En la última encuesta Adimark Michelle Bachelet alcanzó una histórica aprobación de 24%. Tras cartón y aprovechando la oportunidad, la oposición pidió a la Presidenta que corrija el rumbo y abandone un programa que rechaza buena parte de la ciudadanía. Pero la Mandataria insistió que seguirá adelante con la reformas, “sin importar las trampas en el camino”. Y sin querer nos regaló una importante pista para entender al Chile de hoy: la trampa.
De acuerdo a Wikipedia, la trampa es un dispositivo o una táctica provista para dañar, capturar, detectar o incomodar a un intruso. La Real Academia de la Lengua nos dice que una trampa es un ardid para burlar o perjudicar a alguien. En otras palabras estaríamos hablando derechamente de un señuelo o un engaño para hacernos caer.
Pero el problema no estaría en la trampa, sino más bien en el convencimiento de nuestra Presidenta de que detrás de cualquier crítica o cuestionamiento a las reformas cabría sólo el interés de perjudicar o hacer daño. Puesto de otra forma los adversarios políticos de la Nueva Mayoría o los detractores del programa de Gobierno serían feroces lobos disfrazados de tiernas e inocentes ovejas. Y hay más. Cuando sólo se ve trampa y engaño a nuestro alrededor, la sensación de un mundo amenazante ya llegó a nuestra ventana. Y si pese a eso, estamos convencidos de seguir adelante, a pesar de las cortapisas que nos pongan, la imagen de mesías y salvador del mundo también tocó a nuestra puerta. Y eso no es bueno.
Es cierto que los anuncios de este Gobierno han encontrado reacciones destempladas, exageradas y muchas veces mal intencionadas. Pero también es cierto que ha existido un largo desfile de columnas, comentarios y reflexiones bien intencionadas, que sólo buscan mejorar las cosas atendiendo al bien común. Echarlo todo al mismo saco – el de la trampa- sólo puede llevarnos a equívocos, un diagnóstico errado y una mirada parcial, antojadiza e interesada de la realidad. Porque pensar que nuestras ideas están siendo presa de un boicot concertado es la mejor coartada para no ver nuestros propios errores y horrores. Y así nos libramos de la autocrítica y el fracaso. Al menos no nos damos por aludidos.
Pero para ser justos no es sólo la Presidenta quien cae en su propia trampa. Todos de alguna manera lo hacemos. Y la derecha también. Nuestra oposición ante cualquier cambio social o cualquier intento por modificar el status quo, huele dolo y engaño. Y no demora mucho en disparar. Que vamos derecho al abismo, que estamos al borde del precipicio, que se nos viene Cuba y Venezuela. Es tal el nivel de la amenaza y la teoría de la conspiración, que tampoco son capaces de ver en quienes empujan el cambio el interés genuino por ver a Chile mejor. Nadie escucha a nadie.
Y así. Es la trampa la que nos tiene en problemas. No podemos ver en todo una confabulación. Despejar la paja del trigo es un ejercicio poco común por estos días, pero comenzar a hacerlo nos puede entregar una visión más equilibrada, justa y ponderada de nuestra realidad. Por miedo, por desconfianza y por esa estúpida práctica de no aceptar las propias debilidades y nunca reconocer los aciertos de quién piensa distinto, nos estamos perdiendo la posibilidad de confrontar ideas, dialogar, encontrarnos y construir en conjunto mejores reformas, mejores políticas y, sobre todo, un mejor país.
Por Matías Carrasco.
No creo que sea necesario definir la palabra trampa de forma textual (wikipedia) . El tėrmino usado en esta oportunidad, es equívoco. Se ha usado en este caso para decir que a pesar de la oposición o desacuerdo a los cambios estructurales de este gobierno, igual se llevarąn a cabo. Los Chilenos por tradición, les temen. Mientras esté la DC como parte de la Nueva Mayoría, no temo. De hecho ya entiende y ha cuestionado proyectos de gobierno. Han pedido gradualidad para concretizar las reformas para el bien de Chile.
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