Cuando ando confundido, voy al origen de las palabras. Entender su significado me ayuda a descifrar también el mundo. Es como si en ellas, bien adentro, durmiendo en la sencillez de los espacios y de las letras, habitara la clave para destrabar los enredos de la existencia o de un Chile acontecido.
Esta vez voy en búsqueda del “sentido común”. A decir verdad son dos palabras, pero que suenan a una de cinco sílabas y que a veces se extraña o se reclama. En Wikipedia aparecen distintas acepciones que apuntan en la misma dirección. Henri Bergson – dice el diccionario- define al sentido común como «la facultad para orientarse en la vida práctica». E. Mora-Anda dice que el sentido común nos ahorra tonterías: calcula lo probable y lo improbable, lo razonable y lo absurdo. No se atiene a reglas, sino a lo que puede funcionar; no es perfeccionista, sino que prefiere «lo razonable». Para Trout y Rivkin – continúa Wikipedia- el sentido común es una facultad esencial de la persona: “una facultad que posee la generalidad de las personas, para juzgar razonablemente las cosas”. Yash, Hipat Roses e Imeld lo definen como “el don provisto para saber distinguir todo lo que nos rodea: el bien, el mal, la razón y la ignorancia”.
De alguna forma, el sentido común busca poner las cosas en su lugar. Sería algo así como el “faro de lo obvio” que nos alumbra en nuestras decisiones y pensamientos. Si actuáramos de acuerdo al sentido común las aguas volverían a su cauce y el país recuperaría el orden que algunos anhelan y otros detestan. El problema es que el sentido común parece no tener dueño. Varios se lo apropian y levantan consignas en su nombre. Lo que para algunos es sensato, para otros puede ser hasta un delirio. Haga el ejercicio de preguntarle por el sentido común al Frente Amplio y a los de la UDI, a los viejos y a las nuevas generaciones, a los carabineros y a los de la primera línea. Se encontrará con un abismo. El sentido común puede ser también una ideología. Y así, nunca nos entenderemos.
No es el sentido común los que nos va ayudar a salir del enredo en el que estamos metidos. Pienso que será el “sentido de lo común” lo que podría abrirnos el camino a un Chile más dialogante. Si pusiéramos el foco en aquello que a todos nos pertenece, en eso que todos compartimos, en ese bien superior que a todos nos atañe, entenderíamos que la solución es sin exclusiones, es inclusiva y respetando las diversas y legítimas opiniones que conviven en una comunidad.
Lo común exige ponderar la propia mirada, incluso revisarla en función del otro. Cuando fijamos la vista en lo colectivo, entendemos que nuestra vida es compartida, y que las reglas del juego deben ser justas y validadas por todos, o al menos por la mayoría. Tenemos que poner nuestros ojos y la discusión mucho más arriba del horizonte al que nos hemos acostumbrado. Mucho más alto que los intereses de nuestros domicilios políticos, de los partidos, de los gremios, e incluso, de las micro demandas que han proliferado. Sobre todo en momentos complejos, en los pasos angostos, debe ser lo común lo que prevalezca.
Es un ejercicio difícil, principalmente para una sociedad competitiva, que ha puesto las ambiciones personales por sobre el bien común. No solo la elite. Pienso que todos somos un poco winners. No nos gusta perder. Ni siquiera la razón. Pero para construir ese país más justo que se desea, debemos entender, de una buena vez, que ese Chile se logra entre todos, o simplemente nunca llegará.
Necesitamos líderes, sobre todo líderes, que den el paso a “lo común”. Que nos hablen de “lo común”. Que se arriesguen por “lo común”, que no es otra cosa que lo de todos. Que lo hagan mucho más allá de ese cálculo ruin y de ese oportunismo que los tiene por el suelo. De derechas y de izquierdas, de todos los sectores, abran sus ojos y miren el cielo buscando una estrella mucho más grande que la de sus partidos y carreras políticas. Es la estrella de un país que, de nuevo, nos pertenece a todos y que entre todos, diferentes, debemos construir.
Es urgente cambiar la lógica confrontacional y de acusaciones en la que hemos caído, abandonar nuestros propios “sentidos comunes” y fijar como una bandera el “sentido de lo común”. De lo contrario, escribiremos una Constitución (cuestionable) desde la funa, la exclusión y el miedo y no desde el entendimiento y la convivencia, que la harán fuerte, democrática y representativa, tal como se exigió, tal como la soñamos.
Por Matías Carrasco.
Gracias Matías . Una vez más coincido con tu mirada, lo que nos falta como sociedad es recuperar la confianza en el otro, y no creer que cada cosa que dice o hace el que piensa distinto a mí es para perjudicarme. Para construir desde lo común se hace imprescindible el vincularse con los que me rodean, y para vincularnos tenemos que volver a confiar.
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