DESCONFIAR DE LA DESCONFIANZA

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Un buen amigo decía: “prefiero confiar y asumir el riesgo, a tener que vivir desconfiando de la gente”. Bonita reflexión. Un hombre optimista. Pero por estos días, lamentablemente, su propuesta tendría escaso apoyo. Sería algo así como una isla solitaria en medio del océano o si usted lo quiere, una aguja de confianza en un enorme pajar de desconfianza y recelo.

Y es que hoy campea la desconfianza. Desconfiamos de la Iglesia y sus abusos. Desconfiamos del empresario, sus cascadas y colusiones. Desconfiamos de los políticos, de sus prácticas y promesas incumplidas. Desconfiamos de Isapres y Afps. Desconfiamos de la licencia médica de un empleado. Desconfiamos de la nana, sus excusas y su honestidad. Desconfiamos de ricos y pobres. Desconfiamos de izquierdas, centros y derechas. Desconfiamos del homosexual. Desconfiamos de los jóvenes y sus apariencias. Desconfiamos del mapuche. Desconfiamos del ateo, el agnóstico y del creyente. Desconfiamos de gobernantes y opositores. Desconfiamos de las reformas. Desconfiamos, incluso, de los acuerdos. Desconfiamos de la mujer que se embaraza al tiempo de iniciar una nueva pega. Desconfiamos de un bulto en el metro. Desconfiamos del taxista y su taxímetro. Desconfiamos de la ceguera del limosnero. Desconfiamos de quién carga la bencina. Desconfiamos de los nuggets de pollo. Desconfiamos del obrero. Desconfiamos del cuidador de autos. Desconfiamos de las encuestas. Desconfiamos de la justicia. Desconfiamos, desconfiamos, desconfiamos.

Llevamos tantos años ejercitando la desconfianza que ya nos hemos acostumbrado a ella. En su nombre, hemos levantado grandes murallas, hemos tomado distancia y hemos ido construyendo millones de ghettos que nos mantienen a salvo del resto, seguros en medio de nuestros cercanos y de nuestras propias convicciones.

Y sí. Hay razones de sobra para desconfiar. Pero lo que no hemos intentado todavía es desconfiar de la desconfianza. Si usted se fija, entenderá que la práctica de la sospecha nos ha dejado en un estado de alerta tan grande que estamos perdiendo la posibilidad de creer. Creer en la amabilidad de las personas. Creer en quién nos ofrece ayuda. Creer en las buenas intenciones. Creer en la buena fe. ¿Se da cuenta?La desconfianza ya tiñó nuestra mirada.

Si nos propusiéramos desafiar a la desconfianza, nos daríamos cuenta que hay curas admirables, que Óscar Schindler no es el único empresario loable en el mundo y que todavía hay entre los rincones de La Moneda, las rendijas de la oposición y las butacas del Congreso, política de la buena. Nos convenceríamos que los mapuches, en su gran mayoría, no son flojos ni violentistas y que las nanas son un ejemplo de servicio, esfuerzo y sacrificio para miles de hogares chilenos. Nos abriríamos a aceptar que hay jueces valientes e intachables y que muchos de los jóvenes con tatuajes, pantalón a medio izar y piercing, tienen mucho que aportar. ¿Me sigue?

Permítame usted desconfiar de la desconfianza. Tengo la sensación que hoy es más fácil ponerlo todo en duda, bajo la lupa de la sospecha. Es la coartada perfecta para seguir protegidos en nuestros ghettos y en nuestras formas de pensar. Dejar la desconfianza de lado, significaría salir afuera, ir al encuentro de otros, conversar y reestablecer, al fin, eso que llaman relaciones de confianza. Pero ya hemos perdido esa costumbre.

Haga usted el experimento, asuma el riesgo y acompáñeme a desconfiar de la desconfianza. Quizás demos vuelta la tortilla y le demos a mi amigo la razón.

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Un comentario en “DESCONFIAR DE LA DESCONFIANZA

  1. Ricardo Gonzalez dijo:

    esto viene como anillo al dedo al momento que estoy viviendo, harto de que me obliguen a desconfiar de todo y de todos, una buena reflexión y muchos me han escuchado decir palabras bastantes similares el ultimo mes a las que acabo de leer aquí, eso ayuda a saber que no soy el único y que he encontrado un compañero. Asumo el riesgo de desconfiar de la Desconfianza

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