De pronto, en medio de tanto ajetreo, de tantas explicaciones, de tantas vocerías y puntos de prensa, de tanta declaración en la fiscalía, de tanta cuña en el Congreso, me surgió la pregunta: ¿y si dijeran de una vez por todas la verdad?
Claro, porque de ser cierto eso de que la verdad nos hace libres, quizás diciéndola logremos deshacernos del yugo de la desconfianza, soltar amarras y salir nuevamente a navegar en aguas más tranquilas.
Si hasta el mismo Yerko Puchento lo dijo esta semana: si existe el trabajo de preparto antes del nacimiento, si existen los preuniversitarios antes de entrar a la universidad, si existe el preámbulo antes de una relación sexual….¡cómo no va a existir una precampaña antes de una campaña electoral!
Lo peor es que a estas alturas todo el mundo lo sabe…menos el Gobierno. Es evidente. No hay que tener dos dedos…ni siquiera frente para entenderlo. Pero insisten con el jueguito del “no sabía”. No por que todos comamos huevos, somos todos huevones. Perdón el francés, pero se acabó la paciencia.
Si don “Jechu” decía ser la verdad, el camino y la vida, quizás si nuestras autoridades se decidieran a decir qué diablos fue lo que pasó, pero “en la dura”, Chile encuentre de nuevo el camino y la luz para salir de este enredo.
Es más. Decir la verdad significaría para el Gobierno un importante ahorro de tiempo y recursos. No tendría que gastar horas y horas en articular estrategias de blindaje, construir ideas fuerza y alinear a todos los presidentes de partido a un discurso común. Y no tendría que gastar millones en asesores que le recomienden qué decir, cómo decirlo y cuándo decirlo. La verdad los libraría de todo ese maquillaje.
Después de todo no es tan grave lo de la famosa precampaña. Es mucho peor la sensación que va quedando entre la gente de que se están riendo en su cara, que se les engaña y que se les hace pasar, una vez más, gato por liebre.
Pero claro, decir la verdad no es gratis, tiene sus costos. En esta oportunidad, está el costo de tener que agachar el moño, ponerse al mismo nivel de quienes condenaban sólo hace unos meses atrás, mirarse en el espejo y aceptar las manchas en la piel. Y sobre todo, asumir que en La Moneda existe un tremendo y delgado tejado de vidrio haciéndose añicos.
Digan la verdad, pero díganla a secas, sin adornos ni apellidos. Peñailillo ya está demasiado solo para dejar que se hunda como el héroe que salvó a la Nueva Mayoría. Además no se ve muy bonito eso de dejar a los amigos abandonados cuando las cosas no andan bien. Y tampoco queremos ver inmolarse al partido Socialista. La inquisición terminó hace siglos ya. Y tampoco creen en eso.
No queda otra que decir la verdad. Los chilenos ya se hicieron una idea y más explicaciones, más estrategias, más manotazos sobre el agua, sólo agravan la falta. Ya va quedando sólo un raspado de credibilidad. No lo desaprovechen.
Digan que hubo precampaña, que todos sabían, incluso la Presidenta. Y para no dejar sin pega a sus asesores, digan también que se mueren de vergüenza, que eso no se hace y que no se volverá a repetir. Caerá bien.
Con eso ustedes se sentirán más libres, los chilenos menos estúpidos y con la cara despejada podremos sentarnos nuevamente en la mesa para recomponer los ánimos y volver a conversar.
Por Matías Carrasco.