En los últimos años buena parte de los chilenos hemos festinado con la familia presidencial. Denuncias e investigaciones en el marco del Caso Caval han puesto al hijo y a la nuera en una vistosa vitrina pública, de la cual se han nutrido sabrosamente la prensa, columnistas, matinales, humoristas y, sobre todo, ciudadanos y ciudadanas que en conversaciones de sobremesa y oficina han reído de buena gana con la situación judicial de Natalia y Sebastián.
El tema volvió a reflotar en marzo de este año cuando nos enteramos de que la hija menor de la Presidenta Michelle Bachelet compró un terreno de propiedad de su cuñada en la comuna de La Higuera, IV Región, muy cerca del cuestionado proyecto minero Dominga. Todas las alarmas se encendieron y las suspicacias – era que no- prendieron como pasto seco en la pradera. Los juicios, categóricos como siempre, llenaron nuevamente titulares, rutinas y volvieron a poner un manto de dudas sobre la familia de Michelle Bachelet.
Es cierto. Los más altos personajes públicos y su entorno más cercano deben ser siempre motivo de especial revisión por parte de organismos fiscalizadores, medios y contribuyentes. Es igualmente cierto además que han existido motivos para presumir la existencia de delitos que están siendo todavía investigados. Pero es también justo decir que más allá de toda duda razonable y de toda legítima diferencia política, ha existido un particular ensañamiento en contra de la Presidenta y de su círculo más íntimo, que muchos parecen disfrutar. Por eso, cada traspié, cada nuevo antecedente, cada rumor respecto a la familia de gobierno, será un buen pretexto para debidamente investigar y fiscalizar, pero también, para volver a maltratar, burlarse y despedazar.
Por eso me parece prudente hoy, en medio de la batalla de Chile, destacar lo de Ángela Jeria, madre de Michelle Bachelet.
Por si no se ha enterado, el ministro en visita Mario Carroza declaró en estado de demencia, sobreseyó y ordenó la salida del Penal de Punta Peuco, del coronel en retiro de la Fuerza Aérea, Edgar Ceballos, uno de los condenados por torturas y la muerte del general de la Fuerza Aérea de Chile, Alberto Bachelet Martínez, padre de la presidenta y esposo de Ángela.
En atención a la noticia y consultada por los periodistas, Ángela respondió que “las personas que no están en condiciones buenas de salud, que en realidad ya no saben si quiera qué es de su vida, no tiene sentido que sigan presas”. Agregó además que “todo lo que me pasó a mí fueron actos de deshumanidad, pero pienso que no tengo por qué tenerlos yo, eso es lo que sí rescaté siempre. No somos iguales».
En boca de la viuda de un torturado y asesinado, en los labios de una mujer detenida y vejada en los cuarteles de la DINA, en la voz de una exiliada, no hay palabras de odio y venganza. Frente a la libertad del verdugo, hay aceptación y paz, y la convicción de lo que corresponde es que el condenado muera, dignamente y acompañado, en su hogar.
Por mucho menos en Chile disparamos sin piedad. Livianamente, enjuiciamos y condenamos. ¡Hasta las muertes nos hemos acostumbrado a celebrar! Por eso lo de Ángela nos sorprende. Vino a traer un oasis en medio del desierto de Chile que de tanta ira, de roscas, pellizcos y descalificaciones, se nos va secando, dejando grietas difíciles de reparar.
Lo de Ángela, señora Ángela, es un ejemplo y una señal de esperanza que debemos alentar. Que se converse en las radios, en los medios, en estelares, en oficinas y plazas. Que se hable en almuerzos, matrimonios, convenciones y reuniones sociales. Que lo comenten hasta el hartazgo columnistas y periodistas. Mal que mal, Ángela también es parte de la familia presidencial.
Por Matías Carrasco.
Estimado Matías, me has hecho un inmenso favor con tu nueva crónica referida a la señora Angela. Te aseguro que nunca acepté el festín de opiniones
referidos a nuestra Presidente, señora Bachelet y más bien celebré su silencio de gran dama al tener que aceptar tanta insolencia y tanta maldad para abordar un tema doloroso para cualquier familia, aunque tras cada comentario hubiese un afán de destapar un delito y muchos errores.
La actitud de la señora Angela una vez conocido el fallo de quien fué el autor de las torturas y muerte de don Alberto Bachelet, su esposo y padre de la Presidente, me hace pensar – con élla – de cuán diferente somos y que magnífica mujer está tras su apariencia aparentemente frágil.
Gracias, Matías, por haber entregado una valiosa cuota de humanidad para quiénes conforman esa familia.
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Una columna bastante obsecuente. Todas las «suspicacias» son merecidas en el caso de esta familia. En la misma linea (y sin ser un admirador de él) poco y nada se menciona en todas las críticas y juicios a Agustín Edwards E. que padeció el secuestro de un hijo por un período prolongado, y no lo he visto mencionado por nadie. Se mide a las personas con distintas varas de acuerdo a las inclinaciones políticas de quienes «nos informan».
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Gracias por tu comentario Miguel. A propósito de lo que señalas comparto contigo una carta publicada hoy en El Mercurio:
http://www.elmercurio.com/blogs/2017/04/28/50658/Reflexion.aspx
saludos!
Matías
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Son incomparable los personajes. Agustin era un agente de la cia y debio haber muerto en la carcel por alta traicion. Fue un peon de los gringos en el tablero de la guerra fria.
Doña Angela una dama de tomo y lomo con quien hay q sacarse el sombrero.
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Cuando se actua correctamente como la señora Jeria , nadie puede hacer comentarios negativos , su nieto y señora dieron bastantes motivos y….las consecuencias están a la vista , han sido muy descuidados pues en Chile roba el que quiere y lo que quiere, es tan larga la lista y todos la conocemos , sin embargo a los ancianos profesores les han robado , el propio estado y ningún gobierno se hace cargo , humillando y despreciando al PROFESOR nunca habrá una buena educación publica para el chileno, hasta que se haga justicia y se pague la DEUDA HISTORICA, dando al profesor el lugar y respeto que se merece lo que un día la ciudadanía le dió.
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