¿QUÉ ES VERDAD DE TODO LO QUE SE PUBLICA?

obispo juan barros

No gustó. Sencillamente la designación del nuevo Obispo de Osorno, Juan Barros, encendió nuevamente las alarmas en algunos sectores de la Iglesia y de la sociedad ¿La razón? Su cercanía a Fernando Karadima (es uno de los cuatro Obispos formados por él) y las públicas acusaciones que le han achacado algunas de las víctimas del ex párroco de El Bosque.

Para que usted sepa, una vez conocida la noticia del nombramiento, las víctimas hicieron rápidamente sus descargos. James Hamilton acusó a Barros de destruir las primeras cartas de denuncia contra Karadima, y Juan Carlos Cruz señaló que el nuevo Obispo de Osorno “estaba parado al lado mío cuando Karadima nos tocaba y se besaba con él”.

Ha sido tanto el revuelo en Osorno, que ahora es un sacerdote de esa ciudad, Peter Kliegel, quién preocupado por la noticia envió una carta al Nuncio Apostólico de El Vaticano en Chile, solicitándole más información para entender una designación tan cuestionada en los medios de prensa. “¿Qué es verdad de todo lo que se publica?”– se pregunta.

Y nosotros, los laicos ¿debemos levantar la voz?

Usted tiene razón. Es difícil opinar cuando no se tienen todos los antecedentes y cuando uno no conoce con lujo de detalles lo que pasó en el círculo más cercano a Karadima. Por lo tanto, lo aconsejable sería guardar silencio y esperar a que “algo” ocurra o a que otros pongan el pellejo y asuman toda la carga.

De hecho, ¿no fue eso lo que hicimos la mayoría de los católicos cuando explotó el bullado caso Karadima? Pienso que, en buena medida, fue eso lo que hicimos. Ellos hicieron la denuncia, se expusieron (sus vidas y sus familias), asumieron los costos (de todo tipo) y generaron la caída de Karadima, y con él, una historia de abusos, desidia y poder. Hicieron un gran favor a la Iglesia y a Chile. Y nosotros – al menos la mayoría- vimos el caso por televisión, como mudos testigos, sin levantar la voz. A estas alturas pienso que los dejamos solos…bien solos.

Y es que no es bien visto, por un amplio sector de la Iglesia, que algunos católicos se atrevan a cuestionar públicamente parte de sus enseñanzas, prácticas o decisiones. Y de los que se aventuran, cada vez que lo hacen, se les acusa de generar daño o división. Por eso, no es de extrañar, que cuando aparecen dentro de nuestra Iglesia irregularidades, delitos o designaciones cuestionables (como ésta), los católicos no comentemos mucho. Es como si pudiésemos hablar de cualquier cosa, pero menos de los problemas que sucedan dentro de nuestra Iglesia amurallada. Raro ¿no? A mi juicio, una mirada equivocada y una actitud, si me lo permite, que no nos está haciendo bien.

Si es cierto eso de que la Iglesia somos todos, entonces todos tenemos derecho a “hacer” Iglesia. Y eso significa también opinar de la designación de nuestros líderes.

¿Debemos entonces levantar la voz? Por supuesto que si. Tal como lo hacemos sin miramientos cuando se trata del nombramiento de un Ministro o Subsecretario de Gobierno que está en entredicho por conflicto de intereses u otras razones, también los católicos deberíamos apropiarnos el mismo derecho para, al menos, preguntar a nuestras autoridades eclesiásticas por la designación del obispo Barros. ¿Es cierto lo que se dice en los medios de comunicación? ¿Tenía el Papa todos estos antecedentes a la hora de inclinarse por su nombre para Osorno? ¿es prudente nombrarlo Obispo, a pesar de tantas dudas?

Esta vez, no dejemos que sea sólo el cura de Osorno o los mismos de siempre quienes vuelvan a poner el pellejo. No es bueno dejarlos solos. Los laicos también tenemos algo que decir…y preguntar. Y en eso no hay engaño ni ánimos de división, sólo el genuino interés de “hacer” una mejor iglesia.

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LOS QUE NO EXTRAÑAMOS A BERRÍOS

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Desde hace algún tiempo que Felipe Berríos vive a varios kilómetros de Santiago, en La Chimba, uno de los campamentos con pobreza más extrema del norte de Chile. Ya han pasado varios meses desde su última y comentada intervención en el programa El Informante de TVN. Y de ahí no hemos escuchado nuevas declaraciones del jesuita. No al menos del calibre que nos tiene acostumbrados.

