
Uno de los libros que debieran leer los chilenos es Patria, de Fernando Aramburu. Tiene una prosa ágil, original y bella. Juega con los narradores, en primera, segunda y tercera persona. Utiliza la pregunta, recurrentemente, como afirmando algo, como queriendo escudriñar en la mente y en el corazón de los personajes. ¿Y qué pensaban? De todo pues, cuestiones banales y otras más elevadas, como es el ser humano. ¿Y con qué soñaban? Algunos con el recuerdo y otros con la libertad.
Pero no es por eso que debemos leer Patria. Es más bien por la historia que cuenta. Dos familias sencillas de España. ETA. El terrorismo. Muerte. Duelo. Tristeza. Y un pueblo envenenado de rencor y divisiones. Aramburu logra transmitir, desde los afectos más que desde la razón, lo que puede llegar a significar la violencia política, el fanatismo, el abanderamiento, la funa, el orgullo y los prejuicios. Es un proceso de descomposición lento, casi imperceptible, pero que logra echarlo todo a perder, hasta la vida misma.
Miles debieran leerlo. Profesores. Convencionales. Parlamentarios. El presidente y sus ministros. Twiteros. Columnistas. Jóvenes, pienso en los jóvenes. Patria debiera estar en los colegios y universidades. Se está juntando mucha rabia. Se nota en el aire el hastío. Chile está cargado. La gente anda con la cabeza caliente. Y quienes debieran poner paños fríos -líderes, comunicadores, políticos- también están metidos en la refriega, en el barro, tomando posiciones, haciendo poco o nada por calmar los ánimos.
Algunos dirán que razones hay para detestar, para combatir, para sacar a una familia en la mitad de la noche y prender su casa con fuego, para golpear a un cabro hasta la muerte, para quemar iglesias y escuelas, para patear a un tipo en el piso por ser paco, para denigrar a una persona en las redes sociales o para descerrajar un departamento y tirarlo por la ventana si queremos. Seguro que razones hay. También existen para las guerras, las más cruentas, de esas que condenamos, indignados, sintiéndonos hombres y mujeres de paz…de una dudosa paz.
Una de las gracias de Patria es que cuenta la historia no solo desde las consignas y el lado heroico de la lucha, que alimenta el ego y la venganza, sino también desde quienes no se ven, de los que no aparecen en los noticiarios, de los que van quedando atrás, los heridos, los huérfanos, las viudas, los que reciben el impacto, hondo y silencioso, de las brutales consecuencias de la violencia y del odio. Quizás por eso logra transmitir de manera tan clara (y dramática), el aspecto más lúgubre de batallas que se libran, día a día, en nombre de la justicia y la moral.
Esta semana, en el marco de una nueva conmemoración del asesinato y degollamiento en dictadura del profesor José Manuel Parada, su hija, Javiera Parada, dijo: “he borrado de mis consignas ‘ni perdón ni olvido’. Si alguien puede perdonar, está en su derecho. Y a veces el olvido de cierto dolor es condición necesaria para seguir viviendo”. Imagino que si lanzó tamaña frase es porque Javiera sabe, mejor que muchos, cuánto duele, cuánto cruza, cuánto envenena, el espiral del encono y el rencor. Alguien tiene que dar el primer paso.
Patria también es una historia de perdón. Bittori, una mujer valiente, buena y terca, necesita el perdón de los terroristas que mataron a su marido, antes de dejarse vencer por una enfermedad terminal. “Todo mi cuerpo es una herida”, dice al inicio de la novela, y decide hurgar en ella “para sacarle todo el pus que aún lleva adentro. Si no, nunca se cerrará”.
En un tiempo polarizado y violento, en donde la razón parece no persuadir a nadie, tal vez sea la literatura, como suele hacerlo, la que nos entregue las lecciones que de otra manera no aprenderemos jamás. Hay que leer Patria.
Por Matías Carrasco
Que excelente columna!!! Nada más que decir…
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Sencillamente Genial y muy profunda Columna!!……. Leeré Patria , quizás todos lo necesitemos !!
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