Se suspende la Apec y la Cop25. Se posterga el Simce y la PSU. Se suspenden actividades de fin de año en la empresa, los colegios y las familias. Se cancelan los eventos. Vivimos en un país suspendido.
Es una sensación que muchos no habíamos experimentado. La de estar flotando en el aire, sin un piso firme, sin un futuro claro. Se desdibuja la paz y la seguridad. Del mañana, no sabemos. A ratos tranquilidad, a ratos violencia. A veces la esperanza de un Chile más justo, a veces el abatimiento. Las emociones suben y bajan, en un largo desnivel. Algunos, quizás, estemos rozando lo que miles de familias viven a diario: el descampado, la incertidumbre, el miedo, la ausencia, una tierra vulnerable.
Escribimos una historia entre puntos suspensivos. Sabemos en qué estamos, pero ni idea de lo que nos espera a la vuelta de la página. Todo un territorio convertido en signo de interrogación. Largo e inclinado. ¿Hacia dónde vamos? La pregunta nos azota como el mar a las rocas y las certezas parecen haber huido hacia el horizonte. ¿Volverán algún día?
Nadie sabe, pero todos intentan una respuesta. Periodistas, políticos, historiadores, sociólogos, columnistas. Todos, en una larga fila, buscando un espacio para dar su opinión. Son manotazos en el aire. ¡Si estamos suspendidos! Pero ahí andamos, en medio del paréntesis, en una estridente palabrería.
Buena parte de Chile apretujado en una sala de espera. ¿Esperando qué? Ni idea, pero estamos ansiosos de que el doctor abra la puerta, nos haga pasar, nos diga qué cresta tenemos y nos de el jarabe para una tos que nos hace sangrar y no cesa. Pero no aparece.
Vamos quedando solo nosotros. Como los ciegos de Saramago en su “Ensayo sobre la ceguera”. Arrumados, temerosos en una “blanca oscuridad”, presos de una epidemia que azotó a todo un país, dejándolos sin poder mirar. Y en las miserias de un pueblo desesperado, en esa pérdida repentina, apareció lo peor del ser humano – la violencia, la muerte, la injusticia, la humillación- pero también la solidaridad y la posibilidad del encuentro en medio de las pellejerías. “Tengo el monstruoso deseo de que no recuperemos la vista, para seguir viviendo así. Yo, contigo”- le decía un hombre viejo y tuerto, a la prostituta joven de la que se había enamorado en aquel infierno ciego.
Quizás sea lo que haya que hacer mientras seguimos en la sala de espera. “Yo, contigo”. Me refiero a eso de “nosotros”. A recuperar la comunidad perdida.
“Tú quieres vivir conmigo y yo quiero vivir contigo”, le respondió la muchacha al hombre que no creía lo que escuchaba. “No me lo dirías si me hubieras encontrado antes, un hombre viejo, medio calvo, el pelo que le queda blanco, con una venda en el ojo y una catarata en el otro” – replicó el tipo. “No lo diría la mujer que entonces era, lo reconozco, quien lo ha dicho es la mujer que ahora soy”.
Tal vez las zozobras de un Chile interrumpido nos traigan la lucidez de los ciegos: de ver lo que antes no vimos y de soñar, al fin, una vida juntos.
Por Matías Carrasco.