LA TESIS DE TWITTER

No sé cómo la gente tiene cuero para estar en twitter. Yo no lo tuve. Me salí hace un par de años. Nunca fui muy activo. Me costaba la dinámica de twitiar, retwitiar, el hilo, el DM, y todas esas cosas.  Participaba escasamente, pero me servía para publicar allí mis columnas, aunque nunca tuvieron mucho vuelo. Muy poco, la verdad. Apenas unas aleteadas, como una gallina de campo.  Tal vez sea demasiado amarillo, como dicen, para una red social que exige aplomo, determinación y mucho, pero mucho cuero.

Últimamente, de vez en cuando, me doy una vuelta por twitter. Veo los trending topics y echo un vistazo.  Son, en general, peleas de poca monta. Insultos, una chorrera de insultos. Las diferencias de opinión, que no son más que diferencias de opinión (aunque suene absurdo aclararlo), se zanjan con ofensas, injurias y una agresividad que escandaliza. No hay límites. No hay piedad. Debe ser el medio más cruel que se haya visto. Es un ataque constante y artero, porque siempre es en masa. Nadie anda solo. Te pueden sacar en cara una enfermedad, un defecto físico, una vieja herida, un padre, una madre, un hijo, ¡lo que sea! Y en eso andan varios. Desde personas comunes y corrientes hasta famosos, famosillos, escritores, humoristas, intelectuales, artistas, parlamentarios y economistas.

A veces pienso que twitter nos tiene jodidos. Es una tesis ordinaria y sin ningún rigor. Es solo una tufada, pero es lo que pienso. Yo pondría al pajarito azul en la lista de “las cosas que están jodiendo a Chile”. Los abusos. Las colusiones. La corrupción. El descrédito de las instituciones. La desigualdad. La injusticia. Y twitter. Intuyo que la mía es una hipótesis de escasa adhesión. Admitirla, estudiarla al menos, significaría pensar que nosotros, simples  e inocentes ciudadanos, seríamos parte del problema. Y no estamos para eso.

Tengo un perro que ha adquirido la mala costumbre de pelearse con otros perros. Investigando en internet, me entero que cuando a un perro se le tira de la correa, el animal levanta el pecho y eso lo pone en alerta, por eso gruñe y luego ataca. Es mi culpa. Siempre le tenso la correa. Eso es twitter. Una correa que nos tira, nos levanta la cabeza y nos tiene siempre en posición de pelea. Es cocaína virtual. Listos. Duros. Bien duros para lo que venga.

A veces me pregunto, ¿calzará el deterioro de la política con la irrupción de twitter? Ni idea. Pero buena parte de los políticos twitea y twitea. ¿Cuántas horas al día pasarán pegados al celular?  Sería interesante tener ese dato. Apuesto a que muchos legislan pensando en twitter. En las consignas. En los hashtags. En las tendencias del día. Quizás aprueben o desaprueben leyes con el aliento de sus seguidores soplándoles en la nuca. ¿Será tan así?

Twitter es una droga al narcisismo. Uno va construyendo su propio mundo, su propio cluster, mayoritariamente de seguidores. Y uno se emboba, y uno se emborracha, y uno se engaña pensando que está en lo correcto, que está del lado luminoso de la luna, que la moral, que la verdad,  están con nosotros. Pero es mentira. Es solo un espejismo. Sucede, simplemente, que nos vamos alimentando de personas que piensan exactamente igual. Por eso nos aplauden y nos defienden cada vez que los requerimos.   Pero es solo un puñado. Es una feligresía que nos sigue como un rebaño, con la obediencia de los parroquianos, como un acto de fe. Y así, no tiene gracia.

Entiendo que las redes sociales tienen un aspecto positivo. Desde luego, la democratización de los medios, la posibilidad de levantar la voz, de organizarnos y de establecer una relación más horizontal y un contrapeso al poder. Yo me he beneficiado de todo eso. Pero sería un error, o una omisión, no admitir el daño que pueden causar y que nos están causando, cuando las mal utilizamos.

Es cierto. No me gusta twitter. Polariza. Excluye. Empobrece el lenguaje. Engorda el ego. Elimina el pensamiento. Evita la conversación. Y todo eso en un país que necesita, más que nunca,  ser leído como una larga y exigente novela, y no como un tweet apasionado y encendido de apenas 140 caracteres. 

Por Matías Carrasco.

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EL CHILE IDEAL

Sigo pensando en Chile. Me cuesta desentenderme. Es una preocupación constante. Algunos ven el futuro con optimismo. Yo lo miro más como una oportunidad, pero consciente de los riesgos. A veces pienso que estamos en un teletrak o en una mesa de dinero. Todos gritando. Todos imponiéndose.  Todos apostando. Cada uno queriendo ganar y sacar una tajada. Nadie se escucha. Nadie se mira. Nadie conversa. No hay pausa ni silencio. Persiste el bullicio. Pienso que hay algo más que la desigualdad, la injusticia, los abusos y las colusiones, para explicar la violencia, la política pobre y combativa, el pensamiento dormido y un país des-encontrado. Son causas legítimas, por supuesto. Pero no suficientes.

