EL CIRCO

LUKSIC

Si creía que antes nadie lo conocía, ahora Andrónico Luksic debe pensar justamente lo contrario. Su video, su rostro y sus declaraciones han sido ampliamente difundidas y comentadas en redes sociales, televisión, radio y prensa escrita. Ha sido también criticado y motivo de burlas, memes y toda esa faramaña que ya conocemos.

Como hombre público y empresario influyente – hoy en el ojo del huracán por el caso Caval y el proyecto Alto Maipo- debiera dar las mayores señales de transparencia para una sociedad que cambió y desconfía – con razón – del hermetismo y el silencio.

Por eso lo mejor habría sido dar una entrevista como Dios manda. Pero, para bien o para mal, este fue un primer y sorpresivo paso. Ojalá dé uno más y acceda a enfrentar todos los temas en terreno neutral, con preguntas, contra preguntas y periodistas de verdad.

Pero, para ser justos, esta es la segunda parte de la historia.

Porque este cuento parte con un diputado que en mitad del hemiciclo, histriónico y enérgico, acusó al empresario de delincuente y lo llamó, simplemente y sin ambages, un hijo de puta. De puro entusiasmo, Gaspar Rivas le sacó la madre a colación. Pero hoy parece ser más rentable pegarle al empresario  que echarle un vistazo a la conducta del “honorable” que originó todo este entuerto.

¿Es valiente el diputado? No, de ninguna manera. No tiene coraje alguno su aventura. Decir lo que dijo sentado en la butaca del Parlamento y con un grueso fuero cubriéndole el pellejo no tiene mérito. Menos si lo que recibirá a cambio es una reprimenda de la Comisión de Ética de un alicaído Congreso. Para eso me quedo con  los humoristas del Festival de Viña del Mar que abusaron del recurso del insulto obteniendo de vuelta una brillante gaviota y la ovación de un público sediento de sangre fresca.

¿Es responsable el diputado? Menos. Un diputado está llamado a investigar y fiscalizar y de ninguna forma a ofender como lo haría un twitero pasado de rosca o un irascible encapuchado. Sea a quién sea y venga de donde venga. Si Rivas tiene pruebas que inculpen a Luksic como un delincuente, que las presente, investigue y lo demuestre. Seré el primero en aplaudirlo. De lo contrario, lo demás es música y de la mala.

¿Es populista el diputado? Sí. No se explica de otra manera. Hizo lo que pedía la galería. Ofendió a quién hoy es popular hacerlo. Avivó el juego fácil y simplón de los poderosos de siempre versus una sociedad hastiada de abusos y escándalos. Y de pasada, se hizo famoso.

Pero aún así, la embestida de Rivas encontró eco en alguna parte de Chile que lo celebra, azuza y proclama como el nuevo paladín de la justicia.

¿Por qué?

Porque lamentablemente nos estamos acostumbrando en la política, en la oficina, en la calle y en la casa a tomar el camino corto, a encasillarlos a todos, a quedarnos con el título, sin tiempo ni ganas de pensar, informarnos y contrastar ideas, y simplemente tirar a matar. Peligroso.

Por su peso e importancia en el desarrollo de Chile le pido más a Andrónico Luksic y a los grandes empresarios del país. Pero no puedo dejar pasar – no al menos yo- la triste y pobre intervención que levantó toda esta polvareda. Chile merece mucho más que circo.

 


Por Matías Carrasco

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UN PAÍS MEJOR

AYLWIN

La muerte siempre nos propone una tregua, un espacio vacío y una pausa profunda. Cuando llega,  golpea, sacude, nos saca del camino y nos deja mirando en otra dirección. Por eso la muerte del Presidente Aylwin y el duelo nacional de tres días pusieron a Chile en un paréntesis, en una necesaria, oportuna y corta espera.

En medio de la bataola, nos dimos un respiro. Cambiamos ofensas por homenajes. Gritos por silencio. Euforia por reflexión. Divisiones por encuentros. La guerra de todos los días por una paz pasajera pero sincera.

