
Yo no quiero escribir en un papel las cosas malas de este año y echarlas al fuego para que se quemen y se conviertan en cenizas, porque lo malo tiene que quedar atrás, así nos han dicho, así se cuenta la historia, que lo que no nos gusta se apunta primero y luego se incinera, para que se convierta en humo y desaparezca como en un acto de magia. Es un rito viejo esto de andar prendiendo papeles, pero no es verdad que lo malo se desvanece.
Tampoco conviene que lo malo se largue a otro lugar. Si nos tocó pasar días oscuros, ya está, sucedieron. Y si sucedieron es porque ya lo vivimos, o los estamos viviendo, pero la cosa es que estamos enredados en algún lío que no quisimos, pero que sin embargo está ahí, llegó a nuestros pies y luego nos arrastra como la resaca, y viene una ola, y otra, y otra más, y nos tiene confundidos, ahogados, con la sal pegada a la piel y un olor insoportable a pulgas de mar, respirando solo de vez en cuando. A veces toca bailar con la fea (o con el feo, no se vaya a pensar que es un asunto de género). Es la vida. A todos les pasa.
Pero cuando nos visita el infortunio, aun cuando nos duela, no conviene olvidarse, dándole la espalda. La desdicha trae licores amargos, pero también aprendizaje, sorpresas, orillas y personas nuevas. Esta mañana, conversando con mi mujer, entre cucharadas de huevo revuelto, tostadas y café, intentamos evaluar el año que se va. Fue un buen año, dije yo. Cómo un buen año, replicó ella. Fue difícil, corrigió. Sí, entiendo. Estuvo jodido, pero también hice radio, viajamos en familia, escribí, y recibimos el cariño de tantos. Fue bueno, insistí. Yo no lo pondría en esos términos, continuó mi esposa. Yo diría que, a pesar de la dificultad, terminamos siendo más grandes, más fuertes y mejores. Y eso depende de nosotros y no del año que se va a acabar. Tienes razón, asentí, mientras me echaba el último pedazo de pan con huevo a la boca.
Las cosas malas no hay que tirarlas al fuego ni a ninguna parte. Conviene sacarle provecho al camino recorrido. Que haya sido empinado, resbaladizo, irregular, no quiere decir que debamos expulsar de nuestras cabezas todo lo que allí vivimos. Sería más interesante apuntar en un papel lo bueno de lo malo, doblarlo en cuatro, y guardarlo en nuestra billetera y echarle un vistazo cada tanto para acordarnos, cuando estemos en medio de la refriega, que ya vendrán los brotes, que ya será tiempo de la cosecha. Yo me tatué en mi brazo la palabra primavera, porque no nos olvidará la primavera. Parece un sinsentido. Tatuarse es como un acto de rudeza, pero tatuarse primavera, es como un acto de una rudeza delicada. Lo cierto es que la tengo en el brazo. Es una herida que cicatrizó y estará ahí, siempre. Lo malo no se va. Lo malo queda, como las heridas. Y hay pocas cosas más satisfactorias que haber atravesado el desierto, o algo así como el desierto, pequeño o grande, da igual, y verse allí, al final del camino, de pie y con la cabeza erguida, algo más gordo por la ansiedad, algo tiritón por la duloxetina, qué importa, pero estar allí, animado por la familia, los amigos y la gente que a uno lo quiere, bien parado, abrazado a los suyos, algo cansado, algo maltrecho, bueno ya, pero aun firme, con la cara sonriente y agradecida y listo para enfrentar los desafíos de un nuevo año…eso, esa sensación lo dota a uno de un orgullo y de un aplomo que solo da el tránsito por las “cosas malas” de la vida.
No se trata de pedir un 2025 lleno de cosas malas. No hay que ser masoquista. Pero sí de desearles a todos la entereza, la compañía, el humor y la lucidez de enfrentar sus propias desgracias sabiendo que pasarán, que al final, habrá vientos buenos y nuevos y que, termine como termine la historia, tendrá sentido.
Que tengan un feliz año nuevo.
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Por Matías Carrasco.
Gracias Matías, así no más es. Gracias por este compartir. Ayuda mucho. Un abrazo,
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Buenisimo. Gracias x tus palabras que inspiran y a mi hermana que es sabia.
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Amo como escribes, me produce mucha paz mirar la vida con tu perspectiva. Agradezco al camino que me condujo a tus blogs, me encantan!
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Muchas gracias, Olga, por tu generoso comentarios. ¡Un abrazo!
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