De pronto uno se topa con cuestiones asombrosas. Me sucedió esta mañana. Compartieron conmigo el video del salvavidas. Imagino que ya es viral. Se trata de un tipo, de un salvavidas en la playa de Los Molles que tras un quitasol y megáfono en mano les recuerda a los veraneantes reglas básicas de comportamiento. Lo hace en un tono cercano, medio paternalista. Tiene un buen ritmo y un estilo casi literario. Podría ser un buen personaje.
Parte por recordar que estamos en una playa familiar. Que aquí se viene a pasarlo bien, a estar en paz, a divertirse y a echar la talla (así lo dijo). Menciona al Estado, a la autoridad. No como una amenaza, sino simplemente como una constatación. Hay un Estado y hay reglas que cumplir. Las enumera. Que no se fuma, que no se botan las colillas en la arena, que el humo molesta al vecino y daña al medio ambiente. Y si no se fuma, menos se pueda fumar marihuana (hongo, lo llama él) porque les hace mal a las neuronas, y les hace mal a los niños, porque los niños “no tienen nada que ver”. Que no se toma alcohol en la playa, que está prohibido, y si llega a estar medio carreteado o en estado etílico, que no se meta a la mar (los cuida, además los cuida). Continúa. Que si trae perro, tiene que ser amarrado. Y a los más bravos con bozal. La “caquita” la recoge y se la lleva para la casa. Que no se puede escuchar música en parlantes. Que no los traigan. Ni los grandes, ni los chicos, ni parlante medio, ni micro parlante, ni parlante de celular. No escuche música. Mo – les – ta. Lo pronunció de esa manera, marcando cada sílaba, como cuando uno quiere hacer el énfasis porque está, francamente, enchuchado. Que la Armada de Chile (otra vez la autoridad) decretó marejada. Que es peligroso. Que respeten la limitación de nado. Que los padres con el agua a la cintura haciendo olitas y los niños construyendo castillos de arena. Que la basura se deja en los contenedores, porque en la noche nosotros la sacamos para que al otro día vuelva a una playa bonita, hermosa y limpia. Gracias, concluyó.
Así de simple. Un día cualquiera, en una playa cualquiera, con los lobos y chungungos de testigo, un tipo cualquiera, no cualquiera en realidad, un tipo sencillo, valiente, lúcido, nos recuerda lo que extrañamente hemos olvidado. Que vivimos en sociedad, que nos debemos respeto y que cada cual no puede andar haciendo lo que se le venga en gana. Si el video es viral es porque sorprende, no solo a mí. Y si sorprende es porque pone el punto en algo básico para eso que se repite y se repite, lo de construir juntos (bueno, juntos y juntas) un país mejor. No es la oratoria, esa grandiosa que escuchamos todos los días por televisión. No son las grandes causas que se gritan a voz en cuello y con las banderas arriba. Tampoco es el sistema y todo eso que se dice en un lenguaje alambicado y vanidoso. Es mucho más simple. Se trata de cumplir y hacer valer las normas, las más higiénicas, las que están a la base de toda pirámide. Si nada de eso existe, ni siquiera un triángulo podremos poner en pie.
Es la cueca en pelotas, y uno lo percibe en todos lados, no solo en la playa. El espacio público en peligro. Cada uno hace lo que quiere. Hasta los ciclistas (algunos, claro, no todos) los furiosos, lo de moral alta, se pasean con vistosos parlantes con la música a todo cuete. ¿No conocen los audífonos? El olor a marihuana en la calle, a cualquier hora, ya es parte del cuadro. Ni un esfuerzo por hacerlo con disimulo. Se hace muy difícil leer (qué digo leer, disfrutar del silencio) en el metro, en la micro o en una sala de espera. Los celulares, videos, música y whatsapp, suenan aquí y allá. Ni que hablar de la ilegalidad, del desorden, del desvarío que transmiten, con enjundia, noticieros y matinales.
Es curioso, pero en el video del salvavidas, al menos el que tengo, no se le ve nunca la cara. Se alcanzan a ver las canillas descubiertas, el pantalón de color rojo y apenas la punta del megáfono. Un quitasol tapa su rostro. Podría se cualquiera el que lo esté diciendo. Podríamos ser muchos reclamando el derecho a recuperar el espacio que está ahí, al medio de nosotros, que nos pertenece a todos, y que, por lo mismo, debemos cuidar y proteger. Pero seamos justos, no fueron muchos, fue uno solo, un salvavidas (vaya señal) que nos advierte y nos recuerda, con una claridad que habíamos extraviado, de que se trata esto de vivir en comunidad.
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Por Matías Carrasco.