TOLERANCIA… ¡¡CERO!!

villegas

No estoy de acuerdo con Fernando Villegas. No creo que haya “pasado la vieja” en materia de derechos humanos. Pienso que, tarde o temprano, las cosas se irán sabiendo, los pactos de silencio tendrán que romperse y la verdad aparecerá para, junto con ella, hacerse justicia. Y espero que así sea en el caso de Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri, que vuelve a tener a buena parte de Chile horrorizado por un macabro crimen. El sinceramiento del ex conscripto Fernando Guzmán después de 29 años y el presuroso avance en la investigación por parte del juez Carroza, parecen ser una señal de esperanza.

Pero tampoco estoy de acuerdo con la destemplada reacción que generaron los dichos del panelista de Tolerancia Cero en las redes sociales y la opinión pública. De todo le dijeron al escritor y columnista. Lo menos, que era miserable, desalmado e inhumano. Si hasta una conocida librería de Providencia, en señal de repudio, decidió sacar sus libros de las vitrinas y devolverlos a la editorial. Y aunque están en todo su derecho, me parece que se equivocan.

Si uno revisa el programa emitido el pasado domingo en Chilevisión, se dará cuenta que lo que plantea Villegas más que un deseo de que “pase la vieja” es más bien una crítica al sistema, a las instituciones y una lectura poco auspiciosa sobre la verdadera reconciliación y el perdón en el país.

Su tesis parte por reconocer que “lamentablemente” las instituciones en Chile, la militar incluida, no están interesadas en conocer la verdad sino que en asegurar su propia supervivencia. Continúa criticando el gobierno de la transición y los que siguieron a la dictadura, por privilegiar el orden social por sobre el esclarecimiento de casos de violaciones a los derechos humanos. Porfía en su argumento y enfatiza que ve difícil que se revele toda la verdad y que las personas no se guían por la decencia y la compasión, sino por sus propios intereses. Y en este contexto es donde larga la ya famosa frase: “Pasó la vieja. Chile está en otra”. Más que su voluntad por querer enterrar este tema, me pareció una crítica a nuestra sociedad.

No conozco a Villegas. Nunca he leído alguno de sus libros. He intentado seguir sus columnas, pero no logro descifrar tanta densidad. Reconozco que su pluma y opinión han caído en ese lugar común tan instalado en el Chile de hoy donde “todo está mal”. Pero me parece que en esta oportunidad se le ha cargado la mano. Porque uno podrá encontrarlo pesimista (se lo dijo la propia Carmen Gloria Quintana); podrá refutarle sus ideas (lo hizo también Matías del Río por comparar los gobiernos de la Concertación con la dictadura); e incluso podrá pensar que lo que dice es una soberana estupidez. Pero no veo mala intención en sus palabras. Sólo una mirada negativa de la realidad y una honestidad brutal para decirlo sin desparpajo. Pero no había allí – desde mi punto de vista- ninguna desacreditación a la justa lucha que está dando Carmen Gloria y la familia de Rodrigo Rojas por encontrar la verdad que por tantos años han buscado.

Nunca sabremos cuántas de las miles de personas que descargaron toda su ira en contra de Villegas vieron realmente el programa o se dieron el tiempo de revisar sus declaraciones en su debido contexto. Tampoco sabemos todas las razones que llevaron al dueño de la librería a, velozmente, eliminar los escritos del sociólogo de sus estantes. Lo único cierto es que por estos días, de tolerancia ¡cero!


Por Matías Carrasco.

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CHILE HERIDO

chile herido

Es tentador tirar a matar. Me refiero a la tendencia ya generalizada de descalificaciones y ofensas al Gobierno, a la Presidenta, a políticos y parlamentarios.

Y digo tentador porque se hace muy difícil restarse a una masa que avanza con tanta fuerza y tan decididamente a dispararle a su adversario. Si asesta un golpe, será celebrado y levantado en andas. Si intenta ponerse en el camino, lo empapelarán con palabrotas y saludos a su madre.

Es tentador además porque día a día conocemos nuevos antecedentes que nos vuelven a dar razones para tomar el revólver y poner un certero balazo. Que los viáticos, que las reformas, que la economía, que todos x Chile, que Pinto Durán, que las campañas, que el financiamiento, y toda esa vaina que ya conocemos. Tenemos rabia, mucha rabia acumulada, y eso parece motivo más que suficiente para querer verlos a todos mordiendo el polvo y pidiendo perdón.

