No estaban tan locos. No eran activistas ni debían ser expulsados de la Iglesia. Quienes han promovido públicamente la posibilidad de la comunión a separados vueltos a emparejar tenían algo de razón. Lo suyo no era una pelea perdida. Había entre la gente, había en el Vaticano, se alojaban entre Obispos y Cardenales, pequeñas brasas que prendieron una luz de esperanza. Al menos para quienes creemos que la mesa está servida para todos.
Así lo dice el Papa en Amoris Laetitia, la Exhortación PostSinodal donde Francisco resume las enseñanzas que dejaron dos Sínodos (2014 y 2015) sobre la familia y asuntos de moral sexual. Jorge Bergoglio enfatiza en el documento que las personas divorciadas o que viven una nueva unión “no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio”.
Así las cosas el Papa insinúa – sin plantearlo expresamente- el acceso a la comunión de los matrimonios “irregulares”, centrando la decisión en el discernimiento personal y pastoral, caso a caso, sin normas canónicas generales. “Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas (…) Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares” – dice.
No es para hacer una fiesta, pero para los tiempos de la Iglesia es un avance. Allí donde había una puerta celosamente cerrada, hoy queda entreabierta. La Iglesia de ninguna manera baja su ideal de matrimonio, pero plantea una mirada más comprensiva y amable con quienes han fracasado. “Hay que reconocer que hay casos donde la separación es inevitable. A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la explotación, la ajenidad y la indiferencia”. No es una declaración menor. Habla de una Iglesia que decidió sacarse sus zapatos de suela gruesa y poner los pies en el barro.
Algunos, cansados y decepcionados, ya abandonaron el buque. Se fueron. Otros pensarán que la Iglesia llegó tarde o que lo aquí planteado resulta insuficiente. Y en parte comparto esa opinión. Personalmente hubiese preferido una apertura mayor y una inclinación expresa y clara a la comunión de separados que han decidido rehacer sus vidas. Pero, a pesar de mi entusiasmo, no puedo desconocer una historia de más de 2.000 años, una doctrina fundamentada y férreamente instalada y la existencia de distintas posturas al interior de la misma Iglesia. Lo que para muchos nos parece una buena noticia, para otros es motivo de escándalo y el triunfo del relativismo postmoderno. De todo hay en la viña del Señor.
Lo importante, creo yo, es el cambio de tono y de mirada. La roca se corrió. Al menos se removieron algunos obstáculos que nos impedían vernos con más empatía y cariño. Y lo revelador es que por muy pequeño o minúsculo que parezca este paso, se puede. No sé en cuánto tiempo, con cuántos esfuerzos y cuántas batallas, pero se puede. Es posible soñar con una Iglesia menos santa, más inclusiva y humana. Hay que insistir. Sobre todo los laicos, tenemos que insistir.
Ojalá no sean sólo los diarios quienes informen sobre las conclusiones de Amoris Laetitia. Sería deseable que las mismas autoridades de nuestra Iglesia se encarguen de comunicarlo con entusiasmo y apertura. Es, para muchos, motivo de alegría. En las iglesias de todo Chile, a la hora del sermón o de la eucaristía, podría ser un buen momento para compartir con laicos y laicas las enseñanzas y esperanzas de este nuevo trato. Sería justo, dignificante y tremendamente necesario.
Por Matías Carrasco.
No es lo mismo ser abandonado que abandonar. No es lo mismo ser abandonado y permanecer fiel al matrimonio que juntarse con otro. Solo el que abandona o es abandonado y se acuesta con otra comete adulterio. Esto no lo dice la Iglesia o su Magisterio, esto lo dice Cristo expresamente en el Evangelio. El papa no abre ninguna puerta al adulterio , pues no podría ni puede. Lo dicho por Cristo es una casa y no son interpretaciones de décadas , sino que es la palabra bimilenaria .Tu artículo no es más que el anuncio de una mentira, y los Cristianos sabemos su origen , desde el principio.
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