No podemos pedirle al Estado más de lo que es capaz de darnos. Es cierto que sobre sus hombros recaen las más grandes responsabilidades, pero no todas las esperanzas se agotan en él. Aún en los asuntos más complejos, titánicos y peliagudos tenemos algo que hacer y que decir. Y en el último tiempo dos casos públicos y noticiosos – a miles de kilómetros de distancia entre sí- nos pueden dar luces sobre este tema.
En la discusión por el aborto en tres causales se le exige al Estado facilitar el acompañamiento de la mujer que está pensando en interrumpir su embarazo. Se cree que un buen consejero, una mano amiga, podría hacerla recapacitar, en contraste con la soledad, el miedo y el aislamiento con que tomaría esta decisión. Y aunque suene sensato, en la realidad parece algo impracticable. Porque mientras la sociedad no abra espacios reales de integración a las madres solteras y adolescentes embarazadas, nada o poco de eso ocurrirá. Y esto no depende precisamente del Estado, sino más bien de usted y de mí. Es bueno preguntarnos cómo andamos por casa. ¿Aceptamos en el colegio de nuestros hijos a madres solteras – que lucharon valientemente por llevar adelante su embarazo- o familias sin certificado o de las “mal constituidas”? ¿tenemos una mirada acogedora a la estudiante embarazada, esa de jumper, o más bien la observamos con regaño y prejuicio social? ¿estamos dispuestos a entregar a nuestros jóvenes educación sexual para prevenir los embarazos no deseados? ¿Nos importa realmente la suerte de una mujer embarazada y en situación de vulnerabilidad?
Y mire usted el mundo de los migrantes. Por estos días todo el país se ha conmovido con la historia de Aylan, el niño de tres años encontrado ahogado, boca abajo, en las arenas de una playa en Turquía. Y nos preguntamos con indignación, ¿por qué los países no hicieron nada? ¿por qué Europa se demoró tanto en recibir a miles de refugiados que huyen de la guerra? ¿Cómo tanta falta de humanidad? Y otros van más allá. ¿Por qué Chile no abre sus fronteras a familias sirias que hoy tanto necesitan? Pero no hay que viajar tan lejos para hacer algo por personas que dejan sus países, arriesgando y dejando atrás a quienes más quieren, para ir en búsqueda de un mejor futuro. Según algunas estimaciones, en Chile hay cerca de 500.000 migrantes, un 2,8% de nuestra población, y su bienestar depende en gran parte del marco legal y de lo que pueda hacer el Estado pero, otra vez, también de usted y de mí. ¿Cómo recibimos a los extranjeros que residen en nuestro país? ¿Los aceptamos con los brazos abiertos o los miramos con recelo y sospecha sólo por ser bolivianos, peruanos, colombianos o haitianos? ¿Les ofrecemos salarios y condiciones de trabajo justas o nos aprovechamos de su condición de foráneos? ¿Realmente nos importan o los dejamos naufragar en sus propias orillas?
Yo no tengo dudas de que una sociedad más amable y menos hostil reduciría las razones de cientos de mujeres para abortar. Mientras las puertas se mantengan abiertas más querrán pasar por ese umbral. Pero si se mantienen cerradas o se muestran amenazantes, más crece la posibilidad de darse la media vuelta y buscar caminos propios, aunque terminen en muerte y tragedia. Y también pienso que un país más abierto a la diversidad cultural, con leyes apropiadas y espacios de integración, también harían más grata y digna la vida de miles de extranjeros que verían, de verdad, cómo se quiere en Chile al amigo cuando es forastero.
Ni el aborto ni la situación de los migrantes y refugiados parecía ser tema antes de anunciada la ley y de difundida la foto del pequeño Aylan. Aunque lo sabíamos, aún cuando esto sucede todos los días frente a nuestras narices, pocos o nadie se querían dar por enterados. Pero cuando es noticia, cuando adquiere visibilidad, cuando lo vemos muy cerca, la conciencia llama y remuerde….hasta que deje de salir en televisión.
Tenemos un tremendo desafío por delante: el de construir un país más inclusivo, para todos y todas, todos los días. El único problema es que, honestamente, no sé si estemos dispuestos a hacerlo. Más allá del Estado y la ley, si cada uno no pone de su parte difícilmente podremos darle un futuro prometedor a quién está por nacer y a quién nació en otra tierra y llegó a nuestro país soñando una mejor vida.
Habrá entonces que comenzar a hacerse cargo.
Por Matías Carrasco.