
Estaba empeñado en la necesidad de definir un horizonte común, un sueño país para Chile. Si en los 80 fue la superación de la pobreza; en los 90, disminuir la desigualdad; en los 2000, alcanzar el desarrollo. Ahora, ¿qué? Eso ya se está haciendo -me dijo una mujer encumbrada en los círculos empresariales- pero si los políticos no levantan la mirada, advirtió, cualquier trabajo será infructuoso. Otra ejecutiva del ámbito privado me celebró la iniciativa, me comentó que algo se estaba realizando en su empresa, y que, si tengo una idea en mente, feliz de escucharla. Te llamamos, le faltó decir. Camilo, un buen hombre y entendido en el mundo de las organizaciones sociales, me invitó un café. Conversamos sobre estos asuntos. Se sumó una mujer que venía de perder en las elecciones a CORE. La felicitamos, de todas formas, por la intentona. No es un sueño lo que debemos buscar, sugirió Camilo mientras se acomodaba en la silla. Habló del concepto de angustia amorosa, del deseo de poner a la ciudadanía en una suerte de preocupación activa, propositiva, para enfrentar los problemas que nos achacan. De dónde sacaste ese concepto, pregunté. De Heidegger. Nunca he podido leer a Heidegger más allá de una página, confesé. Y junto con darme el nombre de un tipo que me ayudaría a entender al filósofo alemán (oferta que desestimé de inmediato), me invitó al EncuentroxChile. Te va a gustar, apostó.
Asistí esta mañana. Se trató de una jornada organizada en la Estación Mapocho por Tenemos que Hablar de Chile, en conjunto con la Universidad de Chile y la Universidad Católica. Eran cerca de 160 mesas circulares dispuestas en el espacio central de la Estación. Siete personas por mesa. Más de mil en total. Había estudiantes, académicos, autoridades políticas y empresariales, intelectuales, representantes de pueblos originarios, de Santiago y regiones. En mi mesa me tocaron dos dirigentes sindicales, dos académicos, un director de empresas, una profesional, un consultor y Cecilia, la facilitadora a la que llamé tres o cuatro veces, Bernardita (los nombres no son mi fuerte). Primero, en unas tarjetas bien cuidadas, cada uno debía escribir los desafíos para el país en los próximos cinco años. Luego, se ponían en común. La dinámica se repetía en cada una de las mesas. Allí aparecieron la educación, la seguridad, la migración, el crecimiento, la salud, entre otros. Nosotros acordamos en la necesidad de reformar el sistema político para fortalecer la democracia y la gobernabilidad del país. Luego, el mismo ejercicio para identificar oportunidades. Se nombraron el litio, la innovación, la tecnología, el turismo, etc. En nuestra mesa hablamos de la capacidad emprendedora de chilenos y chilenas, del enorme talento que existe en nuestra tierra, de los recursos geográficos y naturales, de la tendencia de la ciudadanía a posturas más conciliadoras, y de ese sentido de orgullo y resiliencia, que bien llevado, puede ser una energía entusiasta y transformadora. Al final, se debía escoger uno de los desafíos propuestos (en una democrática y transparente votación) y definir una meta concreta. Fueron cerca de dos horas y media de conversación, de una buena y animada conversación.
Valentina, subdirectora de Tenemos que Hablar de Chile, fue la encargada de cerrar el encuentro. Contó que además de los allí presentes se había realizado una consulta a más de 10.000 personas de todo el territorio. La metodología era similar: desafíos, oportunidades e iniciativas concretas para facilitar la vida de chilenos y chilenas. Con toda esa información y contando con la estructura y capacidad de las universidades, se realizarán grupos de expertos por temáticas para hacer propuestas programáticas y presentarlas al Presidente de la República y a los candidatos presidenciales en octubre de 2025. También se pondrán a disposición de la ciudadanía para que puedan entregar sus comentarios y sugerencias.
Nos despedimos, los de la mesa, afectuosamente. A pesar de no conocernos, hubo cierto match, cierto vínculo. Tal vez porque sabiendo de nuestras diferencias, conversamos cordialmente sobre temas que nos preocupan a todos. No lo sé. Pero me atrevería a decir que salimos de ahí más contentos. Yo, al menos, salí feliz. No con un sueño definido, no con un horizonte claro, pero sí con la certeza de que son miles las personas que están inquietas, que quieren conversar, aportar y que están dispuestas a encontrarse para hacer de Chile un lugar mejor.
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Por Matías Carrasco.