
Esta mañana, camino a mi oficina, escuché en el podcast Psicoanálisis para tiempos inciertos a la sicoanalista y escritora, Constanza Michelson. A ella la conozco poco, pero la conozco. Sé quién es. No he leído sus libros, pero sí algunos de sus textos y columnas. Confieso que me cuesta a veces entenderla. Pero esta vez sí lo hice. Ocurre que hay personas que no entiendo pero que de pronto ofrecen un claro y se dejan ver. Me pasó con Hannah Arendt. Intenté leer La condición humana, pero no pude pasar de la tercera página. Pero su ensayo, Eichmann en Jerusalén, fue un hallazgo claro y valiente. La asociación no es casual. Lo que dice Michelson en el podcast se acerca mucho a lo que plantea la filósofa alemana en su libro: la irreflexión puede causar más daño que todos los malos instintos inherentes a la naturaleza humana. Es decir, si no somos capaces de mirarnos con apertura y pensamiento crítico, estamos fritos. También podríamos convertirnos en una bestia, en un tipo funable o en un criminal.
Michelson señala, entre otras cosas, que vivimos en una crisis mimética, en la lógica del linchamiento y la cancelación. Es como si necesitáramos hacernos de un monstruo, de otro (siempre un otro) malvado, y exacerbarlo, y apuntarlo, y hacerlo añicos en redes o matinales, para expiar nuestras culpas, nuestro malestar, y sentir alivio. Es el Cristo crucificado encarnando todos los males del mundo. O más claro, es la escena de los hombres queriendo apedrear a una prostituta y un Jesús desafiante invitando a aquel que esté libre de pecado a que tire la primera piedra. Y según cuenta la biblia, los hombres se fueron retirando, uno a uno, partiendo por los más viejos. Algo les pasó. Tuvieron que haber sentido la hipocresía de su acto. Que algo no andaba bien. Pero es esto último, ese momento de lucidez y reflexión, el que ha desaparecido del mapa. Es como si traídos a esta época y frente a la interpelación de Jesús, los hombres hubieran torcido por unos segundos la cabeza para luego lanzar todas las piedras que alcanzaron a agarrar en contra de la mujer, sin piedad.
El problema es que esa dinámica irreflexiva, exagerando al malo siempre frente a nosotros, cediendo a la pulsión de hacerlo puré en el whatsapp o conversaciones de sobremesa, nos exime de nuestra propia responsabilidad. Y eso es gravísimo, dice Constanza. Nos ahorra la posibilidad de decir “yo fui” o “yo no soy mejor que ese que estamos cancelando”. Nos impide rectificar nuestra posición en el mundo y crecer, enfatiza.
Sé que este es un asunto jodido. Hay muchas cosas que se nos cuelan y otras que nos resistimos a mirar. No es fácil alumbrar nuestra parte de noche. Tampoco, detenerse y pensar antes de tirar la piedra, de repetir la consigna, de insistir en la lógica de víctimas y victimarios, o de seguir a la tribu, así, sin más. Pero hay que intentarlo. Hay que terminar con el exilio de la reflexión. Es importante el contrapunto. Debe volver el hombre y la mujer rebelde. El adulto, el responsable. Es la única forma de avanzar hacia ese Chile mejor que reclamamos con una mezcla de rendición y de esperanza.
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Por Matías Carrasco.