Cambiamos puñales por abrazos. Desprestigio por admiración. Descalificaciones por respeto. Iglesias encendidas por una catedral repleta de sentido, cariño y oraciones por Chile. Cambiamos crisis por esperanzas. Mentiras por honestas condolencias. Rabia por gratitud. Por sólo unos días fuimos un país mejor y conmovedoramente republicano.

El luto trajo calma a una tierra agitada, intolerante, atribulada y quejumbrosa. La muerte nos regaló sensatez y nostalgia. Miramos atrás y recordamos con una mezcla de orgullo y añoranza el tiempo en que fuimos capaces de ponernos de acuerdo, abandonamos odios y aceptamos nuestras diferencias para construir juntos, vencedores y vencidos, nuestra democracia.

Esta semana echamos de menos la buena política, a servidores de otra época, algunos dispuestos a arriesgar y sacrificarse por Chile y el bien común. Revivió por un instante ese pueblo que hablaba de perdón y reconciliación. Extrañamos también una sociedad distinta: comprometida, haciéndose cargo, consciente de su derecho y su deber, capaz de devolverle cívicamente a Chile su libertad.

Chile, en su paréntesis, se vio bien. Lució amable, diverso, sensible y tolerante. Vimos a un país mayoritariamente emocionado. No debemos olvidar los gestos que generosamente nos mostró.

Adversarios y enemigos políticos presentes en el funeral del ex Mandatario. Una histórica y dura derecha haciéndole guardia y honores al féretro del líder de la otrora Concertación. El ex Congreso, símbolo de una política hoy difamada, abierto a una pública, ciudadana y solemne despedida. Miles de hombres y mujeres en las calles a la espera del paso de la carroza para despedir entre flores y pañuelos a un hombre bueno. Y la familia Aylwin, sencilla y gentil, entregando a su esposo, padre, hermano y abuelo a un adiós popular.  Un país unido, como hace tiempo no lo hacía.

Por eso, ahora que se acabó el entierro y todo vuelve a la normalidad, ahora que entramos de nuevo a la pelea chica, estridente y mezquina, no debemos olvidar: Chile puede ser mejor. 


Por Matías Carrasco.

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RESPETO, EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE

Patricio Aylwin Azócar

Pido respeto por la muerte del Presidente Aylwin. No caridad ni complacencia, sino simplemente respeto.

Al lado de las muchas declaraciones, homenajes, sentidas palabras y críticas también, se escuchan a lo lejos destempladas ofensas para el líder de la transición a la democracia. A ellos,  a los de sangre caliente y gatillo fácil, les pido respeto.

Sé que es difícil hacerlo hoy. El horno no está para bollos. Hace tiempo ya que perdimos la capacidad de mirar la realidad con todos los elementos puestos arriba de la mesa. Hoy vende mas una frase violenta, categórica y encendida que un análisis de medido calibre.

Uno podrá estar de acuerdo o no con la gestión del Presidente Aylwin. Hay espacio para alabanzas y también para justificadas diferencias y cuestionamientos. Pero las acusaciones de cobarde, traidor y otros epítetos de mayor tonelaje están de más. Son, a mi juicio, el reflejo de personas que ya levantaron sus murallas y se resisten a bajarlas para mirar la realidad con todos sus surcos y honduras.

La historia no puede ser juzgada sino en su real y verdadero contexto. Obviar la realidad política y social del Chile de principio de los noventa, la importancia y el peso de Pinochet  como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, las heridas recientes, una sociedad polarizada y la parte que al propio Salvador Allende le cupo en toda esta trama, es querer tapar el sol con un dedo o simplemente no querer mirar.

La vida y la política no son solo entusiasmo, voluntarismo y buenas intenciones. Y a Patricio Aylwin le tocó liderar una época  compleja, dónde hubo que aceptar dolorosas derrotas, principalmente para los familiares de las víctimas, para asegurar otras victorias y, como dice Ascanio Cavallo, devolverle la paz a Chile.

