Hay pirañas por todos lados. Estamos rodeados. De la noche a la mañana aparecieron a lo largo y ancho del país. Aún en aguas frías han logrado sobrevivir y hacer de las suyas.
Lo que pillen lo hacen añicos. Cualquier ser vivo que tropiece será devorado por ellas. Y no de cualquier manera. Lo harán de a poco y reiteradamente. Lo suyo es morder, despedazar y hacer daño.
Nunca actúan solas. Siempre atacan en cardumenes numerosos. Así meten miedo, se protegen y azuzan mutuamente. Y en Chile ser piraña es tendencia. Hacia allá va la corriente. Donde haya sangre ahí estarán, aguardando impacientes para hincar sus filudas dentaduras.
Ya varios han sido víctimas y andan por ahí exhibiendo sus huesos y lamiendo sus heridas. La Presidenta y ex Presidentes, ministros, diputados, senadores, jueces, carabineros, empresarios, simples ciudadanos, camioneros, curas, periodistas, futbolistas, alcaldes y una larga lista han sido rodeados y asechados por pirañas. No perdonan. Algunos merecían con razón más de algún mordisco. Otros fueron atacados de más o injustificadamente. Pero las pirañas en su afán por encajar la mandíbula y arrancar la piel no logran hacer la diferencia.
Pero han aparecido en Chile, en su propia tierra, algunos tímidos salmones. Juegan de local y saben que ir contra la corriente es su negocio. Aún cuando las cosas no están a su favor, aún cuando la masa aplaude y vitorea a las pirañas, hay salmones que han decidido nadar en sentido contrario. Y no crea que no muerden. Lo hacen y pueden mascar todavía más profundo, pero sin tanto escándalo y agitación.
No son ciegos. Los salmones saben lo que trae río abajo la corriente. Conocen su fuerza, sus furiosos rápidos, sus piedras y peñazcos. Pero aún así, sabiendo de los peligros y las dificultades del mundo donde habitan, en vez de insistir en destruir como lo hacen las pirañas, eligieron dar la pelea.
Quizás porque saben, alguien les dijo, que al final de la montaña, allá arriba donde nace el río, encontrarán un lugar calmo y tranquilo donde descansar o donde ir algún día a morir. Tal vez sabían que la única manera de ver a Chile renacer sería en lo más alto y no allá abajo, con las insaciables pirañas.
Hacen falta más salmones. Al menos para emparejar la cancha. Las pirañas sobran. Las vemos todos los días en los diarios, la radio, la televisión, la oficina, en sobremesas, en facebook y twitter. Es tanto que ya se habla de sobrepoblación. En cambio los de carne rojiza y sabrosa se ven menos. ¡Y por Dios que son necesarios por estos días! Hace falta su porfía, su tozudez, sus saltos cargados de esperanza y la valentía de quien aprieta bien los dientes, cierra los ojos y aún así pega un nuevo brinco por que sabe que va contra la corriente.
Por eso yo celebro a los salmones. Esos que se atreven a confrontar opiniones, cuestionar a la masa, contrarestar las ideas de su propio sector o grupo de pertenencia si es necesario. Esos que logran ver debajo del agua y que no se quedan sólo con lo que escuchan arriba, en la superficie. Esos que pueden cambiar de parecer si encuentran un buen argumento para hacerlo. Esos capaces de abandonar «su verdad» para ir en búsqueda de otras realidades. Esos que aceptan la diferencia y salmones de otras especies. Esos que hablan firme y claro, pero con justicia, responsabilidad y mesura. Esos que nadan con todas sus agallas por ver a Chile mejor, en vez de chapotear quejumbrosos en las orillas.
Que ocurra el milagro y se multipliquen los peces que quieran nadar contra la corriente. Chile, más que nunca, los necesita.
Por Matías Carrasco.