SOPLAR LAS BRASAS

Una de las amenazas para los próximos meses y años en Chile, es que se instale un ánimo de dominio y exclusión, por sobre los acuerdos. Es cosa de mirar lo que ha pasado en los últimos días para advertirlo. En primer lugar, una oposición que se despelleja en público, sin pudor, en la lógica del veto, de la tuya y dos más, de las revanchas, de las traiciones, de nosotros los buenos y amigos del pueblo y ustedes los malos y opresores de los últimos treinta años. Mucho puño en alto, ojos desorbitados, banderas flameando, una respiración agitada, declaraciones mirando a cámara y, como siempre, ese grupo secundando desde atrás moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba, como si fuesen muñecos. Por otra parte, algunas declaraciones de constituyentes que advierten que no conversaran con nadie que no esté de acuerdo con sus ideas, y otros que buscan imponerse, con la arrogancia de los vencedores, por el peso de la mayoría. Y por último las voces que se han levantado, cada vez más, pidiendo (como si fuese un deseo) una disposición a la escucha y al diálogo. Estas últimas, que comparto, son la señal más clara de la preocupación que existe en buena parte de quienes miramos el presente y el futuro del país.

Es un asunto al que hay que prestarle mucha atención. Tenemos al frente una gran oportunidad. Han sido tantos los cambios en el mundo, en la tecnología, en la manera de relacionarnos, y tantos los cambios y desencuentros en nuestra temblorosa tierra, que parece sensato darse un tiempo para mirarnos y conversar sobre Chile. También está sobre la mesa, la posibilidad de trazar una nueva ruta desde miradas muy diversas. Es bueno que estén sentados en las butacas de la Convención Constitucional hombres y mujeres de oficios diferentes, de sectores sociales muy variados, jóvenes y viejos, de otras culturas, de otros credos, algunos con mucha calle y otros con diplomas y estudios profesionales. Ahí están, pesando lo mismo a la hora de comenzar a poner los ladrillos de una casa que, esperamos, sea de puertas abiertas. Es por eso que es fundamental cuidar ese espacio y el ambiente que lo acompañará.

El riesgo está en que los triunfadores de las últimas elecciones caigan en la euforia y en la tentación de dar un golpe final, una estocada decisiva, para matar al toro y quedarse con las orejas y el rabo. Que los perdedores decidan atrincherarse como perros asustados, intentando sostener una isla alejada y solitaria. Y que los independientes se erijan como salvadores impolutos y que otros (ya lo están haciendo) los conviertan en una suerte de divinidad. No. Ninguno de ellos – triunfadores, perdedores e independientes- está libre de la soberbia, de la ceguera, de los vicios y de estar, como no, parcial o absolutamente equivocados.

Vivimos un cambio de época que está recién comenzando. Pienso que no se trata ni de derechas ni de izquierdas. No al menos en la lógica que hemos conocido hasta ahora. Más bien, es un giro que busca poner a las personas en el centro y un llamado (urgente y categórico) a tomárselas muy en serio. No solo eso. También está el medio ambiente, el reconocimiento a los pueblos originarios, la paridad de género y otras ideas que se han instalado con un apoyo transversal. Es un mundo nuevo que debemos mirar con ojos curiosos, sin prejuicios, y abiertos a la búsqueda de nuevas soluciones.

Por eso se requiere una mirada fresca y no anquilosada en viejas ideologías y en la dinámica del dominio, de la defensa, de los vencedores y los vencidos. Lo que hay que alentar y soplar como si fuesen brasas apenas encendidas, son la colaboración, la apertura, la escucha y el diálogo. Son esas, y no otras, las que iluminarán el difícil e incierto camino que empezamos a recorrer.

Por Matías Carrasco.

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