LA FUERZA DE LO DESIGUAL

bellolio

Cada vez valoro más la diversidad. Y cuando intento explicarlo, no puedo hacerlo desde su misma vereda. Es un término tan usado y tan manoseado, que va perdiendo su propio espesor. Me resulta más fácil hablar de ella, apreciarla y buscarla, desde el otro lado del río, en el mismo cauce de todos los días, donde remoja sus pies idénticos la uniformidad, la antagónica de esta historia.

Podría decirse más bien que cada día repruebo más la uniformidad, esa que nos quiere semejantes en pensamientos, palabras, obras y omisiones. Esa que se disfraza de obediencia, de virtud y de respeto. La misma que nos pide ser iguales para no desordenar la fila, para no hacer lío y para no agitar las aguas de un mar parejo e infinitamente plano.

Es difícil este ejercicio porque hemos sido formados en lo igual. Crecimos en barrios iguales, colegios iguales, compañeros iguales, credos iguales, familias iguales, ideologías iguales y una larga lista que más parece un elogio a la igualdad. Por eso es que nunca ha sido bien visto el cantar fuera del coro, disentir o trazar una raya más allá de las murallas del reino donde todo es afín y parecido.

Seguramente la uniformidad también tiene lo suyo. Por algo existe y ha persistido invisible y honda en nuestra cultura. Sus raíces, tan firmes como profundas, permiten ordenar, controlar y predecir, minimizando sorpresas y el riesgo de lo imprevisto. Y eso puede resultar muy tentador para personas o grupos que disfrutan de algún grado de poder. Así no se mueve ninguna hoja sin que se sepa.

Pero la uniformidad es un espejismo. Debajo de ella late la originalidad del ser humano. Esa que no es igual a nada y que solo viene a ofrecer algo distinto e irrepetible. Pero, en buena parte, todavía se mantiene amarrada a una camisa de fuerza que la oprime, la asfixia y no la deja respirar con libertad. Por eso una opción diferente siempre será amedrentada y emplazada a abandonar el rebaño.

Es lo que pasó hoy con el diputado Jaime Bellolio y su voto a favor de la Ley de Identidad de Género que se aprobó esta tarde en la Cámara. En su intervención, el parlamentario leyó una carta que le habían hecho llegar instándolo a rechazar el proyecto, diciéndole – entre otras cosas- que su votación podría desilusionar o afectar a su madre o poner fin a su carrera política. Apenas surgió la diferencia en la colectividad, otra vez aparecieron como un fantasma las armas del miedo y la amenaza. Seguramente ya se están escuchando por las redes sociales los gritos de “traidor” al díscolo diputado de la UDI.

Pero para ser justos el fenómeno de lo uniforme y el rechazo a lo distinto es transversal. Ocurre en la UDI, en RN, en la DC, en el PC y en el Frente Amplio. Pasa también en las iglesias, en las familias, en los colegios y los lugares de trabajo. Es, a mi parecer, una práctica que empobrece al ser humano. La uniformidad exige y excluye. La diversidad incluye y acepta legítimamente al otro. Es una mirada que invita a una mejor convivencia.

Vuelvo a Bellolio. El diputado felizmente insistió. Valientemente dio su voto a favor de la ley. Entre sus argumentos citó el amor a sus hijos, la compasión, la dignidad, la libertad humana, el derecho de los padres a formar a sus niños y el haber conocido el caso de una niña trans. ¿Qué hizo a Bellolio abandonar la uniformidad de su partido aún sabiendo el trago amargo que eso le traería? Pienso que fue la reflexión. Soltó por unos momentos esa verdad prometida y se abrió a las preguntas y a una búsqueda impredecible, que puso ante sus ojos un paisaje nuevo, de un horizonte ancho y relieves que subían y bajaban con la brutal y hermosa fuerza de lo desigual.

Pagará los costos, pero Bellolio aportó a un Chile más justo, más diverso y más humano.


Por Matías Carrasco.      

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