NUEVA ANTOLOGÍA DE CUENTOS: FAUSTINO

Con mucha alegría comparto con ustedes, fieles seguidores de las tortugas que hablan, el pronto lanzamiento de mi segunda antología de cuentos. Luego de la publicación de El loco paraíso (editorial Ril, 2019) y del cuento infantil Caracol (independiente, 2023), durante marzo hará su aparición Faustino (editorial Trayecto), una selección de 20 relatos absurdos, ingeniosos y humanos.

A partir de hoy la editorial está haciendo una preventa a $11.990 (el precio en librerías será de $13.990). Para quienes se interesen pueden comprar en el siguiente link: https://editorial-trayecto.cl/producto/faustino/ . El libro físico les llegará a partir de abril.

Finalizada la preventa (a fines de marzo), el libro podrá ser adquirido en librerías y buscalibre.

Como muestra, les dejo un cuento (atingente a estos días) que es parte de Faustino.

Un abrazo grande y gracias, muchas gracias, por leer

Matías Carrasco.

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JOHAN

Señor director:

Le he enviado ya dos cartas la última semana. Son las mismas que le mandé las semanas anteriores, y los meses que ya pasaron. No se tome la molestia de ir a ver de qué se trata. Imagino que deben llegarles cientos, miles, todos los días, para que vaya usted a la bodega de cartas, a la carpeta de cartas, a la despensa de cartas, o como sea, a buscar las mías y entender de qué le hablo. Usted no se preocupe. Yo le recuerdo. La primera era sobre el cabrito que va a ir a cantar al Festival. De ese muchacho de pelo militar y visos amarillos que canta puras porquerías. Johan, le dicen. Tiene que haberlo escuchado. Lo suyo es el sexo, las drogas, las mujeres y el dinero. Canta como si tuviera ganas de ir al baño o como si estuviese, en ese momento, en el baño. Tiene una voz como a la fuerza y un ritmo que se repite. Pum pa pum pam pum, pa pum pa pum, pa pum pa pum. Los pantalones los lleva a media asta y en la línea del poto, al final, tiene el tatuaje de una cruz invertida. Para qué le digo cómo habla. Las palabras las arrastra como si fueran sacos de leña y lo poco que se le entiende es una sarta de garabatos. ¿Ha escuchado usted las letras? ¡Son para morirse! Abre la caleta (eta, eta), cómete el pescao (yera, yera) / pierna p’allá, merca p’acá, y los fierros, tussi, tussi, tussi ta / seguimo´ haciendo dinero, criminal, criminal. El padre Jiménez piensa que es la ausencia de Dios. Dice que cuando el Altísimo es olvidado bajo la cola del demonio (así me lo explicó, incluso hizo el gesto con las manos, como tapando algo con una manta), la sociedad comienza a marchitarse como un cactus en el desierto. No sé si se marchitan los cactus en el desierto, señor director, pero se lo cuento tal cual me lo dijo el padre Jiménez. Y a mis años, he visto cómo se van marchitando las cosas, y lo único que falta es que se seque también la juventud. A mi nieto le conté de Johan y levantó los hombros. Le pregunté si estaba al tanto de la polémica, y volvió a levantarlos. ¿Has escuchado alguna canción? Tetona, me dijo. ¿Se da cuenta? Este tipo es una pésima influencia para los jóvenes. A las mujeres nos trata como si fuéramos un objeto (y a estas alturas eso ya no se resiste, antes sí) y todo es plata, plata, plata. Exhibe. Se ufana. Aparenta. Muestra sus colgajos de oro, sus anteojos de oro, sus anillos de oro, su reloj de oro. Lo único que falta es una dentadura completa de oro (alguna vez lo vi en una película, señor director). ¿Qué ejemplo es el que está dando? El de muchachos que solo se interesan por tener más y más dinero, y no contentos con eso, tienen que exhibir sus autos, sus zapatillas y sus armas, como si fueran un trofeo. ¿Ha visto las armas con las que aparecen? ¡Unos verdaderos pistolones, señor director! Si esto se convirtió en el lejano oeste. Dicen que estos cabros están enredados en el narcotráfico, y yo les creo.  He leído las cartas del señor Sandoval, ese de la universidad. ¡Qué hombre más brillante! Dice que lo de Johan es, lisa y llanamente (con esas palabras), una oda al estilo de vida de los maleantes. Que si lo dejamos pasar, la cultura narco se nos va a meter hasta por las orejas. Que debemos sostener la ola como si fuésemos una represa de valores y de coraje. ¿Y quieren llevar todo eso al Festival y más encima con fondos públicos? ¡Cuándo se ha visto semejante disparate! Por eso le escribo en mi carta, la primera, que hay que impedir, como sea, el arribo de Johan al escenario del Festival, cueste lo que cueste. El cueste lo que cueste debiera ser leído como un parelé, como una advertencia, que se me note enfadada. ¿Se alcanza a apreciar, señor director, o tiene que ir entre signos de exclamación? ¿Qué cree?

