ELOGIO DE LA LENTITUD

lento

Una buena amiga me comentaba en medio de una animada conversación que ya no recuerda cómo se vivía hace pocos años. “No me refiero a una pérdida de memoria, sino a no recordar la sensación de cómo lo hacíamos antes, sin celulares y tecnología” – me explicaba. Y es que vivimos en una época donde todo se resuelve con rapidez, instantaneidad y sin esperas. Y al parecer nuestro cuerpo y mente ya se acostumbraron a esta nueva vida.

Para quienes alcanzamos los cuarenta y más, sabemos que hasta no hace mucho las cosas eran de otra manera. Las fotos se sacaban en rollos de 24 ó 36 disparos y había que esperar hasta siete días para el revelado. El jardín se regaba a pulso y con manguera, sintiendo el relajo, el paso del tiempo y el nítido aroma a tierra mojada. Si teníamos dudas del mundo, la ciencia o la historia, debíamos viajar hasta la biblioteca, hacer fila y revisar en un salón antiguo hoja a hoja lo que estábamos buscando. Por esos años, encontrar una dirección podría convertirse en una aventura. Una gruesa enciclopedia de servicios y planos eran la respuesta más próxima para dar con el paradero deseado. Y si nos perdíamos en el trayecto, no quedaba otra que bajar la ventanilla del auto y empezar a descifrar entre los generosos transeúntes las pistas para llegar al destino. Cortejar a alguien también era un rito cuidado y de mucha precisión. A quién nos robó las miradas, debíamos llamarla desde un teléfono fijo. Para eso, primero teníamos que esperar nuestro turno en la familia. Luego, marcar en un disco lento y giratorio. Y al otro lado, mayoritariamente, contestaban los padres o hermanos de la persona que queríamos enamorar. Había que saludar, con cortesía, y a veces dar explicaciones de dónde íbamos, con quién y a qué. En los viajes de vacaciones, en carreteras de una sola vía, esquivábamos el aburrimiento adivinando carteles publicitarios o resolviendo la trilogía de una vaca, un hombre en bicicleta y otro con chupalla, que debíamos encontrar por el camino.

La música también se escuchaba de otra forma. Oíamos a nuestros artistas favoritos en cassettes, donde había que esperar para deleitarnos con nuestra canción preferida, o bien, adelantar con ajustado acierto, una y varias veces, hasta dar con el tema requerido. Y si no teníamos el cassette a mano, teníamos que estar horas frente al dial con la esperanza que se tocará la canción que deseábamos escuchar. Y ahí estábamos, listos para soltar el “pause” y grabar, con publicidad incluida, la melodía que por tanto tiempo aguardamos. Y a veces, cuando fallaban los cabezales, la cinta se enredaba y había que repararla con delicada paciencia y algo de esmalte de uñas.

Luego llegó la tecnología, pero a paso más lento. En esa época los juegos se cargaban en consolas de un ruido infernal que demoraban hasta horas en estar listos, al flojo ritmo de números que apenas giraban. Y para acceder a un computador, había que esperar la clase de laboratorio en la universidad, aguardar nuestro turno y explorar en una internet que venía a prometernos una ventana al mundo.

Pero casi imperceptiblemente todo avanzó demasiado rápido. Los años se nos pasaron entre naranjas con jalea y suflés de maní. Hoy nuestras vidas están prácticamente automatizadas. La tecnología irrumpió vertiginosamente y hoy ocupa buena parte de todo lo que hacemos a diario. Se nos hace muy difícil vivir sin celulares, whatsapp, mails, computadores, waze, spotify, uber, riegos y portones automáticos, facebook, instagram o twitter. Es cierto que todos estos descubrimientos han facilitado nuestros estilos de vida, permitiéndonos más comodidades, ahorrar tiempo, conectarnos y tener las soluciones más a mano. Pero el otro lado de la moneda, es que son también combustible para una vida más agitada y sin escalas, y por ello, menos profunda y vinculada.

