LA CULTURA DE LA ULTRASEGURIDAD

Hace algunos días descubrí una filtración de agua en el jardín.  Era una tubería trizada. Nunca he sido bueno para estas cosas, pero me propuse arreglarlo yo mismo. Fui a la ferretería, pregunté, y volví con una sierra, una lija, un tubo, dos coplas y pegamento para pvc.  Hice el trabajo. Prendí la llave y una pequeña gotera, casi imperceptible, me dio un cierto aire de derrota. Volví a intentarlo. Esta vez el ferretero me aconsejó lijar muy bien todas las piezas. “Eso hace que el pegamento se adhiera”, me dijo. Ahí entendí. La lija no era solo para afinar los cortes, sino para generar desgaste, fricción y rugosidad en el tubo y sus conexiones. Si la superficie está plana y sin relieves, simplemente, no pega.

Algo de esto se habla en el ensayo “La transformación de la mente moderna”, de Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. No se trata de cañerías rotas, sino más bien de lo que está ocurriendo en la mente de las generaciones más jóvenes y de estudiantes universitarios. El libro se refiere a la tendencia en distintas universidades de Estados Unidos – aunque la práctica se ha exportado a otros países y continentes- a la cancelación, a la funa o a la realización de actos violentos ante la expresión de ideas que les parezcan ofensivas o irritantes. A través de una serie de ejemplos bien documentados, ambos autores muestran que hay temas que no se pueden mencionar o debatir al interior de los campus. A veces basta una diferencia de opinión, una palabra dicha, un gesto o una disonancia con la postura prevaleciente para que los alumnos impidan la realización de una charla, veten públicamente a un directivo o logren forzar la salida de algún académico.   Y así, estudiantes y profesores andan con pies de plomo, temerosos a proponer una discusión provocativa, a decir algo equivocado o a salir en defensa de alquien que saben que es inocente por terror a ser acusados en la turba de las redes sociales. Son como jóvenes, plantea el ensayo, que necesitan mantenerse a salvo de las ideas que les resulten amenazantes. Como tubos lisos y sin repliegues.

¿Por qué sucede este fenómeno?

Haidt y Lukianoff plantean distintas aristas – la irrupción de las redes sociales, el dogmatismo, la polarización política, el pensamiento dicotómico, el desplazamiento conceptual del lenguaje- pero las reúnen en una tesis central: la cultura de la ultraseguridad. A su juicio, y con los mejores deseos, se han formado generaciones desde la sobreprotección física y emocional. Si antes debíamos preparar a los niños para el camino, hoy se prepara el camino para los niños. Intentamos, de alguna manera, correr los obstáculos y mantener el terreno despejado para que no se vayan a caer o a lastimar. “La seguridad es buena, por supuesto, y mantener a los demás a salvo del daño es virtuoso, pero las virtudes pueden convertirse en vicios cuando se llevan a los extremos (…) La cultura de la ultraseguridad  se refiere a una cultura o sistema de creencias donde la seguridad se ha convertido en un valor sagrado, lo que significa que las personas dejan de estar dispuestas a las contrapartidas que exigen  otras cuestiones prácticas y morales” – cita el ensayo.

Lo he visto y practicado. Padres poniéndole mantequilla al pan de su hijo de diez años; otros cortando la carne de su hija de doce; niños con menú especial para evitar las mañas; apoderados que solicitan la continuidad del profesor jefe para el próximo año para sortear el malestar de una nueva adaptación; mamás y papás que ceden ante los límites para impedir el berrinche; tantos que evitamos que nuestros hijos jueguen en la calle por miedo a que les vaya a pasar algo. En pequeñas cosas, vamos construyendo una coraza en nuestros niños, adolescentes y jóvenes que, paradójicamente, los hace más frágiles. “Como el sistema inmune, los niños deben exponerse a las dificultades y estresores (dentro de las formas acordes con su edad) o no lograrán madurar y desarrollarse como adultos capaces que puedan interactuar de forma productiva con las personas y las ideas que desafían sus creencias y convicciones morales” – señala el libro.

Es un tema interesante. ¿Cómo estaremos en Chile? Se nota este fenómeno más allá del mundo académico. ¿Y en las universidades? ¿Es posible debatir libremente de todos los temas? ¿Están los rectores, directivos y decanos haciendo algo al respecto? ¿O simplemente ceden ante la presión?

En mi segundo intento lijé muy bien las piezas. Lo hice con detención y cuidado. Puse el pegamento y calcé la tubería en cada conexión.  Di un pequeño giro. Prendí la llave de paso… ¡y funcionó! Ni rastros de agua ni humedad. Era eso. Había que pulir, desgastar, para que el pegamento funcionara y el agua corriera sin dificultad.

Por Matías Carrasco.

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