
Se ha instalado un interesante debate respecto a la responsabilidad de un sector de la izquierda en el desprestigio de Carabineros, y su impacto en la lucha contra el crimen y el desorden callejero. ¿Tiene algo que ver el apoyo a la violencia del estallido, o al menos un silencio cómplice, con lo que hoy estamos viviendo? ¿Influyeron, de alguna manera, las destempladas declaraciones de actores políticos y sociales en contra de la Institución? ¿Son inocuas esas opiniones o tienen algún efecto en la convivencia social?
Se dirá que el descrédito de Carabineros tiene que ver con los casos de violación a los derechos humanos, montajes y corrupción del alto mando. Y se argüirá también, que la delincuencia y el narcotráfico vienen avanzando hace décadas en barrios marginales en donde el Estado, simplemente, desapareció. Se suman las consecuencias de la pandemia y de la crisis migratoria. Todo eso es cierto. La pregunta es, para ser más preciso, si además de todo aquello, el comportamiento de la izquierda más radical, del Frente Amplio y del Partido Comunista, acrecentó o no el problema.
Es una discusión incómoda, más todavía para una izquierda que tiene una percepción de sí misma tan pura y mesiánica, que no resiste verse enredada en un lío que afecta a millones de personas que son, precisamente, las que ellos y ellas dicen defender. El senador PC, Daniel Nuñez, planteó, con total seguridad, que la izquierda y el Partido Comunista “no son responsables del desprestigio de Carabineros”, y advirtió que cualquier asociación en ese sentido era “una canallada”. Por su parte, la ex timonel de Revolución Democrática, Catalina Pérez, sostuvo que pensar que un perro (en alusión al perro mata pacos), una foto o un twit son culpables, o deben asumir alguna suerte de responsabilidad “es faltar a la inteligencia de la ciudadanía”. Pero algunos de su propio sector piensan distinto. El presidente Boric dijo que «vale la pena reflexionar respecto a nuestras actuaciones en el pasado», y el subsecretario del Interior, Manuel Monsalve, reconoció que “no hubo la suficiente comprensión de los efectos de determinadas posiciones”.
¿Importan las palabras?
Claro que sí, sobre todo cuando se van sumando, una a otra, cuando son persistentes, categóricas, y se convierten en corrientes de opinión. Fue lo que pasó después del estallido y se extendió por largo tiempo. La izquierda construyó una narrativa que no dejaba espacio a dudas: Carabineros se convirtió en una fuerza criminal, que debía ser, incluso, disuelta. En esos días, no había ganas de matizar, de diferenciar, nada de nada. La primera línea, la misma que lanzó contra carabineros cientos de bombas molotov, fue aplaudida de pie en el ex Congreso Nacional. Frente a cada acción policial, todavía confusa, los twits salían rápidamente, encendidos como llamas, a condenar el actuar de los uniformados, sin considerar, si quiera, la presunción de inocencia. Hubo una presión política y mediática (algunos periodistas también aportaron con lo suyo) que afectó el actuar de las policías.
¿Importan las palabras?
Por supuesto. La misma izquierda ha sacado ministros por sus twits, y no por sus acciones. Los mismos que hoy reniegan toda responsabilidad han insistido hasta el cansancio que la causa de la violencia brutal del estallido se debió a siete palabras enunciadas por el presidente Piñera: “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. La izquierda, sobre todo la que hoy gobierna, le ha dado especial protagonismo a los símbolos, al lenguaje y a las palabras.
Es importante admitirlo: las palabras, para bien o para mal, sí contribuyen al ánimo de la sociedad y a la salud de nuestras instituciones. Que lo reconozca la izquierda y todos los sectores políticos y sociales. Es una buena forma de corregir el rumbo y comenzar a recuperar cierto sentido de país y de comunidad.
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Por Matías Carrasco.