La tecnología nos regala instantaneidad, pero borra del mapa a la espera. Hace pocos días escuché a un poeta señalar que sin vacío no hay deseo. ¿Cómo desear aquello que ya se tiene? Y sin deseo, se apaga también el motor, la perseverancia y el estímulo de ir tras nuestros propios sueños. El problema que nos plantea la tecnología es que buena parte de nuestros deseos y preguntas tienen respuestas en tan solo segundos, abandonándonos en el espejismo de la saciedad.

En su libro “Elogio de la lentitud”, Carl Honoré plantea que “hemos olvidado la espera de las cosas y la manera de gozar del momento cuando llegan”. Asimismo, el escritor advierte que no se trata de hacer que el planeta entero retroceda a alguna utopía preindustrial, sino más bien de que nuestro amor a la velocidad, nuestra obsesión por hacer más y más en cada vez menos tiempo, ha llegado demasiado lejos. “Se ha convertido en una adicción, una especie de idolatría” – sentencia.

No se confunda. No soy yo un ejemplo de una vida lenta y reflexiva. Más bien la ansiedad es lo mío y me sirvo de este nuevo mundo para saciar mi propia sed. Si quiero escuchar a Roger Waters no dudo en ir a spotify y deleitarme en el camino. Ando pendiente del celular y no salgo de mi casa sin aprovecharme de las ventajas de waze. Pero intuyo que es bueno hacernos conscientes del contraste y de lo que nos puede regalar una vida más reposada y paciente. Por eso a las tortugas nunca las dejo de mirar.


Por Matías Carrasco. 

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5 comentarios en “ELOGIO DE LA LENTITUD

  1. Luzmaria dijo:

    Matias , Me he reído a carcajadas con tu simpática y a la vez profunda columna, parece que las tortugas también quisieron variar de temas tan complejos y a veces tristes !
    Esta muy buena tu pluma .
    Cómo no recordar yo con nostalgia esos tiempos más reposados y donde teníamos aún la capacidad de asombrarnos por ejemplo cuando en la casa lograbamos conseguir un teléfono con número propio, sin tener que compartir la línea con el vecino a través de una “palanca”. o cuando nos invitaba a bailar algún amigo y partíamos en micro obviamente con horario estricto de llegada .
    Nuestros juegos eran “ el luche” , “ los 3 hoyitos “, “ el tombo”
    “buscar el tesoro en el jardín”donde poníamos señales escritas en un papel cualquiera con flechas indicando los caminos para encontrarlo……En fin tiempos anteriores a los de ustedes !
    Pero cómo olvidar la felicidad de nuestros hijos al recibir en su cumpleaños una radio a pilas, o una bolsita con bolitas de colores que intercambiaban en el colegio ,o un libro con distintas razas de perros , todo sencillo , y los recibían alegres y agradecidos !
    También cuando llegaba de mi trabajo con un paquete de mani tostado o confitado para cada uno , era lo máximo !
    Te felicito matias porque a pesar de vivir en la
    “ inmediatez “misma eres capaz de hacernos reflexionar sobre la importancia de ir por la vida con más calma y tranquilidad , Así quizás logremos gozar libremente del
    Aquí y el ahora !

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  2. Estimado Matías, no puedo dejar de escribir estas breves lineas, casi melosas pero créame que realmente vivas. Me alegra mucho cada vez que leo un articulo suyo. Ya sea porque me devela una parte de la realidad escondida de mi presencia o reafirma una idea, que con una capacidad inusual, describe y explica para placer mio. Este ultimo articulo es otro más que centra su mirada en un elemento clave de nuestra «pos modernidad», «siglo 21 «, Pos verdad», lo que sea, pero a una velocidad que ya no somos capaces de recordar siquiera como ocurrió que estemos aquí y ahora.
    Muchas gracias.
    Matías Leyton

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  3. Pingback: ELOGIO DE LA LENTITUD | mercadosdelsur

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