
Sigo pensando en Chile. Me cuesta desentenderme. Es una preocupación constante. Algunos ven el futuro con optimismo. Yo lo miro más como una oportunidad, pero consciente de los riesgos. A veces pienso que estamos en un teletrak o en una mesa de dinero. Todos gritando. Todos imponiéndose. Todos apostando. Cada uno queriendo ganar y sacar una tajada. Nadie se escucha. Nadie se mira. Nadie conversa. No hay pausa ni silencio. Persiste el bullicio. Pienso que hay algo más que la desigualdad, la injusticia, los abusos y las colusiones, para explicar la violencia, la política pobre y combativa, el pensamiento dormido y un país des-encontrado. Son causas legítimas, por supuesto. Pero no suficientes.
Leo al filósofo coreano alemán, Byung Chul Han. Reconozco mi simpatía por él. Es de una lectura densa, pero de vez en cuando abre ventanas que permiten entender su mirada original. Es como llegar a una meseta después de un camino intrincado. En su libro “Topología de la violencia” intenta explicar las formas de la violencia en la sociedad actual, la sociedad del cansancio, como él la llama.
Se detiene en Freud y plantea un cambio radical. Habla de la estructura psíquica del ser humano. Estamos constituidos por un ello, que contiene nuestras pulsiones más primitivas y solo busca el placer. Luego un super yo, que es la instancia moral que pone los límites, prohíbe y censura. Y finalmente el yo, que dirime considerando los aspectos de la realidad. “El aparato psíquico de Freud es un aparato de dominación represivo y coactivo, que opera con mandatos y prohibiciones, que subyuga y oprime. Es como una sociedad disciplinaria, con muros, barreras, umbrales, celdas, fronteras y atayalas” – plantea Chul Han. En palabras sencillas, estamos movidos por una fuerza que lucha por satisfacerse y otra que la limita y ataja. Eso, hasta ahora.
Según el filósofo, el aparato psíquico habría cambiado. En la transición de la sociedad disciplinaria a la sociedad del rendimiento –explica- el super yo se positiviza en un yo ideal. O sea, cambiamos al aburrido celador de nuestros deseos, por una porrista que nos incentiva a cumplir un ideal de uno mismo. Pasamos de la restricción a un ¡vamos que se puede! Parece inspirador, pero hay un problema. “En vista a la imposibilidad de acceder al yo ideal, uno se percibe como deficitario, como fracasado y se somete al autoreproche. Del abismo entre el yo ideal al yo real surge una autoagresividad. El yo se combate a sí mismo, emprende una guerra contra sí mismo” – dice Chul Han, advirtiendo que de ahí aparece una violencia autogenerada, que es peor a cualquier otra.
Divago. ¿Cómo sería la estructura psíquica de Chile? Tal vez Chul Han tenga razón. Un país con un super yo debilitado y un yo ideal engrandecido. La problemática de la anomia, como dice Carlos Peña. Una tierra desapegada a las normas y a las instituciones (que son, de otra manera, las mismas reglas). Es la fantasía de que nada puede ser prohibido. Ni la Constitución. Ni los carabineros. Ni las fuerzas armadas. Ni el Estado. Nadie puede impedirnos el ideal que soñamos en nuestra cabeza y que impulsamos con la fuerza del corazón. Es el Chile del “ahora es cuándo”. Es un país que demanda, que quiere, que desea (como un niño), sin motejar sus pulsiones con el duro y tedioso filtro de la realidad.
Y como el Chile ideal no puede ser alcanzado, nos autoreprochamos, nos lastimamos, nos agredimos. Quizás por eso no somos capaces de ver nuestros logros, de valorar los esfuerzos, y menos de enorgullecernos por ello. Quizás por eso el odio infantilizado y desmedido a cualquier autoridad, en donde solo percibimos obstáculos al país que imaginamos. Quizás por eso vemos el pasado reciente como una traición, independiente del contexto y las circunstancias. Todo ello, avivado por los más jóvenes, reverenciados por los viejos que se dan latigazos de pura culpa (otra vez, Peña). Esto explica, en parte, el escozor que produce en algunos el ex presidente Aylwin y su “medida de lo posible”. ¿Qué es eso de lo posible? Quizás la tesis de Chul Han ayude a entender también la inquinia por los acuerdos. Antes, los acuerdos eran parte de la existencia (el ello y el super yo saben de esto). Pero ahora, con un personal trainer alentándonos a que todo se puede, sin más, y una voz en off recordándonos que “llegó el momento”, no es necesario buscar consensos.
Chul Han explica que este nuevo reacomodo del aparato psíquico, con la consiguiente autoagresión, genera enfermedades como la depresión y el estrés, llevando incluso al infarto o al colapso del sistema. La solución estaría en incorporar nuevamente a un “otro”, que es fuente de restricción pero también de gratificación y de consolidación de la propia identidad.
Chile puede ser mejor. Sueño con eso. Pero no lo será a punta de entusiasmo, voluntad y fervor. Eso pone en riesgo la propia convivencia, la democracia y el mismo ideal que queremos conquistar. Es condición, inevitable, sentarse a negociar con la injusta y jodida realidad.
Por Matías Carrasco.
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