EL FEMINISMO Y UN OLEAJE OTOÑAL

mujeres

Voy a hablar de feminismo. Hasta ahora no había querido hacerlo. Quizás por miedo a ser reprendido o algo así. No sabemos bien a que atenernos. Los hombres, al menos, estamos acostumbrándonos a este nuevo mundo.

Debo reconocer cierta simpatía con el movimiento feminista.  Soy de los que piensa que debe existir una revolución cultural para que la mujer ocupe el lugar que se merece en nuestra sociedad. Debe abrirse para ellas la justa demanda de una sociedad mas equitativa en sueldo, trato, educación y oportunidades. Pero debo admitir que hay cierta radicalización de esta marea pro mujer que aún no logro entender del todo.

Adhiero a la teoría del péndulo. Pienso que todo grupo que ha sido vulnerado durante décadas o siglos, apenas vea un espacio arremeterá con inusitada fuerza y pasión. Como un tsunami generado tras un gran remezón de la tierra, cercano a la superficie, con epicentro desconocido. Entrará entonces una ola gigante, poderosa, buscando dibujar un nuevo cauce. Pero como todo tsunami, se mezclan allí,  espuma, rocas, sedimento y cuánta cosa encuentre en su camino. No discriminará con lucidez y claridad lo que lleve a su paso.

Comprendo la fuerza del péndulo, pero también creo que, en ocasiones, se pasa de rosca y terminará, mas tarde que temprano, equilibrando su peso y velocidad. Mientras tanto, observo con curiosidad y un montón de dudas el avance de esta nueva era.

A riesgo de parecer impopular, pienso que a veces se exagera. No en lo de un ingreso igualitario, no en el acoso de cualquier tipo y menos en la exclusión  de la mujer de ciertos grupos de poder en la empresa, la iglesia, la política, el gobierno y otras instituciones. Mucho menos en la violencia de la que muchos cobardes se sirven para maltratarlas. Incluso el cuestionamiento de los piropos me parece necesario para fijar las fronteras de la intimidad de cada cual. Todo eso debe cambiar.

Pero hay otras demandas que han surgido que, insisto, exageran. Me refiere al lengueje que pretende que heblemes tede con «e», para eviter cuelquier tipe de discreminecién per génere.  O también al petitorio de eliminar lecturas u obras de arte que hacen referencia a la mujer, según algunas, de manera despectiva. Los límites de un trato vejatorio hacia la mujer también se plantean difusos y, pienso, con una sensibilidad tan frágil como la escarcha. Hoy no parece una necedad pensar que regalarles una flor, abrirles la puerta del auto, darles la preferencia en un ascensor u ofrecerles pagarles la cuenta en un restorán resultará, para pocas o muchas (no lo sé), una afrenta a su dignidad. No somos nosotros, los hombres, quienes nos hemos inventado ese delirio. Son cosas que van naciendo en el mismo corazón que ha dado vida al movimiento.

El feminismo debe velar por la legitimidad y seriedad de la importante misión que tienen y tenemos por delante. Pero debe moderar la fuerza del péndulo que han empujado, que de no ser medida podría venir de vuelta y amenazar con destruir parte de lo que ya, con esfuerzo y valentía, se ha construido. Estamos todos adecuándonos a este nuevo paisaje y todos y todas – concedo este punto- debemos cuidarlo y protegerlo del bravo e inusual oleaje otoñal.

 


Por Matías Carrasco

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