¿Se pudo haber hecho más? Vaya a saber uno y vaya a saber con qué costos para el país. Uno podrá mantener siempre en lo alto un ideal, pero intentar alcanzarlo de un sopetón puede ser peligroso y terminar mal. Ejemplos de eso en la historia hay por montón. Los verdaderos ideales – democracia incluida- se logran paso a paso, sobre todo después de una sangrienta dictadura de 17 años, un país de posiciones encontradas y cuarteles alertas y vigilantes.

Ojalá en el Chile de hoy existiesen políticos y ciudadanos más dispuestos a conversar, lograr acuerdos, generar espacios de encuentro y reconciliación y anteponer por sobre intereses personales o partidistas el bien de todo un país.

Sé que es difícil hacerlo. Sé que estamos a la defensiva, cada uno en sus trincheras, ansiosos de dar una nueva estocada y abanicándonos con nuestras propias verdades. Por eso lo pido en la medida de lo posible. Respeto por la muerte del Presidente.

 


Por Matías Carrasco.

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UN NUEVO TRATO

Papa-Francisco-Eucaristia

No estaban tan locos. No eran activistas ni debían ser expulsados de la Iglesia. Quienes han promovido públicamente la posibilidad de la comunión a separados vueltos a emparejar tenían algo de razón. Lo suyo no era una pelea perdida. Había entre la gente, había en el Vaticano, se alojaban entre Obispos y Cardenales, pequeñas brasas que prendieron una luz de esperanza. Al menos para quienes creemos que la mesa está servida para todos.

Así lo dice el Papa en Amoris Laetitia, la Exhortación PostSinodal donde Francisco resume las enseñanzas que dejaron dos Sínodos (2014 y 2015) sobre la familia y asuntos de moral sexual. Jorge Bergoglio enfatiza en el documento que las personas divorciadas o que viven una nueva uniónno sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio”.

Así las cosas el Papa insinúa – sin plantearlo expresamente- el acceso a la comunión de los matrimonios “irregulares”, centrando la decisión en el discernimiento personal y pastoral, caso a caso, sin normas canónicas generales. “Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas (…) Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares” – dice.

No es para hacer una fiesta, pero para los tiempos de la Iglesia es un avance. Allí donde había una puerta celosamente cerrada, hoy queda entreabierta. La Iglesia de ninguna manera baja su ideal de matrimonio, pero plantea una mirada más comprensiva y amable con quienes han fracasado. “Hay que reconocer que hay casos donde la separación es inevitable. A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la explotación, la ajenidad y la indiferencia”. No es una declaración menor. Habla de una Iglesia que decidió sacarse sus zapatos de suela gruesa y poner los pies en el barro.

Algunos, cansados y decepcionados, ya abandonaron el buque. Se fueron. Otros pensarán que la Iglesia llegó tarde o que lo aquí planteado resulta insuficiente. Y en parte comparto esa opinión. Personalmente hubiese preferido una apertura mayor y una inclinación expresa y clara a la comunión de separados que han decidido rehacer sus vidas. Pero, a pesar de mi entusiasmo, no puedo desconocer una historia de más de 2.000 años, una doctrina fundamentada y férreamente instalada y la existencia de distintas posturas al interior de la misma Iglesia. Lo que para muchos nos parece una buena noticia, para otros es motivo de escándalo y el triunfo del relativismo postmoderno. De todo hay en la viña del Señor.

Lo importante, creo yo, es el cambio de tono y de mirada. La roca se corrió. Al menos se removieron algunos obstáculos que nos impedían vernos con más empatía y cariño. Y lo revelador es que por muy pequeño o minúsculo que parezca este paso, se puede. No sé en cuánto tiempo, con cuántos esfuerzos y cuántas batallas, pero se puede. Es posible soñar con una Iglesia menos santa, más inclusiva y humana. Hay que insistir. Sobre todo los laicos, tenemos que insistir.

