LA FÁBULA DE LA IGLESIA DE BARROS

juanbarros

Cuenta la historia que hace algún tiempo en una ciudad del sur de Chile se levantó, entre gallos y media noche, una Iglesia de Barros. No fueron más de tres los encomendados en esa tarea. Era una Iglesia grande, solemne y elegante. De techos altos, un altar de mármol y detalles enchapados en oro. Su puerta, eso sí, era angosta y pequeña, y las ventanas apenas dejaban entrar algunos rayos de luz.

La hicieron tan rápido como pudieron, pues sabían que buena parte de los hombres y mujeres del pueblo se oponían a tener entre sus campos un templo de un material ligero, endeble y que, lamentablemente, no les daba confianza. Ya lo habían dicho. Lo gritaron a los cuatro vientos. Pero los encargados de la tarea siguieron adelante. No quisieron escuchar. Estaban ciegos y obstinados con su Iglesia de Barros.

Pero la oscuridad y la velocidad con que se ejecutó la tarea les mostró al amanecer una gran sorpresa. Sin quererlo, sin darse cuenta, habían construido su Iglesia de Barros en medio de la ciudad, dividiéndola en un solo acto y armando un alboroto de tal magnitud que ya nadie – muy pocos en verdad- querían acercarse al santo lugar.

“No queremos más Barros” – decían feligreses apostados en la plaza del pueblo. Y es que estaban acostumbrados a venerar a su Dios en una Iglesia construida entre todos, con la participación de los viejos, padres, jóvenes y niños de esa pequeña comunidad. No se resignaban a tener que adorar a sus santos en un lugar que no les pertenecía, una iglesia obligada, majaderamente impuesta.

Mientras tanto, los albañiles responsables de la obra intentaban dar explicaciones y calmar las aguas que ellos mismos habían agitado. Pero no había caso. La Iglesia que ilegítimamente se había instalado tendría su legítimo rechazo.

La Iglesia de Barros debió cargar con Cruz…perdón…con su cruz, digo. Una cruz imponente, valiente y consciente de la misión que debía liderar. Y como un vía crucis, miles salieron a las calles a su encuentro. Del norte, del centro y del sur del país, laicos, sacerdotes, creyentes y no creyentes, siguieron el camino de la cruz. Como nunca antes, el crucifijo sintió el apoyo, el mismo que años atrás nunca recibió. Y como un yugo, la Iglesia de Barros sintió su peso y su verdad.

Ya ha pasado tiempo de aquel día en la ciudad. Y el templo de Barros sigue en el mismo lugar que ustedes lo conocieron. Un poco más agrietado, trizado por la luz del sol, medio vacío, dividiendo todavía a la sureña localidad. Nadie sabe muy bien qué sucederá. Ni los brujos y ancianos del pueblo se animan a aventurar una respuesta. Pero lo cierto es que mientras más pasan los días, más unida y viva está la ciudad y mas vacía y sombría la incomprendida Iglesia de Barros.

MORALEJA: A un mes de asumido el nuevo Obispo de Osorno, y porque no es bueno para él, para la Iglesia, para la comunidad y para las víctimas de Karadima, Juan Barros debe renunciar.


Por Matías Carrasco.

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Un comentario en “LA FÁBULA DE LA IGLESIA DE BARROS

  1. Percival Cowley V. ss.cc. dijo:

    Buena parábola, quizá demasiado explícita. En cualquier caso, los cristianos nunca «adoramos» a los santos. Más bien, los veneramos y sus imágenes nos traen su recuerdo, así como una mamá anda con las fotos de sus hijos en su cartera. Saludos. Percival

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