Estuve en sicoanálisis unos diez años. Para algunos una locura, para mí un privilegio. Es como haber atravesado el desierto o algo grande. Es una caminata larga, de horizontes difusos, donde la frustración y la esperanza aparecen y desaparecen como en un zigzag interminable. Allí aprendí a abrazar la libertad, o al menos, algo de ella. Es ese el premio después de andar kilómetros y kilómetros con el sol hirviéndole a uno la cabeza. No había directrices, ni consejos, ni correcciones. Era simplemente un hablar persistente, un estar, una voz como de espejo y un vínculo inquebrantable. Y en ese mundo, más parecido a un paréntesis que a otra cosa, uno se azota contra sus miedos, sus miserias, engaños y pellejerías. Por eso duele. Ya no se trata de otros, ni de enemigos, ni de justificaciones. Se trata de uno mismo, puesto en pelotas, al servicio del juicio propio, duro, implacable, pero sincero. De ahí, la libertad.
Pienso en todo esto cuando veo el Chile de hoy. Hay desigualdades, injusticias y abusos que deben ser atendidos. Hay gente que sufre, y mucho, que merece una vida mejor. Hay una humillación acumulada que explicaría la rabia y la violencia. Tenemos un gobierno deficiente, errático, con un 6% de aprobación. Hemos leído informes internacionales sobre casos de violación a los derechos humanos por parte de carabineros. De todo eso hay y parece darnos razones de sobra para poner la vista al frente y dar un golpe, insultar, disparar o lanzar una molotov. Hay allí una verdad, pero también una trampa.
Existe una delgada línea, casi invisible, entre justificar nuestros actos y desligarnos de toda responsabilidad. La confrontación con el otro nos otorga la chance de situarnos en una posición desventajosa, con cierto aire de justicia, evitando así pasar por el desierto de nuestras propias sombras. Pero si no andamos por ahí, ninguna crisis será superada. Es un ejercicio que debiéramos hacer en lo individual, pero sobre todo, en lo colectivo. Los partidos, el gobierno, los empresarios, los actores sociales, los parlamentarios y quienes tienen en sus manos el destino del país, deberían someterse a un autoanálisis franco y sin atajos. No con un sentido práctico, sino más bien reflexivo y abierto a la crítica. Ojalá sin asesores, sin estrategias ni cálculos. Solo con la firme convicción de que todos somos parte del problema y de buscar una salida.
No es fácil. Requiere de humildad, coraje y de asumir que podemos ser tan pencas como al que apuntamos insistentemente con el dedo. Significa, además, entender que el mundo es algo más complejo que una cancha dividida entre buenos y malos. Pero hacerlo, nos puede entregar la luz y la calma que necesitamos en esta hora opaca.
Hace años algunos partidos tenían la costumbre de reunirse cada tanto para ser sometidos al juicio de un adversario político. En un Icare de 2015, el siquiatra Ricardo Capponi – que lamentablemente murió la semana pasada- intentó llevar a la clase empresarial al diván. Lo hizo desde la perspectiva de un sicoanalista. Les habló de una ambición con tendencia a la codicia, de un pragmatismo excesivo que impide conectarse con la subjetividad del otro y de un pesimismo que distorsiona la realidad. Políticos y empresarios, se disponían a escuchar emplazamientos duros y no a defenderse o a dictar verdades. ¿Podremos recuperar esas prácticas?
En su último libro “Felicidad Sólida”, el mismo Capponi sostuvo que la felicidad perdurable es la que se pedalea y no la que se intenta a través del facilismo. De acuerdo a su mirada la felicidad no estaría del lado brillante de la luna (donde varios intentamos situarnos), sino en la oscuridad de nuestras emociones negativas. Si no las vemos, si no las elaboramos, difícilmente alcanzaremos el bienestar propio y el de Chile.
Han pasado 15 años de mi última sesión. El sicoanálisis no me libró de los vaivenes y angosturas de la vida. Tampoco de las imperfecciones y pequeñeces del ser humano. Lo que me dejó, como un regalo eterno, es la conciencia de una responsabilidad ineludible y la inclinación a revisarme, de tanto en tanto, como una masa que no termina nunca de cuajar.
Por Matías Carrasco.
Pingback: CHILE EN EL DIVÁN | si las tortugas hablaran...
Espectacular y profunda reflexión !! Describes la realidad dura y esperanzadora también de la vida misma , ………esa humildad que tanta falta nos hace a cada uno para reconocer con coraje tantos errores cometidos que no nos dejan vivir en un mejor País , en un mundo mejor . Felicitaciones Matias !
Me gustaMe gusta