No lo vimos venir, se repite. Sabíamos que había un malestar, pero nunca previmos que explotaría de esta manera, han dicho algunas autoridades. Por no haberlo visto, por no haber hecho nada para evitarlo, estamos pagando los costos de una justicia postergada durante décadas.
En su despertar Chile gritó, cantó y bailó. El pueblo silencioso se convirtió en un colorido carnaval. Está ahí, ahora más que nunca, la posibilidad de una tierra digna y de una vida mejor para ellos, para sus hijos y para sus viejos. Por eso la emoción y las ganas de no soltarse jamás.
Pero en este nuevo amanecer, Chile también despertó mal genio. Ha dado tumbos y manotazos que han causado mucho daño. Varios hemos quedado perplejos. Miles han quedado sin metro, con su negocio saqueado, con un entorno destruido, viviendo con miedo. Hay muertos, abusados, torturados y cientos de heridos. Ni que hablar de la economía y el efecto que tendrá en la vida de las personas.
Ya van más de veinte días y la violencia no cesa. No es solo lo que se ve en la calle, sino también en las conversaciones cotidianas, en redes sociales y whatsapp. Ya están apareciendo – lamentablemente- grupos de civiles que se están organizando para defender sus barrios y negocios. Nada bueno puede salir de ahí.
¿Vamos a repetir otra vez la misma historia? ¿Diremos, luego, que tampoco lo vimos venir?
Se escuchan tantas cosas. Cada cual defendiendo la verdad que ya se tragó. Que el gobierno, que Piñera, que “la guerra”, que los militares y carabineros, que Cuba y Venezuela, que los vándalos y anarquistas. Todos apuntándose con el dedo. Y, mientras tanto, el agua sigue hirviendo.
Es cierto. Son principalmente los políticos y parlamentarios, empresarios, líderes de opinión, autoridades gremiales e institucionales, quienes debieran hablarnos, con su ejemplo, de la importancia de una sana convivencia y de las graves consecuencias que puede significar perderla. Pero no todos han estado a la altura. Hay varios que ven en este río revuelto la oportunidad de sacar sus propias tajadas o de congraciarse con la vociferante masa, aún a costa del presente y del futuro de Chile. Después dirán que no lo vieron venir.
Pero eso que criticamos y desdeñamos, no nos libra de la enorme responsabilidad de cuidar la paz social y evitar echar más bencina a un fuego que se está tornando peligroso. Algunos parecen estar en una plaza de toros. Mostrándose la capa, azuzándose, con mensajes provocativos y desafiantes. Es la estocada y la venganza. La venganza y la estocada. ¿Cuándo termina este espiral?
Algunos insisten en la política y un nuevo pacto. Muchos persisten en la renuncia de Piñera (y después, ¿qué?… ¿adiós democracia?). Otros plantean más represión policial. Y un montón piensa que deben recuperar el orden por las propias manos. ¿En qué momento nos volvimos locos?
Puedo ser ingenuo. Pero yo prefiero seguir confiando en las instituciones y en los buenos políticos – todavía quedan- que están poniendo a Chile por delante y avanzando en nuevas leyes, impensadas hace solo tres semanas. Pero sobre todo, espero que entre nosotros, simples ciudadanos, prevalezca la sensatez y la razón, la calma y la prudencia. Es hora de abandonar las provocaciones y llamados incendiarios. Incluso de la posibilidad- impopular, por cierto- de restarse de las marchas que sirven de sombra para los violentistas. ¿Cómo no va a haber otra manera de manifestarse? Pero para esto debe haber un consenso amplio, un llamado transversal de parte de todos los liderazgos y autoridades.
Chile despertó. Ojalá que el malestar de una larga pesadilla no empañe los sueños y las esperanzas que se abrieron, para muchos, en este nuevo y largo amanecer.
Por Matías Carrasco.
Una vez más acertivo y profundo sin caer en la vaguedad y las recetas de tantos que opinan, predican y dan diagnósticos, pero nunca practican.
La incertidumbre que nos agobia se calma en parte sabiendo qué hay sentimientos gemelos compartidos con muchos probablemente, que estamos preocupados por el desenlace de esta historia funesta de piromanía organizada.
De donde vendrá ???
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