QUÉ NIVEL

Es preocupante el nivel que estamos exhibiendo en Chile. Vivimos una pandemia global, de las peores de la historia, con miles de muertos, con potencias de rodillas, con una economía por el suelo, con millares de desempleados, con empresas quebradas,  con sistemas de salud superados, con cementerios que no dan abasto. Y todo esto, en buena parte del mundo. Y todo esto, con la incertidumbre de hacer frente a un bicho desconocido. Y todo esto, con la crudeza con que a veces nos azota – querámoslo o no asumir- la misma realidad. Deberíamos estar unidos. Sin embargo, insistimos en la división.

Hemos visto a un gobierno que- a juzgar por lo que se informa- ha realizado un amplio despliegue para enfrentar esta crisis. Ni al Presidente, ni a los ministros, ni a los subsecretarios se les ve relajados, sentados en una fuente de soda, comiendo pizza. No, ahora. Más bien, se muestran activos, en terreno, con pocas horas de sueño, con rostros cansados, conscientes del riesgo y del gigante que tienen por delante. Se han realizado esfuerzos – leo y escucho- por aumentar la capacidad de testeos, por robustecer la capacidad hospitalaria, por abastecernos de más ventiladores mecánicos, por  incrementar las camas críticas. No solo eso. Se lucha también, en otro frente, contra el descalabro económico y sus tremendas consecuencias para millones de familias.  ¿Se ha hecho lo suficiente? ¿Se podría hacer más?

Según me instruyo, el gobierno se asesora a través de una Mesa Social Covid 19, que cuenta con una ex ministra de Salud de la Nueva Mayoría, con el representante de la OMS en Chile, con la presidenta del Colegio Médico y su ex presidente, y con representantes del ámbito municipal y universitario, entre otros. Además, el gobierno se apoya en un Comité Asesor de Expertos y un Consejo Asesor Clínico Asistencial, donde se encuentran – aseguran- los mejores intensivistas del país.

Está claro que se han cometido errores (¿cómo no?). El estilo soberbio y confrontacional del Ministro Mañalich no lo hacen un personaje políticamente correcto y condescendiente, como se estila por estos días. Y eso suma resistencias. Las descoordinaciones con los alcaldes en una primera fase, también restaron. El optimismo a mitad de carrera (arrogante, si se quiere) y el llamado a un retorno seguro, con café incluido, fue quizás el mayor traspié. Del resto tengo algunas dudas. ¿Cajas o transferencias? ¿Cuarentenas totales o parceladas? ¿medidas oportunas o tardías?  Seguramente hay argumentos técnicos, en una y otra dirección.

Es legítimo levantar la voz, fiscalizar y hacer notar lo que el gobierno está haciendo mal. Sobre todo cuando se trata de salvar vidas y asegurar condiciones dignas para la gente que más sufre.  Hay críticas que son acertadas y que las autoridades deben escuchar.  En el último período, han rectificado el tono y la convocatoria a un acuerdo nacional apunta en ese sentido.

Sin embargo, advierto algo preocupante. Más allá del cuestionamiento válido, percibo una peligrosa mezcla de rabia y resentimiento – como un acelerante-  en la base de nuestras opiniones. No es nuevo. Lo arrastramos hace años. No puedo dejar de pensar en Bachelet y su gobierno. Era lo mismo, en roles invertidos. Se le achacaba todo, hasta las propias sombras. Siempre en un tono agresivo, humillante y exagerado. Si hoy son criminales y asesinos, antes eran ineptos y miserables. Esa violencia no se ha ido. Permanece y crece.

Es una rabia que escapa al abuso. No es solo la ira de los marginados ni del estallido. Está en todas partes. Incluso, en los más educados. Es la falsa y pobre lógica de las murallas y la división. La de buenos y malos. Víctimas y victimarios. Sensibles e inhumanos.  La rabia se mezcla con la falta de pensamiento. Y eso es una bomba. Hombres y mujeres emborrachados de ideología y revancha, escuchándose solo a sí mismos. Más importa  tener la razón,  ganar un punto, sumar votos y seguidores, que ponernos a pensar si lo que estamos diciendo o aclamando es cierto, es justo, es proporcional, es bueno para Chile.

Daba lo mismo lo que hiciera Bachelet. Da lo mismo, ahora, lo que diga o haga Mañalich o Piñera. Tampoco importan las dificultades o el contexto. ¿Para qué pensar en esas cosas? Menos, cuál es la propia responsabilidad en el asunto. ¿Para  qué complicarnos la vida? La suerte ya está echada. Simplemente se trata de calibrar la mira, esperar la oportunidad, disparar y ver si alguien cae del otro lado. ¿Después? Ahí se verá.

Es triste el nivel. Tanto, que se ve difícil el futuro. Algunos sectores de izquierda ya claman la cabeza de Mañalich (en la mitad de la catástrofe) y el diputado socialista, Juan Luis Castro, amenaza con una posible acusación constitucional. Otros, más jóvenes e iluminados, twitean y retwitean con ansiedad e histrionismo, cada bochorno, cada frase mal dicha, cualquier cosa que pueda hacer al ministro trastabillar. Es eso, lamentablemente, lo que pueden ofrecer. Es la peor política, en el peor momento, en la peor de las crisis.  

Es urgente que aparezcan liderazgos con coraje, capaces de romper esa inercia, de abandonar sus propias trincheras y disponerse a conversar. Sin tantas condiciones ni aspavientos. Solo conversar, animadamente y por horas, para cumplir con la noble misión de hacer de esta tierra atribulada, un lugar mejor.

Por Matías Carrasco.

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