Es tentador denostar porque, misteriosamente, nos deja un gusto dulce en la boca. Es como si encontrar imbécil al del frente nos pusiera a nosotros a la altura de Stephen Hawking y su afición por el universo, las galaxias y hoyos negros. Es como si en el contraste se nos hinchara el pecho y nos jactáramos de lo macanudos que somos frente a una tropa de  incompetentes. Ellos y nosotros. Cuestión de falso y triste ego, creo yo.

Con todo, es tentador sumarse a este deporte nacional. Pero ciertamente, no trae ningún beneficio. Todo lo contrario.

Es evidente que Chile hoy vive momentos difíciles. Pero podría ser harto peor si echamos abajo las instituciones que sostienen y garantizan nuestra democracia.

Lo sabemos. Otros ya han dado la primera estocada y han hecho daño. Y mucho. Pero el lenguaje también construye realidades y aunque no lo crea, como usted se refiera a las autoridades en su casa, en su oficina o en redes sociales, influirá finalmente en la imagen, credibilidad y confianza del país.

Por eso insistir en decirle «guatona» tal por cual a la Presidenta (perdóneme el sinceramiento de esta práctica), no aporta ni ayuda en nada. Más bien debilita la institucionalidad presidencial y aumenta los niveles de violencia e intolerancia en la sociedad.

Lo mismo sucede cuando trata de ladrones a políticos y parlamentarios, sin distinción. Lo único que logra es avivar el fuego que amenaza con hacer arder a los Partidos, la Cámara y el Senado.

«¿Y qué importa?» – pensarán algunos – «si lo merecen». Importa, y mucho. Porque de tanto disparar, de tantos memes retwiteados, de tantas ofensas destempladas, terminaremos por hacerle creer a todo Chile que efectivamente estamos siendo liderados por imbéciles, sinvergüenzas y delincuentes. ¡Todos! Y cuando eso ocurra, según auguran los expertos, estaremos ad portas del arribo de un nuevo y flamante caudillo. Esos con oratoria, buen verso, lejos de los partidos e instituciones que nosotros mismos ayudamos a desprestigiar y enterrar.

Y ahí sí, definitivamente, estaremos en problemas.

Por eso es bueno que cada uno le tome el peso a la responsabilidad que tiene entre sus manos o en la punta de su lengua. Levante su descontento, haga ver su disconformidad, sea crítico y duro si quiere, pero hágalo con respeto, altura de miras, análisis y, sobre todo, matices. Le aseguro que parecerá más inteligente y creíble que si intenta desenfundar nuevamente su arma.

Es tentador tirar a matar, ¡pero cuidado! que alguien podría resultar herido: usted, yo o Chile.


Por Matías Carrasco.

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RÍASE

risa

Me mandaron a reír. Luego de enviarle un sesudo comentario de actualidad por whatsapp a un buen amigo, en vez de enganchar me devolvió un video viral, sin importancia, de esos livianitos pero graciosos. Y junto con él, el mensaje: “ríete”.

Y tiene razón. Es cierto que hay demasiados frentes abiertos para mantener el ceño fruncido y serio el semblante. Convengamos además que la gravedad tiene ciertos aires de intelectualidad y la risa, usted sabe, abunda en la boca de los tontos. Por eso pareciera más auspicioso seguir en “modo denso” y continuar con un profundo análisis, de todo y de todos.

La chispa del chileno se ha perdido. El buen humor que nos caracterizaba ha ido quedando atrás. La nube gris nos persigue y nos está comenzando a teñir la mirada. Chile se nos fue a negro y en cada cosa vemos maldad, sospecha y suciedad. Y sobran los motivos. Porque vaya que hay temas por estos días. Como si fuera un presagio, una señal, hasta la basura se ha convertido en un asunto preocupante. La licitación también se fue al tacho de la desconfianza.

No se trata de minimizar lo que nos pasa, de tapar todo lo que ya se ha destapado ni de esconder debajo de la alfombra lo que ya fue descubierto. Chile está en problemas. Pero, ¡en problemas! No estamos asistiendo al final de sus días, ni al ocaso de un país, ni al despeñadero, ni a la nueva Cuba del siglo XXI, ni al far west. Estamos bailando con la fea, ¡pero seguimos bailando!

Lo que preocupa es que hoy la queja está ganando la batalla, ¡por lejos! Haga la prueba. Dispare a matar, a cualquier cosa, y le prometo que recibirá aplausos. Intente otra vez. Generalice en esta oportunidad. Diga que todo está mal, que todos son narcos, que todos son corruptos e incompetentes (menos usted) y que todos son ladrones y abusadores. Victimícese. Volverá a recibir elogios. Descalifique ahora. Tírele con fuerza al Gobierno. Volverán a aplaudirlo. Y si es del bando contrario, escúpale en la cara a la oposición. Le sobaran el lomo. Eso vende.