Ojalá no sean sólo los diarios quienes informen sobre las conclusiones de Amoris Laetitia. Sería deseable que las mismas autoridades de nuestra Iglesia se encarguen de comunicarlo con entusiasmo y apertura. Es, para muchos, motivo de alegría. En las iglesias de todo Chile, a la hora del sermón o de la eucaristía, podría ser un buen momento para compartir con laicos y laicas las enseñanzas y esperanzas de este nuevo trato. Sería justo, dignificante y tremendamente necesario.

 


Por Matías Carrasco.

 

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YO SOY UBER, PERO…

Person using the Uber app

Yo soy Uber. Así están todos. Es la bandera que flamea por estos días. Aparecen como callampas nuevas columnas, twits, opiniones y cerradas defensas a la aplicación que llegó para mejorar el transporte público y que hoy se ve amenazada por una tropa de taxistas indignados. ¡Claro! Ellos pagan un permiso especial, fijan sus precios, deben estar inscritos en el registro nacional de servicios de transporte de pasajeros, tienen que contar con un seguro y someter sus vehículos a revisión dos veces al año. Uber, no.

Y yo también soy Uber. Celebro el emprendimiento, la innovación y el aporte de las nuevas tecnologías. Es una idea bien pensada: mejora la movilización, descongestiona la ciudad, genera nuevas fuentes de trabajo y entrega al usuario una solución cómoda, segura y de calidad.

Pero – siempre hay uno – no es legal, según acusa el Ministerio de Transportes. Al menos en Chile no existe una normativa para regular este genial invento. Y por más que la compañía se defienda diciendo que no son un servicio de transporte sino una “solución tecnológica”, basta asomarse a la calle para darse cuenta que es la misma cosa. Algunos acusan competencia desleal y el mismo Gobierno ha enfatizado en la ilegalidad de la actividad.

Pero – aquí lo interesante – no nos importa. Esta vez hacemos vista gorda a la irregularidad. Ahora da igual si andamos por la cornisa de la ley o en el límite de lo permitido.

¿Por qué?

Simplemente porque nos conviene y nos beneficia. La oportunidad está al alcance de la mano. Ahora sí nos tocó. Está frente a nuestras narices y huele bien. No la podemos dejar pasar.

Cuando son políticos, ponemos el grito en el cielo. Los queremos ver caer, arando el piso, desfilando en tribunales, afligidos, sin cordones y tras las rejas. Cuando son empresarios, rasgamos camisas, pantalones, chalecos y todas las vestiduras. Exigimos las penas del infierno. Clamamos justicia. Y con razón.

Pero cuando se trata de nosotros, no. Ahí si que es distinto. Mejor ni mirar, para no enterarnos. Quizás por eso es que utilizamos y defendemos un servicio que, nos están diciendo, es ilegal. Y razones encontraremos montones: que las malas prácticas de los taxistas, que se lo merecen, que más que un ilícito es el aprovechamiento de un vacío legal y que debemos adecuarnos a un nuevo mundo. Tal vez argumentos parecidos que llevaron a nuestra clase política a financiar sus campañas irregularmente, a empresarios a acordar precios o a distintas personas a poner sus platas en los ya famosos paraísos fiscales. Situaciones diferentes pero con denominador común: en beneficio de mis propios intereses, bypass a la ley.

Al final no son solo ellos, somos también nosotros. Si nos medimos con la misma vara nos daremos cuenta que nos transportamos al margen de lo legal, navegamos en softwares piratas y disfrutamos con nuestros hijos de una película descargada sin pagar en una salita acogedora, recién ampliada y sin regularizar. Así no más es. ¿Le suena? Ahí está el poncho.

No hay que sacar a Uber de circulación. Hay que buscar una norma que le permita existir y convivir en buena ley. Esa misma que, cuando nos conviene, dejamos simplemente pasar.

 


Por Matías Carrasco.

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