar caer en la fácil práctica de encasillarnos en grupos “pro vida” y “pro muerte” o creernos mejores por levantar una bandera de lucha que, simplemente, no estamos ni cerca de conocer en toda su magnitud. Hay una gran tragedia en el medio que hay que saber pesar y empatizar.

Yo estoy en contra del aborto. Al final, cada uno fijará su posición, pero la invitación es a discutir en respeto y en voz baja, porque estamos en medio de un funeral.


Por Matías Carrasco.

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