Se nos deprimió esta larga y angosta faja de tierra. Paradójicamente a un país rico en minerales, le está faltando el litio. Para equilibrar las cosas digo yo. La queja y los malos augurios más que un síntoma se están convirtiendo en nuestra enfermedad.

Estamos hechos una lata. Uno a uno nos hemos ido contagiando. Estamos cayendo como moscas en esta silenciosa epidemia. Nos estamos convirtiendo en ese indeseable personaje que siempre está “ahí no más”, pase lo que pase, preso de su malestar, sus excusas y circunstancias. ¿Cómo voy a estar bien si Chile se cae a pedazos? Difícil será sostenerlo con tanto pesimismo.

Por eso reír puede ser un buen consejo. Soltar una buena carcajada puede activar los músculos, oxigenar la sangre y devolvernos el alma al cuerpo. Seguramente, como un día después de la lluvia, volveremos a ver la cordillera. Los problemas seguirán ahí, pero atrás, majestuosa estará la cordillera, como recordándonos que a pesar de todo, siempre habrá cumbres, paisajes y horizontes que disfrutar y celebrar, más allá de esa pesada nube gris.


Por Matías Carrasco.

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CARENCIAFOBIA

bomba bencina

Bastó un rumor, una alarma instalada en las redes sociales para que varios salieran raudos a las estaciones de bencina a repletar los estanques. Cundió el pánico. Terror por quedarse, literalmente, vacíos.

Es que al parecer tenemos que estar llenos para sentirnos a salvo. Cueste lo que cueste. Y en eso cada cual se rasca con sus propias uñas. Si otros llegaron tarde a la repartición de combustible, ¡allá ellos!… yo sonrío con mi ración a cuestas, como un trofeo. Ese gustito por sentirnos ganadores.

Quedamos en evidencia. Sin darnos cuenta le contamos al mundo nuestra enfermedad y su categórico diagnóstico: carenciafobia.

No soportamos la carencia o “la falta de”. Aunque la necesidad sea minúscula, superficial, momentánea. No lo toleramos. Necesitamos sentirnos seguros hasta la médula.

Por eso tenemos farmacias en cada esquina. Por eso coleccionamos seguros de autos, de incendio, de vida, de viaje, de urgencias y accidentes.  Por eso el APV, para engrosar la canasta de una vejez que ni siquiera sabemos si vamos a llegar a vivir.

Y así, hebra a hebra vamos tejiendo la red de nuestra seguridad. Y cuando por alguna razón, un punto se nos corre, asistimos todos en masa, urgidos y desesperados para tironear con fuerza de los hilos, ponerlos de vuelta en su lugar y volver a sentirnos en paz, cobijados en nuestra propia telaraña.

Quizás sea la carenciafobia la que nos mantiene alejados. Estamos tan ocupados abasteciendo nuestras despensas y botiquines que así se hace imposible mirar al del lado. ¡No somos capaces de aguantar tan solo el rumor de quedarnos sin unos pocos litros de bencina y vamos a ser capaces de atender al vecino! Ni qué hablar de los más pobres. Tanta precariedad simplemente no nos cabe en la cabeza. Por eso vivimos en una sociedad que prefiere ni mirarlos, para ahorrarnos un cuadro crítico de angustia y ansiedad.

Pero hay una esperanza. En la carenciafobia – como en toda fobia- la reacción es exagerada, intensa e irracional hacia un estímulo que nos parece gigante e inabordable, pero que en realidad no lo es. Y si nos ponemos en el peor de los escenarios, ¿que nos hubiese pasado algunas horas sin octanos? No mucho. Tal vez un mal rato. Tendríamos que arreglárnosla de otra forma. Pedir ayuda. Bajarnos del auto. Caminar. Compartir un paradero. Relacionarnos con otros. Subirnos al Transantiago. Apretarnos. Transpirar. Tocarnos. Inevitablemente tocarnos. Priorizar. Dejar de hacer algunas cosas. Convertirnos en un ciudadano de a pie. Nada muy terrible. ¿Se da cuenta?

Con una buena terapia saldremos adelante. Pero antes debemos asumir nuestra enfermedad. Mientras tanto podemos estar tranquilos. La empresa ya desmintió cualquier desabastecimiento y las estaciones de servicio volvieron a estar vacías. Podemos seguir andando.


Por Matías Carrasco.

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