SER PAPÁ

En el día de la madre fuimos con mi familia a almorzar donde mi cuñada. En el acceso a su condominio, una mujer joven que hacía de guardia detuvo nuestro auto para consultar nuestros datos. ¿Usted es mamá? le pregunté (quise saberlo para saludarla en su día). Tengo un gatito, me dijo sonriente. Ah, entonces no es mamá, respondí. Un gatito está bien, hay que querer a los gatos, pero no es lo mismo. Ella hizo una mueca y subió la barrera. Mi esposa, al lado, me dio una mirada como de resignación. Mis hijos, atrás, reclamaron. Por qué papá, por qué.

Es que ser madre y padre no es cualquier cosa. Yo tengo dos perros. Les doy comida, recojo los desperdicios que dejan en el jardín y me acompañan en una caminata larga dos veces por semana. En oportunidades, muy de vez en cuando, dan problemas. Peleas con otros perros, enfermedades pasajeras, y no mucho más. La mayoría de las veces se muestran cariñosos y alegres, te reciben moviendo la cola, dan lengüetazos de afecto, y, además, cuidan la casa. Comparar todo eso con la tarea de ser padres es, simplemente, un despropósito.

Recién casado, apenas unos pocos días viviendo con mi señora, tras una discusión cotidiana me pregunté “¿en qué me metí?”, pero se me pasó rápido. Tras el nacimiento de mi primer hijo, con una semana de vida, en plenas fiestas patrias, mientras todos celebraban, él rechazaba la leche de su madre y no paraba de llorar. Me acuerdo mirando por la ventana la copa de los árboles y volver a preguntarme, “¿en qué me metí?”, pero esta vez me abordó una especie de terror, de vértigo, el escalofrío en la espalda y la sensación de algo (¿un compromiso? ¿un lazo? ¿una situación?) inquebrantable. Eso es ser papá.

El terror se me pasó, pero sigue estando a la vuelta de la esquina. No es que uno viva con eso a flor de piel, pero basta una enfermedad, un llamado en la noche, una caída fea, una expresión triste y duradera, para que salten todas las alarmas, y vuelva esa especie de abismo, de estar sentados en la punta de un farellón, porque no queremos que sufran, porque no queremos que nada malo les pase, porque no queremos que los hieran, porque no queremos ni imaginar (¡Dios nos libre!) qué sería la vida sin ellos.  Esa fragilidad, esa débil escarcha, también es ser papá.

Me entretiene estar con mis hijos. Cuando eran más chicos me arrancaba en un “uno a uno”. Es una práctica que recomiendo. Con el más grande nos fuimos a acampar solos, en un par de oportunidades, al norte. Hicimos fuego en la noche, vimos un lobo de mar muerto en la arena y camino al puquén, en Los Molles, me hablaba animadamente de maincraft y juegos de guerra. Con la del medio, pasamos un fin de semana increíble en los cerros de Valparaíso. Recorrimos la bahía en bote, fuimos a la casa de Neruda, al museo de las marionetas y bailamos al compás de una batucada improvisada en la calle. Y la más pequeña, amante de los animales, prefirió una visita al Buin Zoo, una foca de peluche e ir a un restorán para comer pollo con papas fritas. Ahora que son adolescentes, me gusta acompañarlos en sus cosas y ayudarlos a que desarrollen su propia y genuina identidad. Con la de 11 fuimos al recital de Olivia Rodrigo (buenas canciones). Con la de 14 iremos al concierto de Kidd Voodoo (un cantante urbano que he aprendido a apreciar) y con el mayor ya es tradición “la ruta de la hamburguesa”, que ocurre coincidentemente cuando hay lentejas en casa. Eso, también es ser papá.

A veces no los queremos ni ver. Es cierto. Ellos están insoportables. Nosotros, cansados. Ellos y nosotros estamos insoportables.  Hay peleas, portazos, palabras que hieren. Ponemos límites y ellos no quieren ninguno. Tirar y aflojar. Cerca y lejos. Todo un arte. Agotador. Nos equivocamos y nos vamos a equivocar. Factos.  Ellos también lo harán. Factos. No hay cómo. La vida es así. Y en medio de todo eso, del abismo y de la belleza, del miedo y de la alegría, están sus voces, delgadas o gruesas, llamándote, pidiéndote, nombrándote, sabiendo que estás ahí, al pie del cañón, y que pueden, pase lo que pase, contar contigo. Y eso, más que nada en el mundo, es ser papá.

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Por Matías Carrasco.

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2 comentarios en “SER PAPÁ

  1. Avatar de Ximena Rodriguez Ximena Rodriguez dijo:

    Qué cierto todo lo relatas Matías, y me identifica plenamente siendo mamá. MIs hijos van entre los 31 y 23, son 4, pero la sensación es la misma, quizás más a la distancia… Sólo he aprendido en estos años que junto con mi propio envejecimiento viene tambien una profunda libertad respecto de esos hijos, libertad que tambien es confianza en que andarán el camino de la vida de acuerdo a sus propias opciones, y que cuando vengan esas miradas tristes y duraderas solo estaré presente por si necesitan a su mamá…ya no puedo hacer mucho más por ellos…solo seguir queriéndolos como el regalo que son.

    Un abrazo!

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