Leo al filósofo coreano alemán, Byung Chul Han.  Reconozco mi simpatía por él. Es de una lectura densa, pero de vez en cuando abre ventanas que permiten entender su mirada original. Es como llegar a una meseta después de un camino intrincado. En su libro “Topología de la violencia” intenta explicar las formas de la violencia en la sociedad actual, la sociedad del cansancio, como él la llama.

Se detiene en Freud y plantea un cambio radical. Habla de la estructura psíquica del ser humano. Estamos constituidos por un ello, que contiene nuestras pulsiones más primitivas y solo busca el placer. Luego un super yo,  que es la instancia moral que pone los límites, prohíbe y censura. Y finalmente el yo, que dirime considerando los aspectos de la realidad.  “El aparato psíquico de Freud es un aparato de dominación represivo y coactivo, que opera con mandatos y prohibiciones, que subyuga y oprime. Es como una sociedad disciplinaria, con muros, barreras, umbrales, celdas, fronteras y atayalas” – plantea Chul Han. En palabras sencillas, estamos movidos por una fuerza que lucha por satisfacerse y otra que la limita y ataja.  Eso, hasta ahora.

Según el filósofo, el aparato psíquico habría cambiado. En la transición de la sociedad disciplinaria a la sociedad del rendimiento –explica- el super yo se positiviza en un yo ideal. O sea, cambiamos al aburrido celador de nuestros deseos, por una porrista que nos incentiva a cumplir un ideal de uno mismo.  Pasamos de la restricción a un ¡vamos que se puede! Parece inspirador, pero hay un problema. “En vista a la imposibilidad de acceder al yo ideal, uno se percibe como deficitario, como fracasado y se somete al autoreproche. Del abismo entre el yo ideal al yo real surge una autoagresividad. El yo se combate a sí mismo, emprende una guerra contra sí mismo” – dice Chul Han, advirtiendo que de ahí aparece una violencia autogenerada, que es peor a cualquier otra.

Divago. ¿Cómo sería la estructura psíquica de Chile? Tal vez Chul Han tenga razón. Un país con un super yo debilitado y un yo ideal engrandecido. La problemática de la anomia, como dice Carlos Peña. Una tierra desapegada a las normas y a las instituciones (que son, de otra manera, las mismas reglas).  Es la fantasía de que nada puede ser prohibido. Ni la Constitución. Ni los carabineros. Ni las fuerzas armadas. Ni el Estado. Nadie puede impedirnos el ideal que soñamos en nuestra cabeza y que impulsamos con la fuerza del corazón. Es el Chile del “ahora es cuándo”. Es un país que demanda, que quiere, que desea (como un niño), sin motejar sus pulsiones con el duro y tedioso filtro de la realidad. 

Y como el Chile ideal no puede ser alcanzado, nos autoreprochamos, nos lastimamos, nos agredimos. Quizás por eso no somos capaces de ver nuestros logros, de valorar los esfuerzos, y menos de enorgullecernos por ello. Quizás por eso el odio infantilizado y desmedido a cualquier autoridad, en donde solo percibimos obstáculos al país que imaginamos. Quizás por eso vemos el pasado reciente como una traición, independiente del contexto y las circunstancias. Todo ello, avivado por los más jóvenes, reverenciados por los viejos que se dan latigazos de pura culpa (otra vez, Peña). Esto explica, en parte, el escozor que produce en algunos el ex presidente Aylwin y su “medida de lo posible”. ¿Qué es eso de lo posible? Quizás la tesis de Chul Han ayude a entender también la inquinia por los acuerdos.  Antes, los acuerdos eran parte de la existencia (el ello y el super yo saben de esto). Pero ahora, con un personal trainer alentándonos a que todo se puede, sin más, y una voz en off recordándonos que “llegó el momento”, no es necesario buscar consensos. 

Chul Han explica que este nuevo reacomodo del aparato psíquico, con la consiguiente autoagresión, genera enfermedades como la depresión y el estrés, llevando incluso al infarto o al colapso del sistema. La solución estaría en incorporar nuevamente a un “otro”, que es fuente de restricción pero también de gratificación y de consolidación de la propia identidad.    

Chile puede ser mejor. Sueño con eso. Pero no lo será a punta de entusiasmo, voluntad y fervor. Eso pone en riesgo la propia convivencia, la democracia y el mismo ideal que queremos conquistar. Es condición, inevitable, sentarse a negociar con la injusta y jodida realidad.  

Por Matías Carrasco.

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QUÉ NIVEL

Es preocupante el nivel que estamos exhibiendo en Chile. Vivimos una pandemia global, de las peores de la historia, con miles de muertos, con potencias de rodillas, con una economía por el suelo, con millares de desempleados, con empresas quebradas,  con sistemas de salud superados, con cementerios que no dan abasto. Y todo esto, en buena parte del mundo. Y todo esto, con la incertidumbre de hacer frente a un bicho desconocido. Y todo esto, con la crudeza con que a veces nos azota – querámoslo o no asumir- la misma realidad. Deberíamos estar unidos. Sin embargo, insistimos en la división.

