UN INCENDIO SIN FIN

incendio

Los incendios han iluminado a buena parte de Chile. Pero también han dado luz a lo que realmente somos.

El problema es serio. Se habla de la mayor emergencia de este tipo en la historia del país. La Conaf ha señalado que de un total de 131 siniestros, 53 han sido controlados, 55 se encuentran en combate y 23 han sido extinguidos. Más de 270.000 hectáreas han sido quemadas. Flora y fauna han muerto en una tierra prendida por quién sabe qué, por quién sabe quién. Viviendas y pueblos enteros han sido arrasados también por las llamas. Y lo más lamentable, la pérdida de vidas que lucharon por salvar otras vidas y otras tierras, sin conocer de ante mano sus historias. De pura entrega, gratuita como es la verdadera entrega, dejaron valientemente de existir. Ellos nos traen la esperanza.

Durante estos últimos años nos hemos quejado del nivel de nuestra clase política, dirigente y empresarial. Hemos apuntado, con justificada razón y evidencia concreta, contra nuestras instituciones y autoridades. Se les ha acusado de incompetencia, faltas a la ética y a la responsabilidad. Con facilidad, a varios les llaman ladrones, delincuentes, mentirosos, oportunistas y aprovechadores.

Pero el fuego que prende el infierno de Chile ha mostrado con claridad el otro lado de la moneda. Ese espacio donde habita la tribuna, los espectadores de siempre, los testigos de todo y de todos, los que avivamos la cueca, los de moral ejemplar, los que estamos ahí, a sol y sombra, listos para dar nuestros veredictos.

Las llamaradas nos alumbran. Sobre nuestras cabezas cae el calor, las cenizas y también la luz que ilumina, esta vez, nuestro propio espectáculo. Y así como queman las llamas, también queman las palabras. Basta darse una vuelta por las redes sociales, conversaciones en whatsapp y sobremesas de un día cualquiera, para conocer el nivel de quiénes vivimos en este lado del mundo.

Entiendo la desesperación, la impotencia y el miedo ante un fuego amenazante. Pero me asombra la irresponsabilidad y la insensatez de tanta cosa que se dice con vehemencia y odiosidad. Que la presidenta renuncie, que Piñera salga en su helicóptero a tirar agua, que la culpa la tienen las forestales o que son mapuches y colombianos los que tramaron este infierno. Se comparten videos de años atrás como si fueran recientes y cada cual, como un improvisado experto, saca apresuradas conclusiones. Y cuándo uno va en busca de argumentos, mayoritariamente solo encuentra respuestas titubeantes, sin contenidos que avalen opiniones destempladas que ya prendieron, otra vez, la pradera.

Querámoslo o no, en nuestras butacas también hay oportunismo, aprovechamiento, irresponsabilidad, mentiras y faltas graves a la rigurosidad y la ética. Y funcionan de un lado y del otro, dependiendo de quién queramos ver caer. No es solo nuestra elite quién ha dado muestras de debilidad, sino también nosotros que con nuestros juicios – y sobre todo pre juicios- intentamos apagar el fuego con bencina.

De todo lo que se ha dicho me quedo con las palabras de Marianne Müller, una mujer que ha combatido el incendio en terreno y comentó que “el fuego no se apaga con críticas ni agresiones. Se apaga con coraje, unidad, agua, recursos, organización y solidaridad. Con visión generosa y obsesiva por el bien común”.

Sugiero esperar, ayudar en lo que se pueda y traer calma. Luego será la Fiscalía, los especialistas y las autoridades pertinentes las encargadas de definir, con pruebas en mano, las responsabilidades de un incendio sin fin.


Por Matías Carrasco.

Estándar