El sacerdote durante años disparó en contra de la elite. Sus duros cuestionamientos han apuntado a nuestros estilos de vida, nuestra prácticas y la forma en que nos educamos y nos relacionamos. Como pocos, este cura tiraba con fuerza del mantel y sacudía con ganas la alfombra, para dejar al descubierto cuestiones que nadie quería ventilar. Usted debe recordar la famosa “cota mil” o sus dichos sobre lo “lícito y lo inmoral” respecto a la construcción de clínicas en el sector alto de Santiago. Por eso saca ronchas. Por eso algunos no lo quieren.

Ni su casa, la propia Iglesia, se ha librado de su puntería. Y es que el cura no se arrugaba para poner en entredicho a la propia autoridad, obispos y cardenales, el magisterio y las formas de hacer Iglesia. Ha cuestionado su secretismo, su pompa, su liderazgo y algunas “verdades” que pocos sacerdotes se han animado a desafiar públicamente. “Los homosexuales son hijos de Dios. Él los creo homosexuales y lesbianas y Dios está orgulloso que lo sean” – dijo. Vaya bombita, ¿se acuerda?

Pero ya van varios meses que no escuchamos a Berríos. Y a juzgar por lo que hemos visto en el Chile del último tiempo, muchos no extrañamos al jesuita. Felizmente, ya no lo echamos de menos. Le explico.

Antes había que esperar una de sus entrevistas para que esta tranquila taza de leche agitara sus aguas, al punto de rebalsarse. Sus dichos eran siempre una novedad– al menos encendía la discusión- y comenzaba tras sus declaraciones un nutrido debate valórico sobre lo humano y lo divino. Para algunos Berríos sólo generaba daño y división. Para otros, era una señal de esperanza, porque expresaba lo que muchos pensaban y no se atrevían a decir.

Pero hoy las aguas ya están revueltas. Lo que antes comentaba Berríos en un programa de trasnoche o en alguna revista de fin de semana, otros lo dicen en otros medios, en otros canales y en otros formatos, todos los días. Por alguna razón, ya son varios “los Berríos” y no es necesario esperar a su próximo estreno para que comience la función. Son muchos los que se atribuyen el derecho a cuestionar lo que antes parecía incontrarrestable. Sacerdotes, laicos, twitteros, ateos, jóvenes y viejos se han sumado a la cruzada.

Y la elite – política, social, religiosa y económica- también ha hecho lo suyo para explicar el fenómeno. Los casos La Polar, Cascadas, Pentagate, el desprestigio de la política y abusos de toda índole, entre otros, han sumado al descrédito de este grupo que antes gozaba de un estatus especial y un poder a toda prueba. Y como su reputación va a la baja, lo que antes dictaban y predicaban, también. Se abrió entonces el espacio para cuestionar lo que antes ni si quiera poníamos en duda. Ya no hay reverencias a la autoridad. Y es bueno que así suceda.

Es cierto. A veces la crítica es injusta y desmedida. La indignación de muchos ayuda a que las formas no sean las más adecuadas. Pero imagino que es parte del aprendizaje. Con el tiempo iremos puliendo las palabras, la pasión y la manera de expresarnos.

Con todo, ya no es necesario esperar a que Berríos ventile buena parte de nuestros trapitos al sol. Otros ya lo están haciendo. Y por eso, simpatías aparte, ya no lo echamos de menos.

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A CHILE LE FALTA PERDÓN

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A Chile le falta perdón. Hace tiempo que no escuchamos por estos lados un arrepentimiento a secas. Es tal nuestra falta de costumbre y tan grande el miedo a equivocarnos, que los perdones ya no son los de antes.

Hoy se estudian, se planifican y acomodan. Se escribe un libreto, se lee una y otra vez, se analiza con asesores y abogados. Ninguna palabra saldrá de la boca sin haber sido antes sopesada y trabajada a más no poder. Por eso hoy los perdones son en conferencia de prensa, con discurso incluido, letra chica y sin aceptar preguntas. Sería una suerte de “perdón blindado”. No le entran balas, pero tampoco credibilidad y empatía. Por eso la gente ya está dejando de creer.

Escasean los perdones de otra época. Esos con la cara despejada, expresión compungida, frases entrecortadas, manos temblorosas y pecho a las balas. Esos perdones heroicos, dispuestos a perder si es necesario. Porque el perdón no calcula su impacto y su llegada. Y cuando aparece, sale como una catarsis, torpemente y sin amortiguadores. Por eso cuesta. Por eso duele. Por eso, lamentablemente, aparecen sólo de vez en cuando.