Hemos visto a un gobierno que- a juzgar por lo que se informa- ha realizado un amplio despliegue para enfrentar esta crisis. Ni al Presidente, ni a los ministros, ni a los subsecretarios se les ve relajados, sentados en una fuente de soda, comiendo pizza. No, ahora. Más bien, se muestran activos, en terreno, con pocas horas de sueño, con rostros cansados, conscientes del riesgo y del gigante que tienen por delante. Se han realizado esfuerzos – leo y escucho- por aumentar la capacidad de testeos, por robustecer la capacidad hospitalaria, por abastecernos de más ventiladores mecánicos, por  incrementar las camas críticas. No solo eso. Se lucha también, en otro frente, contra el descalabro económico y sus tremendas consecuencias para millones de familias.  ¿Se ha hecho lo suficiente? ¿Se podría hacer más?

Según me instruyo, el gobierno se asesora a través de una Mesa Social Covid 19, que cuenta con una ex ministra de Salud de la Nueva Mayoría, con el representante de la OMS en Chile, con la presidenta del Colegio Médico y su ex presidente, y con representantes del ámbito municipal y universitario, entre otros. Además, el gobierno se apoya en un Comité Asesor de Expertos y un Consejo Asesor Clínico Asistencial, donde se encuentran – aseguran- los mejores intensivistas del país.

Está claro que se han cometido errores (¿cómo no?). El estilo soberbio y confrontacional del Ministro Mañalich no lo hacen un personaje políticamente correcto y condescendiente, como se estila por estos días. Y eso suma resistencias. Las descoordinaciones con los alcaldes en una primera fase, también restaron. El optimismo a mitad de carrera (arrogante, si se quiere) y el llamado a un retorno seguro, con café incluido, fue quizás el mayor traspié. Del resto tengo algunas dudas. ¿Cajas o transferencias? ¿Cuarentenas totales o parceladas? ¿medidas oportunas o tardías?  Seguramente hay argumentos técnicos, en una y otra dirección.

Es legítimo levantar la voz, fiscalizar y hacer notar lo que el gobierno está haciendo mal. Sobre todo cuando se trata de salvar vidas y asegurar condiciones dignas para la gente que más sufre.  Hay críticas que son acertadas y que las autoridades deben escuchar.  En el último período, han rectificado el tono y la convocatoria a un acuerdo nacional apunta en ese sentido.

Sin embargo, advierto algo preocupante. Más allá del cuestionamiento válido, percibo una peligrosa mezcla de rabia y resentimiento – como un acelerante-  en la base de nuestras opiniones. No es nuevo. Lo arrastramos hace años. No puedo dejar de pensar en Bachelet y su gobierno. Era lo mismo, en roles invertidos. Se le achacaba todo, hasta las propias sombras. Siempre en un tono agresivo, humillante y exagerado. Si hoy son criminales y asesinos, antes eran ineptos y miserables. Esa violencia no se ha ido. Permanece y crece.

Es una rabia que escapa al abuso. No es solo la ira de los marginados ni del estallido. Está en todas partes. Incluso, en los más educados. Es la falsa y pobre lógica de las murallas y la división. La de buenos y malos. Víctimas y victimarios. Sensibles e inhumanos.  La rabia se mezcla con la falta de pensamiento. Y eso es una bomba. Hombres y mujeres emborrachados de ideología y revancha, escuchándose solo a sí mismos. Más importa  tener la razón,  ganar un punto, sumar votos y seguidores, que ponernos a pensar si lo que estamos diciendo o aclamando es cierto, es justo, es proporcional, es bueno para Chile.

Daba lo mismo lo que hiciera Bachelet. Da lo mismo, ahora, lo que diga o haga Mañalich o Piñera. Tampoco importan las dificultades o el contexto. ¿Para qué pensar en esas cosas? Menos, cuál es la propia responsabilidad en el asunto. ¿Para  qué complicarnos la vida? La suerte ya está echada. Simplemente se trata de calibrar la mira, esperar la oportunidad, disparar y ver si alguien cae del otro lado. ¿Después? Ahí se verá.

Es triste el nivel. Tanto, que se ve difícil el futuro. Algunos sectores de izquierda ya claman la cabeza de Mañalich (en la mitad de la catástrofe) y el diputado socialista, Juan Luis Castro, amenaza con una posible acusación constitucional. Otros, más jóvenes e iluminados, twitean y retwitean con ansiedad e histrionismo, cada bochorno, cada frase mal dicha, cualquier cosa que pueda hacer al ministro trastabillar. Es eso, lamentablemente, lo que pueden ofrecer. Es la peor política, en el peor momento, en la peor de las crisis.  

Es urgente que aparezcan liderazgos con coraje, capaces de romper esa inercia, de abandonar sus propias trincheras y disponerse a conversar. Sin tantas condiciones ni aspavientos. Solo conversar, animadamente y por horas, para cumplir con la noble misión de hacer de esta tierra atribulada, un lugar mejor.

Por Matías Carrasco.

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