CHILE OPINANTE

OPINION

 

En los últimos años hemos visto el surgimiento de un Chile opinante. El acceso a internet y el uso de redes sociales ha facilitado la posibilidad de que cualquier persona pueda dar su parecer sobre la contingencia o respecto a asuntos más específicos.

En los medios tradicionales la opinión también ha ido ganando terreno. Atrás han quedado los periodistas que intentaban mantener cierta objetividad (si es que es posible esa pretensión) para dar paso a profesionales que constantemente emiten juicios y fijan una postura clara respecto a los temas que van marcando la agenda. Incluso la manera de titular, que siempre es una pista para ver por dónde navegará la noticia, hoy es más desenfadada y con evidentes juicios de valor.

De alguna manera la opinión ha permitido que emerja una sociedad más crítica y cuestionadora. Y eso es bueno. Permite un mayor control y fiscalización del poder y de las clases dominantes y, a su vez, entrega una voz a quiénes antes no la tenían.

Sin embargo, como en todo, el exceso no es un buen consejero. Y en nuestro país la opinión abunda. Pienso que asistimos a una época que nos hace más opinantes pero no por eso más libres. La irrupción de diferentes puntos de vista no necesariamente culmina en un grupo más diverso y pluralista. Lo que vemos es que hay ciertas tendencias que se hacen notar para finalmente imponerse, no por consenso sino por la fuerza de sus declaraciones o por los tiempos que les tocó vivir.

Cuando la opinión comienza a ganar la batalla, hay un terreno neutral que es, sutilmente, abandonado. Y lo que prima es la corriente victoriosa y no la de los derrotados o, simplemente, de aquellos que estaban siendo testigos de la contienda. Y una opinión dominante puede resultar más aterradora que el rugido de un león o que un tanque avanzando hacia nosotros por la avenida.

Por nuestra costumbre ancestral de vivir en comunidad, la amenaza de quedar “fuera” o a ser percibidos como disidentes, puede ser muy amedrentadora. Por eso es común que muchos y muchas prefieran callar o simplemente sonreír frente a una opinión que, honestamente, no les parece. Y eso no está bien. Sobre todo cuando los comentarios son en blanco y negro, en “me gusta” y “no me gusta”, sin mucho espacio a los matices que siempre existen y que son tan necesarios.

¿Cuál es la solución?

En ningún caso restringir los espacios de opinión. Menos formar a niños sin voz ¡Por ningún motivo! Pienso que las mismas característica de este fenómeno nos dan luces de una posible salida. Cuando uno mira las opiniones en las esferas pública y privada, se dará cuenta que buena parte de ellas son más bien binarias (de acuerdo o en desacuerdo), confrontacionales (respecto a otro) y de muy poco análisis y reflexión propia.

Cada uno fija su opinión respecto a un tercero y desde ahí dispara. Lo vemos a diario en la política, en los temas de interés nacional y también en los discusiones de la vida misma. Es la manifestación de este Chile opinante el que ha dejado entrever nuestra carencia reflexiva y la incapacidad de mirarnos a nosotros mismos.

La opinión, la buena opinión, no debe ser solo un arranque o una pulsión incontrolable. La opinión no tiene porque ser siempre un veredicto y menos algo violento o que deba ser impuesto. Puede ser más bien un punto de partida o la chispa que enciende una conversación interesante.

Pero para hacer esa distinción es imprescindible dejar las trincheras, atrevernos a poner en duda “nuestras verdades” y comenzar a reconocer en la mirada del otro su valor y su particularidad. Quizás, quién sabe, algún día nos puedan hacer cambiar de opinión.


Por Matías Carrasco.

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