En la segunda carta, esa que le envié hace un par de semanas, pido que dejen cantar a Johan en el Festival. No me diga nada. Sé que parece una contradicción, pero consistente, consistente, nunca he sido. A Sergio, mi marido, siempre le dije: a mí no me mires, porque ejemplo no soy. Parezco tan influenciable. A veces voy para allá, y luego me devuelvo. Tal vez sea debilidad o compasión. ¡Pero es un niño, señor director! ¡Si hasta frenillos tiene! ¿Cómo no lo van a dejar cantar? He pensado en el asunto. Quizás el muchacho sea eso que llaman la punta del iceberg o la mata de la zanahoria. Usted entiende. El problema está al fondo, mucho más abajo que él. Y de lo que estamos hablando es de sus visos rubios asomándose por la superficie. No tiene la culpa. El cabrito canta lo que canta porque creció en esa basura. ¿Qué esperan? ¿qué toque a Chopin? Al final de la misa del domingo me acerqué al padre Jiménez. Mientras doblaba la sotana en la sacristía, le dije que me había quedado dando vueltas eso de la ausencia de Dios. Si Dios está ausente, comencé, es en lugares en donde crecen estos cabros como el que va al festival. ¿Ha visto usted esos barrios por televisión? Feos, abandonados, marchitos, como sus cactus (el padre inclinó levemente su cabeza a la derecha). Si Dios me deja en un lugar así y después se manda a cambiar, yo le juro padre (no jure, me advirtió), le prometo, que en un rato estoy cantando Tetona con un revolver en la mano y una cruz en el poto. Voy a rezar por usted, fue lo único que me respondió mientras colgaba la estola de un gancho. Yo lo dejaría cantar, señor director, al menos, un par de canciones. Tetona y otra más. Tal vez sea la oportunidad que nunca le han dado. A Sergio no le gusta la idea. Me dice que tenerlo ahí, en horario prime, a la vista de todos, es una pésima influencia. Entonces le dije que apagara la tele, que dejara de ver esa porquería. ¿Acaso Coppola es una buena influencia con El Padrino? Yo no sé, señor director, pero me parece que a veces se exagera. Sandoval, el tipo de las cartas, pensándolo bien, ya no me resulta tan brillante. ¿Qué sabe él de todo este asunto? Nosotros los viejos debiéramos tener una mirada más reposada de estas cosas en vez de andar por ahí dictando cátedra y mandando a construir represas de moral. ¿Qué se cree este caballero? Y estos son los Sandoval de La Serena, yo los conozco, porque eran vecinos de mi tía Cecilia, y bien portados no eran. Nadie está libre de pecado para andar lanzando todas las piedras que le han tirado a este chiquillo. Yo lo abrazaría, señor director. No a usted, que no se entienda mal, sino que a Johan. Le juro que lo apretaría contra mi pecho y olería sus visos hediondos (seguramente no se bañan estos cabros) y le diría que ya, que ya va a pasar, que se quede tranquilito no más, que yo voy a hacer lo posible para que cante, pero que cante bonito, sin tanto garabato, y que bueno, si se le sale alguno que no importa, que está bien, que a todos se nos escapa una grosería de vez en cuando, pero que trate, que intente no decir tantos, porque hay niños mirando, porque a Sergio no le gusta, y esa cuestión de las drogas, que también, que las deje, que no fume, que le puede poner los dientes feos, y si se los está enderezando que le va a hacer mal, que ponga de su parte,  que vaya a misa, eso, que vaya a misa, que le pida a Dios por él y por su mamita (¿ha visto cómo le da besos en la boca a su mamita?), y que no le dé besos en la boca a su mamita, que se ve raro, que no está bien, que es una mala costumbre, y lo volvería a apretar, y le diría chiquillo lindo, chiquillo lindo, así, dos veces, y lo soltaría al fin y le diría que me espere un minuto, e iría a mi pieza (porque todo esto sería en mi departamento), y sacaría de mi velador la cadenita y el escapulario que me regaló la abuela Chepa, y volvería y se lo entregaría en las manos y le diría que se cuide, que se porte bien, y que cuando se suba al escenario del Festival, que se ponga la medallita entre todos sus colgajos, que lo va a proteger, y que cuando cante Tetona, haga como un gesto, como que se lleve la mano al escapulario, y yo entenderé que es un cariñito para mí, y me pondré contenta, porque me saludó, porque está en la tele, y porque lo veo a él, feliz. Todo eso me imagino, señor director. Por eso le pongo en mi segunda carta que lo dejen ir al Festival. Por amor a Dios, dejémoslo cantar, así cierro el texto. Pero no tengo muy claro si es por amor a Dios o por amor de Dios. Sergio me dice que da lo mismo (a él todo le da lo mismo), pero yo no sé. 

Le pido que considere las dos cartas que le he enviado, señor director. Sergio me dice que lo deje, por dignidad, que me debe creer loca. Pero entre tanta lesera que lee usted se dará cuenta que lo mío no es locura, sino el afán de dar y recoger, como pescadores en la orilla. Si no le molesta, quería hacerle una sugerencia. Yo que usted, publicaría la primera carta, la de cueste lo que cueste, este sábado. Y la segunda, la del amor a Dios, el domingo. La del sábado le pondría como título Johan 1, y la siguiente Johan 2. Es posible que la gente no entienda esto del cambio de opinión. No todos tienen que pensar como uno. Quizás sería bueno escribir una tercera carta (Johan 3) explicando esto de ir y venir. Esa se la podría enviar el jueves por la tarde.

Bueno, señor director, tengo que hacer. Sergio me está jodiendo la pita con el desayuno, y usted sabe cómo se ponen los hombres cuando tienen hambre. Y si son viejos, tanto peor. Le dejo el encargo de las cartas. Y si se le vuelve a olvidar, no se preocupe, yo le recuerdo mañana.

Se despide afectuosamente,

Clara María.

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Por Matías Carrasco.

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