
Están de moda las filtraciones. Se sabe que son partes interesadas las que entregan información, a veces relevante y otras no, por debajo de la mesa a los medios de prensa. Incluso se ha acusado a la misma Fiscalía de esas prácticas. En ocasiones esos datos son de interés público, y en otras, son simplemente comidillo, pan y circo para los medios y la sedienta galería. Las filtraciones siempre tendrán una intencionalidad, buscan conseguir, a como dé lugar, un objetivo. Quién decide entregar, ocultamente, documentos reservados a los periodistas persigue con eso inclinar la balanza a su favor. Pero las filtraciones no representan, ni de cerca, la verdad de la historia. Son un pedazo, un pequeño trozo de un entramado complejo, que tiene explicaciones y un montón de matices que sería importante sopesar a la hora de emitir un juicio. Pero como solo vemos la filtración, y no la enorme cantidad de agua y las corrientes subterráneas que hay al otro lado de la represa, nos quedamos con eso. Y según esa parte de la película, apenas una mala sinopsis, hablamos y dictamos sentencia.
Hace años que los juicios se litigan también fuera de los tribunales. Los medios son hoy una cancha apetecida por querellantes, abogados y fiscales. No es lo mismo un caso que se está revisando en la privacidad de las salas de justicia, a uno que se tramita con la enorme e insoportable presión de la prensa. Esto ha ocurrido en otros tiempos, pero en los de hoy, de tanta reverencia a las redes sociales, de tanto desvivirnos por el reconocimiento de los demás, de muchos hombres y mujeres pusilánimes que se hacen en los pantalones antes de ir en contra de un trending topic o de una opinión dominante, el tema de los medios puede marcar la diferencia a la hora de definir cautelares, un fallo o una condena.
El problema está en que como las filtraciones son interesadas, no recogen la verdad de la historia ni tampoco la versión de quién se ve perjudicado. Generalmente, el afectado no está en condiciones de defenderse porque la filtración lo deja en un mal pie, abatido, intentando lidiar con el escarnio público. ¿Cómo defenderse públicamente, aun cuando existan argumentos, cuando las personas ya hicieron su propio juicio? Ese es el efecto, sucio y buscado efecto, de la filtración.
Otro asunto jodido son los medios. No nos perdamos. Los medios son un negocio y necesitan publicidad, lectores, likes. La calidad del periodismo ha disminuido considerablemente. La ética…¿seguirán impartiendo en las universidades la ética periodística? ¿qué se enseñará en un contexto tan enredado como el de hoy? …la ética está también en entredicho. Muchas veces los periodistas reciben información (interesada, no nos olvidemos), y sin cotejar, sin tomarse el tiempo de asegurar la veracidad de lo que tienen entre las manos, la publican. Deben hacerlo ágilmente, con premura, no les vayan a ganar la exclusiva. El tema aparece en los diarios, la televisión y matinales, y la leche ya está derramada sobre la mesa. Da lo mismo que se cuenten verdades a medias, o a cuartas, incluso mentiras, y que se vea manchada la reputación y la integridad de una institución, de una persona, de un joven o de un menor de edad. Luego se soluciona con un insignificante “fe de erratas”, o simplemente se pasa por alto, total el asunto ya a nadie le importa, aunque el daño ya esté hecho.
Es necesario que las cosas vuelvan a su lugar. La justicia no puede ser ciega si los detalles y antecedentes de un caso se exponen, con parcialidad, a la vista de todo el mundo para conseguir un objetivo. No es tolerable que esto se convierta en una práctica recurrente. Es urgente que las Escuelas de Periodismo y de Derecho, los Medios, el Ministerio Público, y parlamentarios, aborden y regulen este tema con la seriedad que merece. No vaya a ser que, de tantas filtraciones, la represa se haga trizas y el agua nos cubra hasta más arriba de nuestras cabezas.
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Por Matías Carrasco.