De acuerdo a la Real Academia Española, creer significa “tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté demostrado o comprobado”. De alguna manera, creer evidencia una apuesta o un salto al vacío. Creer es, para muchos, un acto de fe.
La visita del Papa dio paso a la creencia fervorosa y fiel. Miles de personas madrugando, apostadas en las calles o haciendo guardia en la Nunciatura para ver y fotografiar al mayor representante de su fe en la tierra. Aún cuando no han visto nunca a Dios, todavía cuando no tienen pruebas suficientes de su existencia, los católicos creen. Algo – una luz , una estrella, una experiencia- nos hace misteriosamente creer.
Pero en otra acepción de su significado, creer es también tener confianza en alguien o en algo. Es lo que hizo recientemente el Papa con el Obispo Barros. Él no estuvo ahí, no participó del círculo íntimo de Karadima, no sabe a ciencia cierta si las acusaciones en contra del monseñor son verdaderas. Pero aún así él le cree al jefe de la diócesis de Osorno. “El día que me traigan una prueba voy a hablar, son calumnias”, dijo.
Otros obispos también cerraron filas con Barros. Ignacio González, pastor de San Bernardo, planteó que “no hay ninguna acusación verdadera contra Juan Barros: verdadera, jurídica, técnica, que es lo que hay que hacer. No se puede cortar la cabeza de un obispo porque simplemente se dice o se comenta”. Y el cardenal Francisco Javier Errázuriz señaló que ésta es “una polémica inventada, que no tiene fundamentos”. Ninguno de ellos estuvo ahí, pero creen. Asumen el riesgo de creer.
Y yo también creo. Pero les creo a las víctimas de Karadima. A pesar de nunca haber presenciado nada, sin tener pruebas suficientes, algo – sus miradas, sus vidas, sus historias- me hace creer en ellos.
Porque no es “lo que se dice” o “lo que se comenta” lo que se ha puesto en duda. Es la palabra de quienes han sido violentados por la misma iglesia la que el Papa y algunos obispos acaban de desacreditar.
Como hombres de fe deben saber que no siempre hacen falta pruebas para creer. Y creer en las víctimas no significa encarcelar a Barros – menos si no se le puede comprobar delito alguno- pero sí tomar acciones prudentes que resguarden la integridad de quiénes han sufrido – y mucho- a causa de la iglesia. Es ella y su jerarquía quien debiera asumir ese costo y no – otra vez- quienes han sido vejados e ignorados.
En política no es necesario acreditar un delito para que alguien deje su cargo. A veces bastan dudas razonables o conflictos de interés para que eso ocurra. Se atienden, en resguardo de la democracia y la transparencia, otros factores. ¿No podemos aprender de eso?
Santo Tomás tuvo que tocar las heridas de Jesús para creer en él. Tal vez acercarnos a las heridas de las víctimas nos permitiría entender cuán profunda, cuán abierta y cuán duradera puede ser la experiencia del abuso. Y desde ahí entender sus dolores, su impotencia y su propia verdad.
Por Matías Carrasco.