Desolación. Me gusta esa palabra. Suena a tormenta, a agua, a azul, a noche, a suave, a alma, a algodón, a un canto, a nada, a soledad y a un aire fresco. Desolación es, en uno de sus significados, la sensación de hundimiento o vacío provocada por una angustia, dolor o tristeza grandes. En otra acepción encontrada en el diccionario, es ruina y destrucción completa de un edificio, un territorio, etc., de manera que no quede nada en pie.
Y en esta semana santa, para muchos católicos, suena y resuena la palabra desolación. Los delitos, abusos, la doble moral y mentiras de nuestra iglesia, tienen a varios confundidos y huérfanos de Dios. Pienso que quizás estemos sintiendo, como nunca, lo que vivieron los seguidores de Jesús cuando fue apresado, azotado y clavado en la cruz. ¿Dónde está?, ¿por qué no hizo el milagro?, ¿y la victoria?, ¿y las trompetas?, ¿y el paraíso que nos prometió? ¿se fue todo al carajo?
Tal vez nunca estuvimos tan cerca de lo que ocurrió en esos años. Una iglesia crucificada, una catedral en llamas, un éxodo de creyentes, pedofilia, encubrimiento ¿qué más? ¿también se fue todo al mismísimo carajo? Si ellos se lo preguntaron, ¿por qué nosotros no? Está bien dudar, está bien pensar, está bien sentir la desolación.
Pienso ahora en mi perra, Luna. Con ella salgo a trotar. La subo a mi auto, llegamos hasta el borde del río, le suelto la correa y sale disparada, corriendo delante de mí. Pero cada cierto rato, después de unos 20 ó 30 metros, siempre mira atrás, como buscándome, cómo queriendo saber que sigo ahí. Y tras ese cruce de miradas, vuelve al galope, fascinada y libre. Esa es mi historia. Decepcionado, puedo correr, huir y alejarme, pero algo – cultura, tradición, fe, la vida misma, qué se yo- me hace mirar atrás y encontrar unos ojos misteriosos, íntimos, que me acompañan.
La consolación de los apóstoles llegó con la resurrección de Jesús. Pero no lo hizo arriba de un escenario o bajando desde el cielo con ángeles sosteniéndolo y con el sol anunciando su regreso. Pudiendo hacerlo – creo- prefirió ser descubierto. Así lo descifraron los caminantes de Emaús al partir el pan o Tomás, el incrédulo, al meter sus dedos en la herida del costado. Y aquí me quedo, con el que no creía. Imagino una herida infectada y mal oliente. Así lo reconoció. No en su catedral intacta, sino en sus escombros, entre las cenizas, en la gran aguja abatida en el suelo. Quizás ahí esté la esperanza, ahí esté Dios. Al fondo del dolor, enredado en los fierros torcidos de Nuestra Señora de París, en la pobreza acostumbrada, en las cárceles y en las mazmorras, las propias y ajenas.
Tal vez sea algo menos complejo que la defensa de “una verdad”, que amuralla y margina. Quizás se trate, simplemente, de no dejar nunca de mirar.
Por Matías Carrasco.
Muy bueno Matias, me gusto y tienes razón nace nuevamente la esperanza …me ha echo mucho sentido el incendio de la Catedral de
Notre Dame y la reacción de la gente joven especialmente !!
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