LLORAR

llorar

 21.17

Apenas giró la llave, Víctor sintió a su pequeño bulldog rasguñar la puerta con insistencia y husmear por la rendija. El perro había estado todo el día solo y cargando en su espalda con la fea herida que un quiltro busca pleitos le había dejado con un mordisco la noche anterior.

Víctor se había propuesto conseguir un veterinario esa misma tarde, pero el ajetreo de una jornada para el olvido le impidió cumplir con lo planificado.

Entró, le acarició la cabeza a su mascota y se acercó para revisar el corte que tenía en el lomo. Dejó sus llaves sobre la mesa de la entrada y tiró su chaqueta de cotelé que cayó arriba de uno de los brazos del sofá.

Se metió a la cocina, remojó un paño viejo y comenzó a limpiar cuidadosamente la lesión. Se deshizo del trapo, se fue al lavadero, rellenó la mitad de una taza con pellets de pescado que sacó de un saco grande y los dejó en un plato de metal.

El bulldog se lamió el borde del hocico y hundió su nariz chata en medio del recipiente.

21.32

Víctor sacó su camisa del pantalón, la desabrochó hasta la mitad del pecho, se quitó los zapatos y avanzó hasta el licorero de madera para servirse un corto de pisco, el mismo que lo acompañaba todas las noches antes de dormir.

Tomó el primer sorbo, echo su espalda atrás, se rascó la cabeza agitando su pelo voluminoso y caminó hacia su cuarto. Dejó el trago sobre el velador de vidrio, al lado del cenicero repleto de colillas, se lanzó sobre la cama, encendió un cigarro y prendió el televisor.

El noticiero informaba sobre el paro del registro civil que ya iba a completar un mes. “Esos pelotudos me están cagando la vida” – pensó, mientras aspiraba una bocanada de humo y se lamentaba de otro día perdido intentando hacer sus trámites en la oficina de Miraflores.

Había estado desde las cuatro de la mañana haciendo una fila eterna, batiéndoselas con el frío del alba y los borrachos que, de vez en cuando, pasaban a su lado haciendo bulla y mendigando monedas.

Las puertas del servicio se abrieron a las nueve y un funcionario de aspecto tosco avanzaba por entremedio de la cola gritando que se atendería por orden de llegada, con preferencia a embarazadas y niños.

A Víctor le habían soplado que era conveniente ir con algún infante, pero el tipo no tenía de dónde sacar un cabro chico. Así que debió esperar, hasta que cerca de las dos de la tarde, el mismo funcionario, ahora con el caracho más largo, anunciaba que la cosa llegaba hasta ahí no más, mientras iba repartiendo unos papeles improvisados, definiendo los turnos del día siguiente.

21.59

Se le cerraban los ojos. Tenía su mano derecha jugando debajo del calzoncillo, mientras en la pantalla una mujer de voz sexy iba adivinando el viento, los ciclones y la vaguada costera.

El hombre recordó, medio somnoliento, los noches de fiesta que iniciaba con el guatón Castellón en el Chez Henry, donde saboreaban unas ancas de rana con cerveza, para terminar con alguna muchacha arriba del escarabajo, haciéndoles al par de cobardes algunas travesuras para irse con migajas de cariño a sus soledades.

Cuando comenzaba el estelar de los lunes, Víctor apagó el televisor y se durmió.

00.27

Despertó abruptamente después de haber tenido un sueño extraño. Tanteó con su mano el velador y miró la hora en su reloj de pulsera. Recordó que al otro día debía volver a madrugar para asegurar su turno en el registro civil y suspiró en señal de molestia. Se puso de lado, con el cojín entre sus piernas, y dejó caer sus párpados.

Entonces se sintió el zumbido. Primero como un murmullo en la lejanía y luego un ronroneo que lo acechaba cerca de la oreja. El hombre agitó su cabeza y el silbido se alejó entre la noche.

00.31

Víctor acariciaba suavemente su almohada. Es probable que haya estado soñando con una mujer desnuda o un delfín entrenado en las cálidas aguas de México. Lo cierto es que el hombre había encontrado la paz. Eso, hasta que volvió a escuchar las alas merodeando justo frente a su nariz. En un movimiento veloz, golpeó su cara con su mano derecha y el bicho se perdió otra vez.

El tipo cogió el interruptor de la lámpara y encendió la luz. Con los ojos a media asta se puso de pie, escudriñó su ombligo y comenzó a buscar al intruso. Movió las cortinas, revisó detrás del mueble blanco y en el techo, que mostraba las huellas de otras batallas. Pero nada.

Se enchufó un cigarrillo en la boca, se sentó al borde de la cama y soltó un quejido. El asunto de la pensión alimenticia lo inquietaba. No tenía ni para él y ya lo estaban jodiendo con plata para un mocoso que apenas veía.

