
Libros. Una hilera de libros. Varias hileras de libros. Eso depende de quién hable y de cuánto haya gastado en su biblioteca. Lo cierto es que muchos de los que aparecen en televisión (desde sus casas con esto de la pandemia), eligen de fondo una muralla de libros. A veces achico mis ojos e intento descifrar algunos títulos, mientras el periodista, el intelectual, el experto, el economista, el político, el empresario, el que sea, charla animadamente sin que le preste atención. Lo mío es adivinar qué diablos leen, qué hojas recorren con los dedos, qué historias les quitan el sueño.
¿Por qué elegirán unos libros de telón? ¿Por qué no una estantería de antigüedades, un cuadro o un collage de fotografías familiares? También podría ser un mueble, unas cerámicas colgando de la pared, una puerta entreabierta, una ventana mirando la cordillera, o simplemente unas cortinas cerradas. Pero eligen libros.
Hay algunos que dejan ver unos estantes en orden. Se divisan colecciones gruesas, libros anchos y delgados. Filas perfectas, en un patrón minuciosamente establecido. Otros prefieren ponerse al centro, justo al centro, de una biblioteca generosa y desarreglada. Eligen planos cerrados, para dar a entender que lo suyo es inacabable. Y también están aquellos que figuran con unos pocos libros, en unas repisas pequeñas, con algunas artesanías u objetos indescifrables como haciendo de relleno. Esas exiguas muestras, sospecho, han sido creadas únicamente para la foto. ¿Por qué insisten en los libros?
Unos podrán alegar cierta casualidad. Otros dirán que no se dieron ni cuenta. Pero ellos saben (y su inconsciente también sabe), que eligieron la compañía de los libros por alguna razón. Quieren que sepan que leen. Quieren que sepan qué leen, y mucho. Quieren que sepan (y que sepamos) que leen y que no van a dejar de leer. Si algunos exhiben sus casas, sus autos y sus zapatillas como símbolo de estatus, ¿por qué otros no pueden ventilar sus novelas, cuentos, biografías y ensayos?
En una ocasión, llegué a notar la competencia de los libros. Dos prominentes columnistas conversaban desde sus hogares sobre el presente de Chile (¡vaya qué presente!). No pude evitarlo. Digo, lo de fijar la vista en dos monstruosos libreros que aparecían en el fondo. Pienso que ellos también lo advirtieron. Uno más grande que el otro. Tuvieron que haber sentido, estoy seguro, el sabor del éxito y la derrota.
Yo también optaría por los libros. Tendría, eso sí, que sacarlos del ropero viejo en que los tengo y hacerme de una estantería. No sería nada muy espectacular. Todo lo contrario. Soy un lector tardío. Pero me veo hablando (¡de cualquier cosa!), escoltado por títulos que me afirman, que me alientan, que me mantienen la espalda enderezada.
Más allá de la anécdota, los libros me traen esperanza. Han sido un escape, un viaje, un aroma, en estos meses de encierro. Los libros pueden ser un telón, pero también una llave para descifrar un mundo que se nos ha ido simplificando, polarizando, moralizando. Erich Fromm comentaba que para comprender realmente al ser humano era necesario leer a Balzac, a Dostoyevski y a Kafka. “En ellos aprenderán algo sobre el hombre, muchísimo más de lo que puedan aprender en los libros de sicoanálisis”- dijo. La literatura – agrego- nos enseña que los buenos no son tan buenos, que los malos no son tan malos y que el trigo crece, indefectiblemente, con la cizaña.
Seguiré viendo en la televisión los libros como un paisaje. Me divierte, me intriga y me ilusiona.
Por Matías Carrasco.
Jajajaja. ¡¡Notable, Matías!! Los libros como telón de fondo graficando cuán grande es el ego y la falta de humildad del presentador. Derroche velado del «mostrar» lo que soy «cultural e intelectualmente a ese «mi público» intelectual. Qué mal gusto hacer alarde de los bienes materiales y que poca humildad hacerlo, ¿verdad?. Pero este otro alarde, ¡Noooo! Jajajaja
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