NIÑOS TRANS Y UN PÁIS MÁS HUMANO

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Esta tarde el proyecto de ley de identidad de género podría llegar a su fin. La propuesta establece que las personas que presentan una disonancia entre sus sexo biológico y su género puedan cambiar su sexo registral en su cédula de identidad. La iniciativa incluye también a menores de 14 años con la aprobación de ambos padres, informes médicos y acompañamiento de al menos dos años para acreditar seriamente la situación.

Es un asunto complejo que merece ser tratado con respeto y especial cuidado. Pienso que hay dos formas de abordar este tema: desde nuestras creencias y propias ideologías o desde el sufrimiento que puede afectar a quienes viven esta realidad.

En una columna titulada “¡Con los niños no se metan!”, el ex presidenciable, José Antonio Kast, plantea la necesidad de rechazar esta ley basado en el argumento que el cambio de sexo registral obligaría al resto a tratar social y oficialmente a una mujer como si fuese un hombre. La ley no contiene norma alguna respecto del ejercicio del derecho constitucional de la objeción de conciencia para quien, en virtud de sus convicciones más profundas, pretenda hacer frente a dicha imposición” – dice Kast.

La primera pregunta que surge es, ¿quién y cómo lo obliga? Suponiendo que ello fuese cierto, estaríamos aquí en una contraposición de derechos. ¿Cuál pesaría más? ¿El derecho a una persona a forjar su propio destino cambiando su identidad registral o el derecho a un tercero a no sentirse vulnerado en sus convicciones?

Cabría aquí señalar que el rechazo que viven niños, jóvenes y adultos transgéneros, genera en ellos exclusión, marginalidad, angustias y una elevada tasa de suicidios. ¿A quién cabría proteger? ¿A aquél que sufre o aquél que se siente ideológicamente ofendido?

Pienso también en los niños adoptados. ¿Tendrá Kast el mismo problema de tener que aceptar socialmente a un niño como hijo de una mujer aún cuando no lo es biológicamente?   Evidentemente que no. ¿Por qué? Porque lo que realmente irrita a José Antonio no es la supuesta obligatoriedad de aceptar una cosa como si fuese otra, sino más bien avalar una situación que atenta contra su religiosidad. Para un buen sector de la Iglesia Católica el querer cambiar de identidad sexual es un atentado gravísimo a la creación de Dios: “Hombre y mujer los creó”. Sería importante que el ex diputado – amante de la verdad- sincerara su posición.

Visto desde esta manera, lo que tendría que reconocer José Antonio es que quién realmente está intentado imponer su propia visión del mundo y de las cosas sería él – y otros como él- al restringir los modos de vida de otras personas a su propio ideario ético y moral. En su columna Kast no se refiere a ningún argumento técnico ni especializado – válidos, por supuesto- sino simplemente a la “ideologización de la naturaleza humana” y al fantasma siempre presente de “la ideología de género”.

Vuelvo al principio. Este es un tema complejo. Cada uno podrá formarse su opinión. Yo ya me hice la mía. Y siendo de la misma iglesia que José Antonio, estoy a favor de esta ley y de que sean los padres – a diferencia de lo que él piensa- quiénes decidan junto a sus hijos el camino a seguir.

Independiente del resultado de este proyecto en el parlamento, una cosa es cierta: felizmente la realidad trans ha ganado visibilidad, respeto y acogida en buena parte de la sociedad. Y esto, sin dudas, está contribuyendo a un país más justo y más humano para todos.


Por Matías Carrasco.

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