Con el pucho colgando de sus labios, tomó el vaso y fue a rellenarlo a la cocina. Dio unos sorbos, tiró la colilla humeante en el lavaplatos, regresó a la pieza, se tendió sobre el colchón y apagó la luz.

01.17

Ya estaba con su mente en blanco, cuando el insecto partió nuevamente con la lesera. Víctor dio varios aletazos al aire y uno que otro que cayó sobre sus mejillas. Se sentó, dijo un par de garabatos, se restregó los ojos y volvió a iluminar la habitación.

Tomó un atado de cuentas que estaban en el piso, las enrolló y con su mano apretada fue en busca del granuja. A paso lento, como entrando en terreno enemigo, fue mirando cuidadosamente cada rincón.

Y ahí estaba. Era un zancudo tan famélico como infernal. Justo bajo la moldura. Víctor se precipitó sobre él y ¡paf!. Revisó el arma y ni rastro del cadáver. Giró e inició nuevamente la búsqueda.

01.24

No lo encontraba por ninguna parte. Entonces ideó un plan. Dejó la pieza a oscuras y encendió el televisor para atraer al bicharraco. ¡Y funcionó! En pocos minutos la inocente larva comenzó a merodear la pantalla y Víctor volvió a precipitarse con el arma en ristre.

Pero tropezó en el intento y cayó justo sobre el Sony Triniton de 29 pulgadas, que era lo único que le iba quedando de su matrimonio. El sujeto se fue al piso, y junto con él, el televisor, causando un gran estruendo. Mientras tanto, seguía hablando en la pantalla un mediocre tarotista de trasnoche.

Víctor se puso de pie y con la pupila enrojecida juró venganza.

01.43

Abrió la puerta del clóset y sacó de allí una polera. Pensó que con ella lograría más alcance y superficie, aumentando las probabilidades de dar muerte al infame que lo tenía vuelto un mono.

Con más facilidad de lo que esperaba, se encontró de frente con el zanguilargo detenido en la puerta. “Debe estar cansado” – especuló. Como haciéndose el distraído, Víctor siguió de largo, volteó con la rapidez de un rayo, echo atrás de sus hombros la polera y tiró el zarpazo. Miró al suelo y encontró, al fin, al entrometido tendido en el piso.

Se lanzó sobre la cama y apretó el interruptor.

02.34

Faltaban solo un par de latidos para entrar en trance, cuando volvió a sentir ese “ddddddddddddd” sostenido en el aire. No lo podía creer. “Debí haberlo rematado” – sentenció. Se incorporó decididamente y con su pecho galopando volvió a tomar la polera y encendió la luz.

Después de un rato, el mosquito se posó sobre la lámpara. Esta vez, Víctor contuvo el aire, se acercó con sigilo y embistió contra el zancudo.

A su paso, echó abajo la lámpara y quebró el vidrio del velador, haciéndose un profundo tajo en la palma de su mano. La trifulca generó un corto circuito y todo el departamento quedó ciego. – ¡Ahora si que te mato, animal hijo de puta! – rugió el cazador infortunado.

02.41

Doña Mirna, la vecina del piso de abajo, despertó asustada con todo el alboroto. El grito le advirtió que algo andaba mal y llamó de inmediato a la policía. Se puso una bata, la cruzó con sus manos y esperó mirando por la ventana.

03.17

Dos carabineros tocaron el timbre del 301. Al abrirse la puerta, vieron a un hombre de mal aspecto, con una de sus manos envuelta en una polera blanca, con manchas rojas. El tipo tenía su pelo hecho un remolino, sus ojos desorbitados y el calzoncillo de elásticos vencidos resbalando de la cintura. Olía a pisco.

-Nos advirtieron de golpes y amenazas en su departamento, señor – disparó uno de los uniformados.

-Sí, estaba entendiéndomelas con un zancudo – se defendió Víctor.

Los policías entendieron que se encontraban frente a un tipo de perfil maniaco. Uno de ellos puso disimuladamente su mano sobre la funda del revólver.

En eso, se sintieron unos golpecitos en el piso, y desde la oscuridad del departamento apareció el bulldog con su lengua afuera y las babas colgando del hocico. Sobre el lomo, la herida abierta, de carnes vivas, exudando sangre y un líquido viscoso.

Los carabineros se miraron y armaron rápidamente el puzzle.

03.44

A Víctor lo sacaron esposado del edificio. Les costó un mundo reducirlo. El sujeto se puso violento e insistía en que un insecto le había arruinado la vida. Pero el maltrato animal era un delito tipificado en la ley y como custodios del orden, los carabineros no dudaron en apresarlo.

Pusieron una mano sobre su cabeza y lo metieron a la patrulla. Víctor se apoyo en la ventanilla del auto y comenzó a mirar hacia afuera, cansado y abrumado por una noche tormentosa.

Apenas el auto se puso en marcha, Víctor escuchó otra vez el zumbido. El hombre se puso a llorar.


Por Matías Carrasco.

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