
Hace algunos días, tras la agresión a un constituyente de Chile Vamos, el escritor y también miembro de la Convención, Jorge Baradit, dijo que le parecía conveniente “que ellos sufran un poquito lo que los chilenos hemos sufrido desde el estallido social: persecución, violencia, represión en las calles”. Horas después de su declaración, echó pie atrás, se disculpó, explicó que se trató de un exabrupto y señaló que las palabras que él mismo emitió, “no me representan”, como si dos sujetos distintos habitaran en un mismo Baradit ¿Cómo pudo ocurrir?
El libro “Encuentro con la sombra”, editado por Connie Zweig y Jeremiah Abrams, reúne cerca de cincuenta breves ensayos que tratan sobre el lado oscuro del ser humano y esa sombra – que a todos nos acompaña- y que encierra (como en una jaula echada al olvido) todas las emociones “negativas” que reprimimos desde niños, como la rabia, la lujuria, la mentira, el odio, la envidia y todo tipo de tendencias destructivas.
El gran problema de la sombra es que no la vemos. Está tan oculta en nuestro inconsciente que no somos capaces siquiera de mirarla. No nos atrevemos. No podríamos tolerar ver nuestra imagen ideal ensombrecida por un puñado de malas intenciones. Por eso, lo que nos va quedando es la proyección, es poner en otros y reprobar con fiereza lo que realmente somos, pero no queremos asumir. Por eso la maldad parece estar siempre fuera – en la pareja, en los hermanos, en el gobierno, en los políticos, en carabineros, en los tribunales, en el sistema- pero nunca en nosotros mismos.
Por más que queramos, no podemos deshacernos de nuestra sombra. Simplemente, existe. E ignorarla acrecienta el riesgo de que aparezca sorpresivamente ante nosotros como si se tratara de otra persona o de un animal salvaje. “Cada uno lleva consigo un Dr. Jekill y un Mr. Hyde, una persona afable en la vida cotidiana y otra entidad oculta y tenebrosa que permanece amordazada la mayor parte del tiempo” – señala uno de los ensayistas del libro.
Algo de eso le tuvo que haber pasado a Baradit. Es probable que le haya abordado abruptamente su sombra, como un extraño alojando dentro de él, que movido por un sentimiento de venganza, decidió salir a dar una vuelta, lanzar la pachotada, para luego volver a replegarse en las mazmorras del escritor. Por eso para Baradit fue un exabrupto (un desatino, una incorrección) y una opinión que no lo representaba.
Pero no solo Baradit tiene su sombra. Todos la tenemos y, aparentemente, bien oculta. Nadie está muy dispuesto a reconocer su lado menos luminoso. Y andamos por ahí creyéndonos intachables, mientras culpamos al mundo de todos nuestros achaques. Así, vamos haciendo de esta tierra un gigantesco y confuso teatro de sombras proyectadas en murallas ajenas.
La alternativa es asumir, como dice Nicanor Parra, que somos un embutido de ángel y de bestia. La opción es desarrollar la propia conciencia (y responsabilidad) individual. Entender que en cada uno de nosotros -ciudadanos, constituyentes, comunicadores, candidatos presidenciales- está la capacidad de hacer el bien, pero también, aunque insistamos en negarlo, de hacer daño. Y de eso nadie se libra.
Aceptar la propia sombra nos ayudaría a bajar un par de cambios, a disminuir la soberbia, a curar nuestra ceguera, y a cotejar la realidad con una mirada más comprensiva y equilibrada de los demás y de nosotros mismos.
Caminar mirando la sombra -con una mezcla de cariño y curiosidad- puede ser un buen comienzo.
Por Matías Carrasco.