Compartir la vida se ha transformado en una costumbre rutinaria. En Facebook e Instagram exhibimos nuestras historias, trofeos, días de vacaciones, viajes, premios, medallas, diplomas y el orgullo de ver a nuestros hijos crecer. Nos juramos amor eterno, celebramos nuestros aniversarios, el primer día de clases, la entrada a un esperado concierto o simplemente compartimos con otros nuestra última tenida. Y tras la publicación, vienen los likes, comentarios y la aprobación de un montón de ansiosos espectadores.
Todos quienes habitamos en las redes sociales somos parte, en mayor o menor medida, de este circo. Nos hemos transformado en adictos a la imagen, al reconocimiento público, al egocentrismo y al vértigo de ver nuestras vidas navegar rápidamente por internet. Algo detrás de ese sospechoso click o de ese comentario al pasar nos hace sentir mejor. Y como cualquier droga, su efecto es placentero, pero corto y fugaz.
Es lo que Mario Vargas Llosa, en su libro “La civilización del espectáculo”, comenta como parte de una cultura que ha puesto al entretenimiento en un sitial especial, como un valor supremo, en desmedro de otras formas de mirarnos y relacionarnos. “Con la desaparición del dominio de lo privado, muchas de las mejores creaciones y funciones de lo humano se deterioran y envilecen, empezando por todo aquello que está subordinado al cuidado de ciertas formas, como el erotismo, el amor, la amistad, el pudor, las maneras, la creación artística, lo sagrado y la moral” – dice.
Pero el problema no está en querer compartir nuestra vida, sino en dejar de hacerlo de manera real. Porque al otro lado de lo público, del espectáculo, del mundo de los simpáticos emoticones, está la intimidad. Y es justamente en ese rincón tranquilo, apacible, único y propio donde podemos generar relaciones genuinas. Lo íntimo vincula, aún sin un solo like.
Porque en la intimidad no podemos filtrar nuestras fotos. Aparecemos tal y cual somos. Allí, en la cercanía de lo privado, se descubre todo aquello que mantenemos oculto en el mundo virtual. Estarán ahí también nuestros fracasos, dolores, desamores y pifias. En la intimidad, solo cuando somos cómplices, podemos mostrarnos en pelota.
En una sociedad ruidosa como la nuestra, hay que buscar la intimidad. En medio de la trampa de la imagen y la aprobación, hay que buscar intimidad. En una ciudad atareada, presurosa y agresiva, hay que insistir, con porfía, hasta encontrar la intimidad. Y en ese silencio, compartir con nuestros hijos, parejas y amigos, la vida… la vida real.
Por Matías Carrasco.
No le pongo «Like» a su columna sólo porque sería contradecirla, jeje.
Le falto un parrafo de los otros, los sapos, los que tienes RRSS y sólo observan lo de los demás. Curiosos personajes también.
Con esta columna ahora entiendo porque no contesta los Whatsapp Cumpa
Abrazo
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Jaja…abrazo compadre!!
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Gran reflexión Matias, muy necesaria y sensata. Un abrazo!
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EXCELENTE REFLEXIÓN …SOLO ME QUEDA APLICARLA!!! FELICITACIONES!!
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