A Chile le falta perdón. No es bien visto hacerlo. No es aconsejable hoy mostrar debilidad. Mucho menos dejar entrever algún paso en falso. Si la embarró, si sabe en su fuero interno que no hizo las cosas bien…no importa. No se le ocurra por ningún motivo admitir el error, aunque sea “involuntario”.

Parece ser la historia de los últimos cuarenta años. Cuatro décadas llevamos ya enredados en nuestra propia reconciliación. Y vaya que ha costado encontrar palabras de perdón, de uno y otro lado. Y por no hacerlo, las heridas siguen abiertas hasta el día de hoy.

Así estamos. Es más rentable “no arrepentirse de nada” que admitir una caída. Y nos llenamos de valientes, orgullosos e infalibles hombres y mujeres que por no arrepentirse nunca de nada, nunca aprenden, nunca reflexionan, nunca cambian, nunca crecen y nunca permitirán que Chile mejore. El orgullo y la soberbia están ganando la batalla.

A Chile le falta perdón. Y no sólo a Ena y a sus amigos. A izquierdas y derechas,  a ministros, a parlamentarios, a “udistas” y comunistas, a sacerdotes, obispos, cardenales y laicos, a jueces, empresarios, famosos, padres e hijos, jefes y empleados, a usted y yo. A todos nos está faltando la humildad y el coraje de pedir perdón.

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EL AÑO DE LA ADOLESCENCIA

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Mucho se ha hablado del año que pasó. Y a juzgar por lo que uno ve desfilar por redes sociales, columnas y sobremesas de fin de semana, el diagnóstico no fue bueno. Se dice que la economía está paralizada, que los ánimos están crispados, el escenario político dividido y que tanta reforma está poniendo en riesgo el futuro del país. Se escucha que estamos cediendo terreno y que el desarrollo se nos escapa entre la punta de los dedos. Unos lo han denominado el año del desgaste y otros lo llamaron, sencillamente, el año de la mediocridad. Juzgue usted.

Pero déjeme hacer un alcance. A pesar de todo, aún con los peores vaticinios y con toda la polvareda levantada el 2014, me parece que no fue un mal año. Más que desgaste y mediocridad yo lo llamaría el año de la adolescencia, aunque sus primeros síntomas aparecieron a principios de esta década. Es tiempo de cambios, preguntas, rebeldía, despertar y búsqueda de la propia identidad ¿le suena?

Y la adolescencia no es buena ni mala, simplemente es un paso obligado para quién quiera transitar a la adultez… o al desarrollo. Le guste o no, es el costo que debemos pagar por querer ser mejores personas y un mejor país.

Y Chile tuvo el 2014 una buena cuota de hormonas. Fue el año donde gran parte de los chilenos se rebeló contra el status quo. Lo que hasta ahora parecía normal, hoy nos resulta inaceptable. Peleas más o peleas menos, ya nadie pone en duda la necesidad de hacer cambios profundos a la educación y otras materias. Y ese consenso es una buena noticia.

Lo importante es hacerlo bien. Y ahí seguimos entrampados. La tozudez y las desavenencias llegan también con esta etapa. Nuestras autoridades, Gobierno y oposición, deberían dar un ejemplo de unidad y sensatez. Una separación no es aconsejable para esta fase crucial del crecimiento.

Por su parte, las Cascadas, las colusiones y los Pentagate ya no pasan inadvertidos. Hasta la utilización de un palacio municipal para festejar al sobrino es motivo de alarma y reproche. Felizmente, ya no va quedando nada debajo de la alfombra.

Y las instituciones que antes nos cobijaban y adoctrinaban sin más, tampoco se salvaron del Chile adolescente. Hoy se levantan voces críticas desde la misma Iglesia Católica promoviendo vientos de cambio y prácticas más inclusivas y transparentes. La autonomía y el pensamiento crítico también llegan con la pubertad.

Asimismo, la discusión a plena luz del día de los temas valóricos y el avance de las minorías son parte del paisaje adolescente y su mirada abierta y acogedora. Los homosexuales que han debido lidiar con una larga historia de discriminación, hoy están a punto de anotarse un gran triunfo a la espera de la aprobación del AVP. Un justo ganador.

Con todo, ¿es esto bueno para Chile? Pienso que sí. Este 2014, aún con sus bemoles, tropiezos y economía a la baja, Chile despertó, reclamó y, en este sentido, también creció.

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