EL PODER DE LA VÍCTIMA

Ha levantado mucho polvo la confesión del convencionista, Rodrigo Rojas, por su cáncer de mentira. No es para menos. Fue su historia creada -dramática, heroica, ejemplar- la que lo llevó a la Convención Constituyente. Engañó a millones. Emocionó a miles. Dio entrevistas, apareció en campañas políticas, fue un símbolo del estallido, y todo a punta de un testimonio que resultó ser falso. ¿Por qué lo hizo? Se me viene a la cabeza la novela El Adversario de Emmanuel Carrere y el interés del escritor de conocer las causas de una gran invención. Es un tema que da para mucho. Pero hay en todo esto otro elemento que vale la pena subrayar.

El sinceramiento de Rodrigo Rojas no fue producto de una reflexión íntima, o de un arranque de honestidad. Fue fruto de una investigación del diario La Tercera y de una periodista que lo confrontó en medio de una entrevista. Así las cosas, al Pelado Vade (como se le conoce) no le quedó más que admitir el fraude.  De ahí, su confesión en un video que circuló por las redes sociales.

Y esto es lo destacable. Los medios de comunicación han sido fundamentales en la fiscalización del poder. Importantes casos de abuso y corrupción han sido destapados gracias al trabajo serio y valiente de editores y equipos periodísticos dispuestos a buscar la verdad.  Alumbran la sombra que dejan a su paso los gigantes. Y es bueno que lo sigan haciendo.

Pero los gigantes cambian. El poder se está moviendo. La crisis de las instituciones habla de eso. Ya no gozan de la autoridad, ni de la legitimidad que ostentaban antes. Varias están en entredicho y otras, como la Iglesia Católica, por ejemplo, apenas se dejan sentir en la esfera pública.

Y junto al deterioro de las instituciones tradicionales, han aparecido otros espacios de poder. Más invisibles. Más complejos. Más silenciosos. Pero no por eso, menos efectivos. Uno de ellos es el poder de la víctima. De las que realmente lo son (y que merecen ser reparadas), y de los que juegan – ya lo sabemos- a serlo. Se mezclan, unos con otros, los de verdad y los impostores. Eso trae confusión y un enredo provechoso para los amantes del engaño. Saben disfrazarse de corderos. Conocen el discurso. La víctima está blindada y ese es su gran poder. Se transforma en intocable. Puede hacer y decir sin ser cuestionada ¿Quién querría contrarrestar el testimonio de una víctima? ¿Quién querría parecer cruel e inhumano?  Cuentan además con la venia, la simpatía y la defensa (o la funa) de buena parte de la opinión pública. Y no solo eso. También con la reverencia de periodistas, columnistas, animadores, candidatos presidenciales y de políticos sedientos de aprobación.

El poder se está moviendo. Y debe ser escudriñado donde siempre se ha hecho, pero también en aquellas zonas aparentemente libres de pecado y que nos visten de hombres y mujeres buenos, empáticos y justos. El abuso, la corrupción y la mentira, nos guste o no, pueden estar en la empresa, en el gobierno, en las fuerzas de orden, en las catedrales, en las alcaldías, en los partidos, en la elite, pero también en el pueblo, en los independientes, en los pueblos originarios, en las organizaciones sociales y en la mismísima convención. De ser humanos, nadie se libra.

La Tercera alumbró donde pocos lo están haciendo. Buscó en medio del rebaño y encontró allí el disfraz que llevó a un hombre al poder. Una farsa. Un embuste. Lo que se quiera. Lo importante es levantar el farol e iluminar más allá de donde acostumbramos (o es conveniente) mirar.  

Por Matías Carrasco.

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Un comentario en “EL PODER DE LA VÍCTIMA

  1. Juan Meza-Lopehandia dijo:

    Vade fue víctima de sus propios códigos culturales. de dónde el viene el mundo se divide en «Los vivos» y los «Giles». Paso a otro contexto cultural y no se percató del cambio de texturas. Fue valiente en reconocer su error.!

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